La semblanza familiar de la niña Juana Inés comienza con la llegada de sus abuelos maternos, Pedro Ramírez de Santillana y Beatriz Rendón quienes, al parecer venían de Sanlúcar de Barrameda (Andalucía) y se instalaron entre los pueblos de Huichapan y Yecapixtla. De esta pareja nació, entre once hijos, la que fuera madre de la poetisa, Isabel Ramírez (criolla iletrada nacida en Yecapixtla), quien pasado el tiempo, conoció en San Miguel Nepantla al capitán (de origen vasco) Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca, con quien procreó a tres mujeres: María, Josefa María y Juana Inés. Tiempo después el capitán desaparece de la vida de Isabel Ramírez, uniéndose esta mujer a otro capitán de nombre Diego Ruiz Lozano, con quien procreó otros hijos: Diego (1656 ó 1657), Antonia (1658) e Inés (1659).

          La niña Juana Inés creció principalmente entre las haciendas de Nepantla y Panoayán, en la biblioteca del abuelo, quien combinaba la lectura y cultura con la siembra del maíz, trigo y crianza del ganado; para la labranza, se sabe que en esta época, se ocupaban algunos esclavos (negros y mulatos). Los años de aprendizaje de sus primeras letras transcurren en estos hermosos lugares que ven siempre hacia los volcanes Popocatépetl e Ixtaccíhuatl. Los abuelos maternos de Juana Inés, Pedro Ramírez de Santillana y Beatriz de los Reyes Ramírez, murieron entre los años 1655 y 1657, haciéndose cargo por completo de las haciendas, la madre de Sor Juana. Hacia esos años nacieron sus tres medios hermanos. Ella compone su primera Loa eucarística al Santísimo Sacramento hacia 1656-1657. Según datos de su biógrafo, el padre Calleja, Juana Inés pudo haberse trasladado a la capital del reino después de los ocho años de edad, donde la recibe su tía materna María Ramírez, esposa de Juan de Mata. Sin embargo, se tienen noticias más certeras a partir de los quince años de la jovencita y sobre todo a partir de que tiene relaciones con la corte virreinal.

          La vida de Juana Inés fue cambiando en la “muy leal y noble ciudad de México”. En casa de su tía María,  aprendió tareas femeninas, “labores que deprenden las mujeres”. Por la misma época recibió sus primeras 20 lecciones de gramática latina con el bachiller Martín Olivas (mismas que fueron pagadas por su confesor, el padre Antonio Nuñez de Miranda). Tiempo después ya se encuentra en la corte virreinal aproximadamente hacia 1665, al servicio de la virreina, marquesa de Mancera. Para el 14 de agosto de 1667, ingresa al convento de San José de carmelitas descalzas y el 18 de noviembre del mismo año lo abandona, se cree que fue por motivos personales por no aceptar las durezas de la orden teresiana.

          Hacia el año de 1668, en febrero, Juana Inés ingresa como novicia al convento de San Jerónimo, de las hijas de Santa Paula (fundado desde 1585) donde se practicaba la regla de San Agustín. Se da por sentado que la dote que se pagó para su ingresó pudo haber sido subvencionada por su primo político Juan Caballero (esposo de su prima Isabel, hija de María y Juan de Mata) quien cubrió la cantidad de 3000 pesos en oro de la época. Profesa como religiosa en este mismo convento el 24 de febrero de 1669; donde protestó como monja jerónima de coro y velo: “Protesta que, rubricada con su sangre, hizo de su fe y amor a Dios”. Una primera enfermedad del tifus la pone en verdadero peligro hacia los años de 1671 o 1672. En este lugar pasará el resto de su vida la joven monja, aproximadamente 27 años, de los cuales sobresalió más que en el ejercicio religioso (que cumplía cabalmente) en la escritura y en la administración del convento del que fue contadora durante nueve años. Estos fueron años en que sor Juana convivió fraternalmente con los marqueses de Mancera, a quienes quería mucho y dedicaba parte de su poesía. Hacia el año de 1673 morirá la que fuera su protectora y mecenas, la marquesa de Mancera Leonor Carreto (en Tepeaca, Puebla, rumbo a Veracruz).

El año de 1680 será muy significativo para la ciudad virreinal así como para la monja jerónima, ya que compone el Arco Triunfal del Neptuno alegórico de los virreyes recién llegados, los marqueses de la Laguna. A partir de este momento la fama de la monja jerónima así como su madurez en las letras van llegando de uno en uno, además de recibir apoyos económicos para sus proyectos personales y conventuales. Al mismo tiempo su buena relación con la Corte le permitió escribir más cada día. Con anterioridad a la publicación de sus obras completas, se habían editado ya algunos de sus villancicos en 1676 que continuarían hasta 1691. No sólo escribía poesía, para el año de 1683 se presentó en la ciudad mexicana, la comedia ganadora de un certamen en el que participó y salió ganadora: Los empeños de una casa.

