¿De dónde toma el ciruelo, el platanar o el manzano los nutrientes para dar su fruto? También el jitomate, el betabel, la papa y otras hortalizas que crecen cerca o dentro de la tierra ¿de qué se nutren para convertirse en alimentos?

Sin duda todos estos vegetales necesitan agua, los rayos del sol y el aire, pero a su proceso de creación contribuye también una gran diversidad de organismos vivos, minerales y materia orgánica que conforman el suelo y ofrecen un aporte equilibrado y variado de nutrientes en cantidades apropiadas para estar saludables y transformarse en alimentos para humanos y animales mediante el crecimiento de las plantas.

No obstante, al ser extraídos esos nutrientes se eliminan del suelo. Es necesario entonces dar un seguimiento y gestión adecuados a su proceso para revitalizarlos y hacer que las plantas futuras sean óptimas en contenido nutricional.

La pérdida de nutrientes del suelo es uno de los principales procesos de degradación que amenaza la nutrición, la seguridad alimentaria y la sostenibilidad. Se reconoce como uno de los problemas globales más importantes para la seguridad alimentaria y la sostenibilidad en todo el mundo, alerta la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), al conmemorarse este 5 de diciembre el Día Mundial del Suelo.

Mediante su campaña 2022 "Los suelos: origen de los alimentos", la FAO busca crear conciencia en las sociedades sobre la importancia de mantener unos ecosistemas sanos y el bienestar humano, abordar los crecientes desafíos en la gestión del suelo y animar a las sociedades a mejorar su salud.

Por la pérdida de nutrientes del suelo en los últimos 70 años el nivel de vitaminas y nutrientes de los alimentos se ha reducido de manera drástica, por lo cual cerca de 2,000 millones de personas en el mundo sufren deficiencia de micronutrientes, o "hambre oculta", como también es llamada, por ser difícil de detectar, indica la FAO.

Tanto la degradación de los suelos como la falta de nutrientes en la tierra derivan en la pérdida de su capacidad para producir alimentos, y causan hambre, pobreza y desnutrición. Así también, una alta concentración de nutrientes en la tierra crea un ambiente tóxico para plantas y animales, contamina el medio ambiente y fomenta el cambio climático.

Se estima que el 95% de nuestros alimentos se producen directa o indirectamente en nuestros suelos, pero se necesitan suelos sanos porque son el fundamento del sistema alimentario, insiste la FAO.

Nuestros suelos son la base de la agricultura y el medio en el que crecen casi todas las plantas destinadas a la producción de alimentos, porque algunos cultivos se originan mediante sistemas hidropónicos.

Sin embargo, la calidad de los suelos está directamente relacionada con la calidad y la cantidad de alimentos, porque son ellos los que proporcionan los nutrientes esenciales, el agua, el oxígeno y constituyen el sostén para las raíces que nuestras plantas destinadas a la producción de alimentos necesitan para crecer y florecer. Además, cumplen una función amortiguadora al proteger las delicadas raíces de las plantas de las fluctuaciones de temperatura.

Un suelo sano es un ecosistema vivo y dinámico, lleno de organismos microscópicos y de mayor tamaño que cumplen muchas funciones vitales, entre ellas transformar la materia inerte y en descomposición, así como los minerales en nutrientes para las plantas (ciclo de los elementos nutritivos); controlar las enfermedades de las plantas, los insectos y las malas hierbas; mejorar la estructura de los suelos con efectos positivos para la capacidad de retención de agua y nutrientes de los suelos, además de mejorar la producción de cultivos.

Otra importantísima función ecológica de los suelos sanos es contribuir a mitigar el cambio climático al mantener o aumentar su contenido de carbono.

La FAO reconoce que en los últimos 50 años los avances en materia de tecnología agrícola y el aumento de la demanda provocado por el crecimiento de la población han ejercido una creciente presión sobre los suelos. Esto a su vez ha orillado a muchos países a fomentar la producción agrícola intensiva que ha ocasionado un agotamiento de los suelos y ha puesto en peligro la capacidad productiva de los mismos y la posibilidad de satisfacer las necesidades de las generaciones futuras.

Considera por tanto que el mantenimiento de unos suelos sanos permite la sostenibilidad de la tierra en un planeta que en 2050 poblarán más de 9,000 millones de personas que competirán por la tierra y el agua en medio del impacto del cambio climático.

Ante este panorama, nuestra seguridad alimentaria actual y futura depende de nuestra capacidad de aumentar los rendimientos y la calidad de los alimentos utilizando los suelos ya dedicados a la producción actualmente.

Aboga por los sistemas de gestión holística de la producción que promueven y refuerzan la salud de los agroecosistemas social, ecológica y económicamente sostenibles. Son necesarios para proteger nuestros suelos y mantener elevadas capacidades productivas, admite el brazo agrícola y alimentario de la Organización de las Naciones Unidas.

Ese es el escenario amable y posible ante los desafíos que esperan a la humanidad: el impulso desde hoy de prácticas agroecológicas afines con la naturaleza de los suelos agobiados por el uso de agrotóxicos que han empobrecido las bondades de la tierra con monocultivos que extraen los nutrientes y en cambio dejan una huella ecológica destructiva.