Miles de millones de personas viven en la pobreza, mujeres en su mayoría; quedan en condiciones de vulnerabilidad por diferentes razones: desigualdad en el acceso al trabajo remunerado, ingresos más bajos, falta de protección social y falta de oportunidades de educación.

A muchas mujeres se les sigue negando la misma remuneración que a un hombre, en igualdad de preparación profesional y laboral. 

Las mujeres tienen menos posibilidades de recibir una pensión.

A nivel mundial, los ingresos de las mujeres son un 24 por ciento menores que los de los hombres y las mujeres ganan por término medio la mitad de ingresos que los hombres durante su vida.

Las mujeres también hacen casi dos veces y media 
de trabajo no remunerado, incluyendo el trabajo doméstico.

A pesar que la violencia contra las mujeres y las niñas se lleva a cabo en todos los grupos socioeconómicos, quienes viven en la pobreza se exponen a riesgos particulares. La falta de autonomía económica puede reducir las opciones de las mujeres y las expone a un mayor riesgo de violencia y explotación sexual, limitando las vías de escape de situaciones violentas y crea barreras adicionales para acceder a atención en salud, a servicios legales y sociales.

La pobreza a su vez puede ser una consecuencia 
de la violencia, haciendo que las mujeres pierdan ingresos y afecta su capacidad de acceder a mejor nivel educativo.

Estos riesgos implican que las mujeres a menudo tengan que enfrentar en situación de vulnerabilidad otras formas de 
discriminación, aparte de la género, discriminación por su origen étnico o racial o si viven con una discapacidad.

Garantizar la igualdad de género es clave para superar la pobreza y erradicar la violencia contra las mujeres y las niñas. La inversión en el empoderamiento económico de las mujeres allana su camino para garantizar su independencia económica y contribuir de manera significativa a una economía sustentable. 

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