Importantes grupos humanos han apartado de su mesa, desde hace algunas décadas, los nutrientes que se deben consumir para conservar la salud. Incluso, algunos sectores de la población que perciben bajos ingresos hacen de lado las frutas y verduras frescas, muchas veces por desconocimiento pero con mayor frecuencia por ceder al acoso publicitario de los medios de comunicación que los inducen a consumir alimentos procesados.

En consecuencia, las tasas de morbimortalidad causadas por desórdenes alimenticios se han disparado tanto en México como en otros países latinoamericanos, principalmente por la ingesta de comida industrializada que contiene saborizantes artificiales y calorías vacías, así como colorantes, emulsificantes, conservadores y otros aditivos a base de sodio.

Así, las nuevas generaciones han alterado su sentido del gusto y engruesan las filas de los consumidores compulsivos de comida chatarra que desconocen el sabor y el valor nutricional de las frutas y verduras portadoras de vitaminas, minerales y elementos antioxidantes que fortalecen el sistema inmunológico, así como la fibra necesaria para eliminar adecuadamente aquello que ya no le es útil al organismo.

Muchos ignoran también que frutas y hortalizas son generosas fuentes de agua y que, en resumen, representan salud y fortaleza para cada órgano, tejido y célula, desconocen que los previenen de enfermedades no transmisibles como las cardiopatías, diabetes, distintos tipos de cáncer y obesidad, padecimientos que han adquirido carta de ciudadanía en las sociedades modernas.

Por las razones anteriores y muchas más, la 57 Asamblea Mundial de la Salud aprobó la Estrategia Mundial sobre Régimen Alimentario, actividad física y salud, y propuso fomentar activamente el consumo de cinco frutas al día en todo el mundo, en especial en los países en desarrollo, al considerar que la ingesta insuficiente de frutas y verduras es uno de los 10 factores principales de riesgo de mortalidad a escala mundial.

En tanto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) proclamaron el 4 de agosto como el Día Latinoamericano de las Frutas, con el objetivo de incentivar su consumo en la población, ya que estudios realizados en el continente demuestran el bajo consumo de estos alimentos con respecto a otros lugares del mundo.

Esto resulta paradójico en un continente como América Latina que cuenta con una enorme diversidad de frutas y verduras. Se pretende, por tanto, incluirlas en nuestra dieta de forma habitual, y lanzar campañas en esta fecha para que más personas descubran la exquisitez de los frutos de la tierra.

Los organismos internacionales que promueven la celebración recomiendan una ingesta mínima de 400 gramos diarios de frutas y hortalizas para aportarle a nuestro cuerpo suficientes vitaminas A, C, E y todas las del complejo B, así como fósforo, calcio, magnesio, hierro, azufre, sodio y potasio, entre otros elementos.

Es relevante recordar que las y los niños aprenden a consumir frutas y verduras desde muy temprana edad, cuando sucede la etapa de ablactación, es decir, tras haber amamantado con leche materna al bebé un mínimo de seis meses. El paladar del o la bebé aprende desde entonces a disfrutar el sabor de las frutas y verduras libre de azúcares y sustancias adictivas como el azúcar, con lo cual le estaremos regalando las bondades de la prevención para su salud en todas las etapas de su vida, un verdadero seguro de vida.

Es preciso reforzar diariamente, durante la infancia y la etapa adolescente, el consumo de este tipo de alimentos imprescindibles para un óptimo desarrollo del organismo en su fase de crecimiento.

El hábito de comer diariamente frutas y verduras se desarrolla por imitación, al reunirse a degustar los alimentos en familia, pues los más jóvenes observan de manera natural cómo los adultos gozan de un buen plato de fruta en el desayuno, o de una jícama, manzana, mango o tuna como colación.

A la hora de la comida, es estimulante ver en la mesa una robusta ensalada donde contrastan los vivos colores de las verduras, el guinda del betabel, el naranja de la zanahoria, los variados tonos verdes de la espinaca, perejil, berros y lechugas.

La cultura consumista de los alimentos procesados ni siquiera tiene razón de ser en un país pródigo en frutas y verduras, como lo es México, que además posee una extraordinaria cocina tradicional que incluye los quelites, los hongos, el maíz, el amaranto y el cacao, por citar solo unos cuantos frutos de nuestra tierra que honran y dan fama a nuestro patrimonio biocultural y al patrimonio intangible de nuestra gastronomía.

La insana alimentación a que nos ha conducido una industria de productos procesados puede y debe revertirse y, mejor aún, transformarse en una oportunidad para generar nuestros propios alimentos aun en espacios estrechos como los que disponemos en las urbes.

La agricultura urbana brinda opciones como la creación de huertos de azotea y, en los mejores casos, pequeños huertos de traspatio, o también ir por la adopción de camellones o porciones de parques y jardines para crear huertos urbanos comunitarios como algunos que ya existen en la Ciudad de México, donde con toda seguridad hemos visto florecer y madurar nísperos, higos, manzanas, peras y otros frutos de la tierra.

Comencemos a dar un giro a la alimentación y pensemos en que producir nuestros alimentos aporta beneficios a nuestra salud, nuestro bolsillo y el medio ambiente. Diversos grupos ecologistas, así como instituciones públicas y privadas ya incursionan en generar conocimiento para dar a la ciudadanía nuevas opciones de producción para el autoconsumo saludable.