Nunca como ahora el interés por la diversidad biológica había tenido tanta resonancia. La pandemia generada por un virus que hoy tiene a la humanidad contra la pared, arremolina a comunidades médicas y científicas, organismos internacionales, gobiernos y sociedades en torno a la naturaleza que ha sacado sus propias fuerzas para mostrarnos que no andamos por el camino correcto.

En ese escenario, por vigésima vez se conmemora este 22 de mayo el Día Internacional de la Diversidad Biológica, proclamado por la Organización de las Naciones Unidas en el año 2000, y acudimos también al cierre de la Década de la Biodiversidad 2011-2020, inaugurada en Tokio en esta misma fecha, pero de 2011.

Aún no se cumplen las expectativas que condensan esas efemérides, no hemos aprendido varias lecciones y tampoco leído el mensaje de la naturaleza este año, cuando números rojos aparecen en las cuentas de la diversidad biológica.

La biodiversidad enfrenta peligros derivados de un crecimiento insostenible guiado por intereses particulares a corto plazo y sus consecuencias, lo que configura una situación de emergencia planetaria que conduce a la extinción masiva de especies (Duarte Santos, 2007), la sexta que, como las anteriores, representaría una auténtica catástrofe que incluso arrastraría a la especie humana (Diamond, 2006), según advierte la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) .

Mucho se ha advertido que a la pérdida de biodiversidad contribuyen diversos factores: el saqueo de especímenes de sus hábitats naturales y la introducción de otros exóticos y depredadores; la tala y los incendios forestales que reducen los hábitats de la flora y la fauna; el cambio de uso de suelo para ampliar la frontera agrícola y ganadera industrializadas, y para ensanchar la mancha urbana.

Todo aporta a una consecuencia fatídica: el cambio climático que suma contaminación, sequía, huracanes y tormentas, entre otros, a costa de los ecosistemas naturales que constituyen la casa de todos: la Madre Tierra.

Diversos autores valoran la completa dependencia que los seres humanos tenemos de plantas, animales, hongos y microorganismos que comparten el planeta con nosotros, por lo cual la apuesta por la biodiversidad no es una opción entre otras, sino la única. Edward Wilson, coautor de la palabra biodiversidad, citado por la OEI, apunta que sin embargo anualmente desaparecen 27 mil especies, es decir, 72 diarias y tres cada hora.  

Un informe del año 2000 de la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (UICN), señala que el 12% de las plantas, el 11% de las aves y el 25% de los mamíferos se han extinguido recientemente o están en peligro, según estimaciones publicadas en la “Lista Roja de Especies Amenazadas”. 

Cuando la humanidad ha tenido que confinarse para mitigar la amenaza de un virus que ronda el mundo, es pertinente revalorar la importancia de la biodiversidad, reflexionar y propiciar la resiliencia de los ecosistemas para que recobren su riqueza y complejidad con el fin de evitar perturbaciones como la que se causó al extraer y manejar inadecuadamente especies silvestres.

Pero, ¿cuál es el camino posible?

En 1994, Víctor M. Toledo, etnoecólogo y autor del libro La diversidad biológica en México. Nuevos retos de la investigación en los noventa, preludió:

“Este mundo de riesgos, encuentra por fortuna su contraparte y su contracorriente en nuevos y esperanzadores movimientos sociales, proyectos locales y regionales, redes de comunicación y organización, solidaridades con el universo natural, retornos a la apreciación profunda por la vida, y nuevas maneras de elaborar, transmitir y aplicar el conocimiento científico”.

El actual responsable de la política ambiental del país se adelantó en ese fin de siglo a develar “claves para entender la “sociedad del riesgo”, y para reconocer en el aparente “caos contemporáneo” los perfiles de un prometedor movimiento de ideas, conocimientos y actitudes cuyo fin último es, está siendo, la construcción de una “sociedad sustentable”.

Observaba un esperanzador proyecto que se nutría de tres fuentes: la ecología política, la espiritualidad y la metamorfosis del conocimiento científico.

“La ecología política, concebida tanto como la explosiva generación de ideas y conceptos que han inundado al mundo en las últimas cuatro décadas, como los miles de iniciativas y movimientos sociales construidos en torno a la agricultura ecológica, el riesgo urbano e industrial, el consumo sano y seguro, la apreciación profunda por la naturaleza o la conservación de la vida y del planeta”.

De la espiritualidad afirmaba que “Encuentra su principal abrevadero en las culturas y los pueblos indios del mundo. Sus cosmovisiones, conocimientos y prácticas constituyen un reservorio de inspiración civilizadora, y sus movimientos, iniciativas y demandas aparecen cada vez más articuladas al movimiento ambiental, tanto que en muchos casos se hace difícil distinguirlos”.

Sobre la metamorfosis del conocimiento científico, señalaba: “Existe un cada vez más profundo y extendido movimiento de ideas cimbrando los cimientos filosóficos, teóricos y prácticos de la actividad científica convencional, pone al descubierto el papel jugado por la ciencia y la tecnología en la creación de un mundo injusto, perverso y peligroso y ofrece elementos para su superación”.

Toledo retomó el concepto de “conciencia de especie” (Toledo, 1992), rasgo que asumieron los militantes de los nuevos movimientos sociales al reconocerse no sólo con pertenencia a una familia, un linaje, una comunidad, una cultura, una nación o a una cofradía religiosa o política, sino como parte de una especie biológica (el Homo sapiens), dotada de una historia y necesitada de un futuro, y con una existencia ligada al resto de los seres vivos que integran el hábitat planetario y, por supuesto, en íntima conexión con el planeta mismo.

Entre las afirmaciones que Toledo Manzur hacía en 1994, recobra actualidad la que sostiene: “Por algo estamos viviendo y sufriendo una crisis ecológica de escala global: la racionalidad del mundo industrial es intrínsicamente incompatible con los patrones y principios de la naturaleza”.

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