Entre muchos paradigmas culturales, durante siglos se arraigó en la mayoría de las sociedades el uso del popote o pajilla como distintivo de personas glamorosas al sorber una bebida fría o caliente.

Tan extendido como inútil, su uso se convirtió en una práctica trivial, por lo que nadie reparó en las repercusiones que se causaban a la fauna silvestre cuando las pajillas dejaron de ser de materias naturales y se empezaron a elaborar con plástico, pero su efímera vida terminaba en tiraderos a cielo abierto y en caminos, o en ríos, lagos, mares y océanos.

Hoy día, después del toque de alerta que hizo sonar el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en Bali, Indonesia, el 23 de febrero de 2017, al lanzar la campaña #MaresLimpios, millones de personas hemos dejado de usar popotes al consumir algún líquido, tras atestiguar mediante un video el dolor infligido a una tortuga a la que se extraía un popote de la narina sangrante.

Por eso, cada 3 de febrero se celebra el Día Internacional sin Popote con el propósito de tener presente el grave problema que este objeto de plástico representa para la vida marina y los ecosistemas costeros y marinos después de su fugaz uso, frente a los 100 años que tardan en degradarse.

El popote del video se convirtió en un símbolo porque, sin ser el único artículo de plástico que impacta la vida marina, catapultó a los círculos gubernamentales de la mayoría de las naciones el problema que constituyen los plásticos en general al llegar a los cuerpos de agua.

En los últimos 50 años se ha multiplicado veinte veces la producción mundial de plásticos, llegándose a generar 320 millones de toneladas en ese plazo, y aproximadamente 8 millones de toneladas de plástico acaban en los océanos cada año y una vez allí es muy difícil poner remedio, alertó la ONU, y abogó por solucionar el problema antes de que arriben al mar, porque “cuando llegan se hunden en el fondo o se quedan flotando en el agua o se dispersan en las playas”.

En consecuencia, 600 especies marinas son afectadas por esa contaminación, que también origina pérdidas en sectores como la pesca o el turismo.

La acumulación de plásticos podría superar en el 2050 al volumen de peces que existen en el mar, advierte el Foro Económico Mundial en su estudio La economía del plástico, que también señala al popote como uno de los derivados de plástico con mayor presencia en las islas de basura que flotan en los océanos.

Por fortuna, cobra cada vez más fuerza la conciencia ecológica y poco a poco gobiernos locales y nacionales adoptan medidas y dictan normas para evitar el uso no sólo de popotes, sino de diversos artículos plásticos de un solo uso, como los contenedores de unicel y las bolsas de mandado, aun cuando durante la pandemia de COVID-19 el comercio relajó las medidas y retomó vigorosamente su uso.

En 2018, en México se logró que varias empresas multinacionales, nacionales, restaurantes y otros comercios de consumo dejaran de utilizar popotes o se inclinaran por utilizar popotes biodegradables.

Aunque no cayó bien a la industria del plástico la campaña orientada a dejar el uso del popote, se ha incentivado la creatividad y ya se elaboran popotes biodegradables de bambú, y comestibles de semilla de aguacate, cáscara de mango, fécula de maíz y algas, o de materiales lavables y reutilizables como el vidrio, aluminio, acero inoxidable, titanio y otros.

Un ejemplo de las pajillas no sólo biodegradables, sino comestibles, es el popotépetl, como lo nombró su joven creador Jesús Abraham Maya Pedraza, estudiante de la Preparatoria Tec Multicultural del Tecnológico de Monterrey, campus Querétaro, quien mereció el Premio Nacional de la Juventud 2018, en el rubro Ingeniero Emprendedor, Categoría A.

Maya Pedraza experimentó con gelatina y otras sustancias hasta encontrar un alga que, mezclada con otros compuestos, forman un material capaz de degradarse y que puede consumirse o ser utilizado para fabricar los popotes. Ahora proyecta crear una versión que pueda utilizarse en bebidas calientes.

Otro alumno del ITESM fabricó popotes con semillas de aguacate y otros ingredientes vegetales que se degradan en 240 días. La empresa Biofase, fabrica y comercializa estos popotes, así como cubiertos del mismo material.

Asimismo, los popotes de fécula de maíz han resultado comestibles y biodegradables en un término de 180 días, y del mismo material se elaboran cubiertos y contenedores útiles para servicios de restaurantería a domicilio.

También comestibles y biodegradables son los popotes de cáscara de mango petacón, bioplástico desarrollado por estudiantes del Instituto Politécnico Nacional y también por dos biólogas chiapanecas.

La biotecnología y la conciencia ecológica crecen dentro y fuera del país. Algunas empresas elaboran popotes a base de algas pero con sabores frutales, lo que gana el interés de los comensales gourmet y de quienes al consumirlos dan muestra de su apuesta por conservar la vida silvestre y el planeta.

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