Pérdida de biodiversidad y grave afectación a los ecosistemas, así como cambio climático global son las consecuencias más evidentes de la sobreexplotación de los recursos naturales procreadas en la era industrial, hasta llegar a una crisis energética que desde finales de 2019 se encuentra aparejada a una crisis sanitaria mundial que presagia nuevas pandemias generadas por el mismo estado de cosas.

Tal panorama debe ponernos en guardia cada día, y el Día Mundial de la Energía por un Uso Racional y Sostenible, que se conmemora desde 1949, es fecha propicia para crear conciencia sobre la participación de cada persona, sociedad o gobierno para impulsar cambios de actitud en la generación, distribución y uso de la energía.

El Acuerdo de París, vigente desde noviembre de 2016, puede dar la pauta para encontrar respuestas que abonen a la ambiciosa meta de no rebasar un aumento de la temperatura global de 2 0C hacia finales del siglo.

El problema parece plantear sólo la disyuntiva entre las energías renovables, también llamadas energías verdes, y las energías no renovables o convencionales.

Sin embargo, si bien las primeras se producen con recursos naturales que se consideran inagotables --como la eólica, la solar o la geotérmica-- por su capacidad de regenerarse de manera natural, y las no renovables se obtienen de los combustibles fósiles, como el petróleo y el carbón, hay un largo camino que recorrer para dejar para siempre las primeras e incorporar plenamente las segundas.

Por supuesto, se debe acelerar el paso en todo el mundo y no cargar el costo ambiental a los países en desarrollo, sobre todo porque son las naciones desarrolladas las que emiten el mayor volumen de gases de efecto invernadero.

Las energías renovables tienen la ventaja de estar distribuidas más ampliamente en el planeta que las fósiles, pero falta analizar si realmente son tan limpias como se piensa, ya que el impulsarlas exige el uso de gran cantidad de metales y tierras raras que pocos países poseen, y ciudades como Baotou, en la provincia china de Mongolia, el Silicon Valley de las tierras raras, presenta una contaminación del suelo muy superior a la de los combustibles fósiles.

El periodista francés Gillaume Pitron advierte desde hace varios años que “en el curso de los próximos treinta años, deberemos extraer más minerales metalíferos –como el rodio y el lutecio-- de los que la humanidad ha extraído en 70,000 años”.

Cierto que México reúne condiciones geográficas y geofísicas que ofrecen un escenario promisorio para el desarrollo de las energías renovables --el norte del país con la energía solar, el centro con la geotérmica y el sur con la eólica--, pero mientras avanza la transición energética, 128 millones de mexicanos podemos contribuir de manera importante a reducir el consumo de energía mediante prácticas fácilmente adoptables y adaptables a nuestra vida cotidiana.

Muchas de las nuevas propuestas para mejorar las expectativas sobre el cambio climático rondan en torno a la eficiencia energética en casas y edificios, por ejemplo:

  • Fachadas inteligentes mediante la incorporación de sistemas integrados de generación de energía fotovoltaica.
  • Uso de paneles solares, bioplásticos, paneles de fibras de origen vegetal, resinas y materiales autorreparables mediante bacterias.
  • Uso del adobe de calidad, material térmico tradicional mexicano en cuya elaboración se utiliza barro crudo, paja u otras fibras naturales como las del agave.
  • Innovación tecnológica en métodos de construcción y de materiales.
  • Techos y paredes verdes, con acabados vegetales que producen mayor aislamiento térmico y reducción de la contaminación sonora.
  • Edificios neutros o de energía cero que generen suficiente energía renovable para su autoconsumo.
  • Aprovechamiento de las inercias técnicas de los materiales como la orientación y exposición al sol y los colores de paredes y techos.
  • Ventanas inteligentes con vidrios sensibles a la luz y al calor adaptando su grado de transparencia mediante reacciones químicas y físicas.

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