A la posición privilegiada de México entre los 12 países biomegadiversos del mundo, se suma otro capital natural que podría colocarlo en el primer sitio de geopatrimonio. Ambas condiciones son resultado de un territorio integrado por trozos de varios continentes, lo que confiere a nuestro país una variedad geológica extraordinaria.

El estudio de las capas de la corteza terrestre que revela edades geológicas había despertado en nuestro país poco o ningún interés hasta finales el siglo XX, pero fue necesario identificar y valorar esa geología y geomorfología, hábitat de la biodiversidad que ofrece una plataforma excepcional para su aprovechamiento sostenible en un sinfín de actividades, como las científicas y las turísticas.

Quién, por ejemplo, no se sorprende al contemplar una o las siete barrancas del Cobre, en la Sierra Tarahumara, en Chihuahua, que entre riscos, como el de Piedra Bolada deja caer un caudal de 453 metros, y exhibe precipicios que se suceden en un territorio de 60 mil km2  con profundidades de hasta 1,600 m.

Fernando Ortega, eminente investigador de la UNAM, refiere en las Voces de la Biodiversidad de México que el nuestro es, geológicamente, un país muy joven. Sus rocas más antiguas datan de 2 mil millones de años atrás y están en Sonora, frente a los 4,567 millones de años edad de la meteorita que cayó en Allende, Nuevo León.

El término geodiversidad es también reciente: surgió en la década de los 90 para referirse a la naturaleza abiótica, es decir, no viva, y se relaciona con aspectos geológicos, geomorfológicos, hidrológicos y climáticos, pero también de uso de suelo y de la vegetación (edafológicos), por lo cual se vincula entrañablemente con la biodiversidad y considera aspectos ambientales, ecológicos y biológicos.

Así, el geopatrimonio mexicano incluye geositios clave donde se pueden identificar etapas evolutivas  locales o regionales, e incluso planetarias, que permiten conocer, abordar y desarrollar el estudio de las Ciencias de la Tierra.

Los casi 2 millones de km2 resguardan una compleja historia que aporta a México un geopatrimonio cincelado por la interacción de cinco placas tectónicas: Norteamericana, del Pacífico, de Rivera, de Cocos y del Caribe, que crearon, entre otros sitios: el Golfo y la Península de Baja California y la fosa de Acapulco, los volcanes y la actividad sísmica de la porción central, además de las sierras Madre Oriental y Occidental y el Eje Neovolcánico que une los océanos Pacífico y Atlántico.

De ese capital geológico y geomorfológico, la UNESCO ha reconocido ya como Patrimonio de la Humanidad a las Islas y Áreas Protegidas del Golfo de California (2005), las Cuevas Prehistóricas de Yagul y Mitla en los Valles Centrales de Oaxaca (2010), la Reserva de la Biósfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar, Sonora (2013) y  la Antigua Ciudad Maya y Bosques Tropicales de Calakmul, Campeche (2002, 2014), tesoros que debemos conservar para bien de la humanidad.

 

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