Ballenas y delfines conforman dos familias de cetáceos importantes para la salud de los océanos y del planeta, y están considerados entre los seres más inteligentes. No obstante, cada dos minutos muere un delfín o una ballena, de acuerdo con la Convención de Especies Migratorias. Conservar unas y otros compete a todas las sociedades del mundo que deben alzar la voz ante una depredación disfrazada de fines científicos.

Para los grandes cazadores de ballenas carece de importancia que los mamíferos más grandes del planeta fertilicen los ecosistemas marinos o contribuyan a combatir la crisis climática; desdeñan que cada ejemplar de esta fauna a lo largo de su vida confine en promedio la misma cantidad de carbono que el equivalente a 1,000 árboles. Su negocio ha sido más importante y continúan la brutal cacería.

Quizás ignoran que cuando mueren estos mamíferos marinos, sus cuerpos se hunden hasta el fondo oceánico, y cada uno se lleva consigo cerca de 33 toneladas de CO2, carbono que sacan de la atmósfera por siglos. Desconocen tal vez que estos cetáceos sustentan la productividad del fitoplancton que contribuye con al menos el 50% del oxígeno producido y captura 37 billones de toneladas de CO2 al año, con lo cual las ballenas cumplen un papel muy importante para combatir el cambio climático.

El descenso de las poblaciones de estos grandes cetáceos en todos los océanos fue notorio desde las primeras décadas del siglo XX, lo que llevó en 1935 a que la Liga de las Naciones intentara establecer un primer borrador para el control de la caza de ballenas, que sólo firmaron Inglaterra y Noruega, países que concentraban el 95% de la cacería --30 mil ballenas al año--, mientras Alemania, primer consumidor de aceite del cetáceo, envió a un observador pues quería libertad de acción.

Dos años más tarde, en 1937, ante representantes de Sudáfrica, Estados Unidos, Argentina, Australia, Alemania, Irlanda, Nueva Zelanda y Noruega, el enviado de Gran Bretaña, advirtió que de mantenerse la cacería la ballena azul sería exterminada, y sería el final de la industria ballenera del Antártico.​

Entonces pactaron prohibir, bajo marcos de legalidad internacionales, la caza pelágica durante nueve meses del año, así como la protección total de las hembras y sus crías, además de establecer reservas donde los buques cazadores no podrían ingresar. Para dar solidez a lo planeado, fue necesario fundar, el 2 de diciembre de 1946, la Comisión Ballenera Internacional (CBI) que hoy reúne a 88 naciones, entre ellas México.

El escándalo de la amenaza contra los magníficos cetáceos llegó a Estocolmo, donde la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano aprobó, en 1972, la primera moratoria de 10 años que frenaba la caza de las ballenas y permitía que sus poblaciones se recuperaran. Nada más oportuno, pues la Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES) advirtió en sus informes de 1977 a 1981 sobre el peligro de extinción de varias especies de ballenas.

Sin embargo, la moratoria internacional dictada en 1982 por la CBI surtió efecto hasta 1986 para poner fin a la caza comercial. Aun así, varios países recurrieron y siguen recurriendo a subterfugios para obtener permisos especiales o para continuar la captura con presuntos fines científicos. Es el caso de Japón, que caza 400 ballenas al año y, en su provincia de Taji, los pescadores realizan una matanza anual de delfines entre septiembre y abril.

Todo ese panorama propició que el 23 de julio de 1986 la CBI proclamara el Día Mundial Contra la Caza de Ballenas, que más tarde se convirtió en Día Mundial de las Ballenas y los Delfines, con el propósito de que las sociedades pidan a los gobiernos detener la cruenta cacería de estos mamíferos marinos, más que documentada con videos que exhiben las atroces masacres de ambos cetáceos.

El tema nos incumbe a los mexicanos porque de las 14 especies de ballenas que existen en el mundo, México disfruta de la presencia de ocho, cada una de ellas con sus propios hábitos de migración o desplazamiento, según informó a la Gaceta UNAM el académico de la Facultad de Ciencias Luis Medrano González.

De las que hay en nuestro país, explica, sólo dos son migratorias en sentido estricto: la gris y la jorobada. La gris procede del mar de Bering, donde se alimenta, y en otoño migra hacia las lagunas de Baja California, donde se aparea, reproduce y empieza a lactar a sus bebés. Su migración y congregación es uno de los espectáculos de fauna silvestre más importantes del mundo. De hábitos costeros, es fácilmente observable y accesible para las comunidades cercanas a la playa y para el turismo.

La ballena jorobada se distribuye desde California hasta las islas Aleutianas y durante el invierno migra a regiones del Pacífico mexicano y a Hawai. Otra subpoblación se alimenta en verano entre Alaska y las Aleutianas, y en el invierno llega a las islas Revillagigedo para el apareamiento, parto y primera etapa de la lactancia, pero también puede localizarse en las costas de Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Colima, Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Chiapas, e incluso en Centroamérica.

Estos cetáceos emiten chirridos y mugidos de corto alcance, pero las ballenas azules emiten sonidos de muy baja frecuencia que pueden propagarse hasta 10 mil km, aunque son imperceptibles para el oído humano. Los machos de las ballenas jorobadas producen sonidos estructurados en secuencias periódicas bien definidas llamados cantos que son sonidos de agregación mediante los cuales anuncian su presencia y condición a otros animales, y quizás a las hembras.

Los delfines

Tesoro vivo del planeta azul son las 38 especies de delfines que existen. Migrantes de océanos y ríos, en su mayoría, estos carismáticos cetáceos forman parte de la historia cultural de la humanidad, pese a lo cual su supervivencia está cada vez más amenazada por la captura incidental de las pesquerías, el agotamiento de los recursos alimenticios, la contaminación química y sonora, e incluso por matanza para consumir su carne.

Fauna fascinante, los delfines han sido objeto de estudios científicos por la simpatía que tienen con los seres humanos. Son reconocidos como rescatadores de marineros naufragados o amagados por tiburones, y también por ayudar a los pescadores tradicionales a ubicar y redar su pesca.

En México y en otros países del mundo, cada vez más personas disfrutan la observación de delfines y ballenas, criaturas extraordinarias cuya supervivencia es un deber ético para gobiernos e individuos por nuestro propio bien y el de las generaciones por venir.