Se fue de este plano existencial en silencio cuando casi declinaba el 2020. Sin estridencias partió después de una fructífera vida entregada a la ciencia con el corazón del hombre sencillo que compartía su saber con quienes lo solicitaran.

Los más de 40 doctorados Honoris causa que le confirieron sendas universidades del país y del mundo jamás envanecieron a José Mario Molina Pasquel y Henríquez, y tampoco lo ensoberbeció el Premio Tyler de Energía y Ecología en 1983, ni el Premio Sasakawa de las Naciones Unidas en 1999, ni siquiera el Nobel de Química que recibió en 1995, junto con su colega F. Sherwood Rowland y con el neerlandés Paul Crutzen.

¿Su obra?

Hasta sus últimos días que concluyeron el 7 de octubre de 2020, el célebre ingeniero químico egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), posgraduado en la Universidad de Friburgo, Alemania, y doctorado en Físicoquímica en la Universidad de Berkeley, California, Estados Unidos, desplegó una extraordinaria labor y puso la mirada del mundo en un punto del cielo al que se llamó “agujero de la capa de ozono”.

Por esa ventana celeste asomaba la cara de la devastación planetaria, porque la franja frágil de ozono es la principal defensa que protege la Tierra, los ecosistemas y la vida en su conjunto de los efectos nocivos de los rayos ultravioleta B.

En las décadas de los setenta y ochenta se producían y distribuían en el mercado mundial incontables productos ampliamente utilizados en la refrigeración y los aires acondicionados, como disolventes en productos de limpieza, propulsores en aerosoles y agentes espumantes en extintores, entre otros, lo que constituía un peligro para el futuro, pues contenían clorofluorocarbonos (CFC) e hidroclorofluorocarbonos (HCFC), compuestos químicos que estudiaron el mexicano Mario Molina y el estadounidense F. S. Rowland, y descubrieron que reducían considerablemente la capa de ozono en la Tierra.

Pionero y uno de los principales investigadores a nivel mundial de la química atmosférica, Molina Pasquel, junto con Rowland, publicó en 1974 en la revista Nature un artículo que predecía el adelgazamiento de la capa de ozono como consecuencia de la emisión de esos gases industriales, indica la biografía difundida por el Colegio Nacional, del que fue miembro.

El estudio fue reforzado por los trabajos de Paul Crutzen que pusieron en evidencia el agotamiento que producían estos gases al ozono estratosférico, por lo que el 11 de octubre de 1995  la Real Academia Sueca de Ciencias anunció que el Premio Nobel de Química se otorgaba a Molina, Rowland y Crutzen, el cual les fue entregado el 10 de diciembre de ese mismo año.

Añade el Colegio que las investigaciones del doctor Molina y Rowland y una serie de artículos publicados entre 1976 y 1986 identificaron las propiedades químicas de compuestos que juegan un papel esencial en la descomposición del ozono de la estratosfera.

Subsecuentemente, indica el mismo texto, “demostraron en el laboratorio la existencia de una nueva clase de reacciones químicas que ocurren en la superficie de partículas de hielo incluidas las que están presentes en la atmósfera. También propusieron y demostraron en el laboratorio una nueva secuencia de reacciones catalíticas que explican la mayor parte de la destrucción del ozono en la estratosfera polar”.

A raíz de las investigaciones de Molina y Rowland, en 1985 la comunidad internacional hizo un esfuerzo por terminar con los productos químicos que ponían en peligro la vida en la Tierra y 28 países firmaron el 22 de marzo el Convenio de Viena sobre la protección de la capa de ozono, y condujeron al Protocolo de Montreal de las Naciones Unidas, en 1987 (resolución 49/114). En conmemoración a ese acto, la Asamblea General de la ONU proclamó el 16 de septiembre como Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono.

Este protocolo fue el primer tratado internacional relativo a las sustancias agotadoras de la capa de ozono (SAO) que ha enfrentado con efectividad un problema ambiental de escala global y de origen antropogénico, y actualmente promueve también la reducción del consumo de gases utilizados como sustitutos de las SAO, las cuales no afectan la capa de ozono pero contribuyen al cambio climático. Asimismo, más de 100 sustancias químicas nocivas se empezaron a controlar para ir eliminando su producción y consumo.

El Protocolo de Montreal ha sido ratificado por los 197 países adheridos a las Naciones Unidas, y por sus resultados se considera el acuerdo ambiental más exitoso del mundo gracias a los avances obtenidos en la eliminación global del uso de las SAO.

Hasta 2021 se había logrado reducir hasta el 99% del consumo mundial de las SAO, por lo que se prevé una recuperación total de la capa de ozono para el año 2060. Además, la eliminación gradual de los hidrofluorocarbonos (HFC) contribuirá a reducir el incremento de 1.5°C de la temperatura global para el año 2100.

A casi dos años de su partida, rendimos homenaje a Mario Molina, el enorme mexicano que legó a la humanidad el resultado de sus investigaciones de química atmosférica y del cuidado de la capa de ozono, y quien fuera profesor en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (1989-2004); profesor e investigador de la UNAM (1967-1968); de la Universidad de California, Irvine, (1975-1979) y del Laboratorio de Propulsión a Chorro del Instituto Tecnológico de California (1982-1989).

Asimismo, fue miembro de la Academia Nacional de Ciencias y del Instituto de Medicina de los Estados Unidos, y desde abril de 2011 fue uno de los 21 científicos del Consejo de Asesores de Ciencia y Tecnología del presidente Barack Obama.

Igualmente, el doctor Molina fue miembro distinguido de la Pontificia Academia de las Ciencias del Vaticano, de El Colegio Nacional, la Academia Mexicana de Ciencias y la Academia Mexicana de Ingeniería, entre otras.

Podríamos seguir enumerando las distinciones que José Mario Molina Pasquel y Henríquez mereció, y que resultan pocas frente al valor de su contribución al bienestar de la humanidad y del planeta, pero baste recordar la sencillez de este hombre que nos dio también la gran enseñanza de la humildad, que es propia de los sabios.