          Pero no todo eran triunfos en la vida de Juana Inés, al parecer se intercalaban los éxitos con las penas. En el año de 1688 (el 3 de enero) moría su madre Isabel Ramírez. Al año siguiente, y gracias a la protección de la esposa del virrey, doña María Luisa Manrique de Lara, Condesa de Paredes,  se publicó en Madrid, uno de los compendios más importante de toda su obra bajo el título de la Inundación Castálida de 1689. En esta edición española se dan a conocer todos los poemas bellísimos de Sor Juana que ya la habían consagrado más que como monja como una poeta de la vida, del amor y de los requiebros de los desamores. En este volumen podemos encontrar sus conocidos sonetos, romances, redondillas, endechas, liras y otros géneros líricos, sumándose a la brillantez de los versos el Arco Triunfal del Neptuno alegórico ya mencionado.

          Además de su poesía y de su drama ganador en el certamen, Los empeños de una casa, también escribió la comedia Amor es más laberinto (cuyo estreno fue en 1689). La primera es una obra que se debe toda a la escritora y la segunda la hizo en colaboración con Juan de Guevara (quien se encargó de el acto segundo). Las dos son típicas comedias de capa y espada o también llamadas en la península comedias de enredo, tienen el sabor del verdadero teatro de los siglos de oro españoles con tintes que van desde el teatro nacional de Lope de Vega hasta el teatro más complejo de Calderón de la Barca. De este último dramaturgo español también encontramos correspondencia con el otro gran género trabajado por la jerónima, se trata de tres autos sacramentales que escribiera Sor Juana: El cetro de José (en Madrid, 1692), El mártir del sacramento san Hermenegildo (también de 1692) y El divino Narciso (publicación en 1690). El primero de los autos sacramentales de carácter bíblico, el segundo histórico y el último mitológico.

Sor Juana escribe, sólo un año después de la Inundación Castálida (de 1689)  la conocida Carta Atenagórica de 1690, cuyo nombre original fue La crisis de un sermón en donde contesta un famoso sermón del padre portugués Antonio Vieyra (predicado en Lisboa desde 1650) y donde replica teológicamente acerca de las finezas de Cristo, carta que le costó un fuerte regaño y duras aseveraciones sobre su vida religiosa y sus ratos de ocio en la escritura por parte del Obispo de Puebla, cuyo seudónimo fue para la ocasión del regaño el de Sor Filotea de la Cruz.

          Para contestar la carta del Obispo Manuel Fernández de Santa Cruz sor Juana medita y escribe su Respuesta a Sor Filotea (1º de marzo de 1691), en este interesante texto pueden conocerse varios datos biográficos e intelectuales de Sor Juana, desde que era pequeña. En el mismo año de la Respuesta, sor Juana publica en Puebla de los Ángeles los villancicos a Santa Catarina ex profesos para la catedral de Oaxaca. De la misma manera en la Respuesta ella declara haber escrito por propio gusto un papelillo “que llaman El sueño”. Poema filosófico de 975 versos escritos en una silva que sigue los modelos retóricos de la época y en el que la propia sor Juana declara que se ha escrito a semejanza de Las soledades de Góngora. Poema del poeta cordobés escrito hacia 1613. No obstante, la intención en el poema de sor Juana es la de plasmar un viaje del conocimiento y la impotencia de poder poseer todo al final del mundo iluminado. Este mundo iluminado que quizá era también una forma de nombrar al conocimiento futuro; al siglo que llegaría pronto y del que sor Juana ya no disfrutaría (siglo XVIII).

          Hacia el año de 1692 se publica el “Segundo volumen de las Obras de Soro Juana Inés de la Cruz” (Sevilla, 1692). Entre este año y el siguiente (1693) escribe sus interesantes Enigmas para la Casa do placer de las monjas portuguesas. A partir de esta fecha encontramos ya una separación rotunda y un retiro en la monja escritora, deja ya de acudir al locutorio e inicia un silencio sin retorno. Por último en el año anterior a su muerte, el 8 de febrero de 1694 firmó su Profesión de fe” y ratificó con su sangre sus votos religiosos; reiteró su defensa de la Inmaculada Concepción.

          Para el año de 1695, el 17 de abril, muere como consecuencia de la típica enfermedad epidémica de la época, el tifus. Muy bien no se sabía nombrar a la enfermedad se le comparaba con una enfermedad que azotaba a las plantaciones con manchas fuertes y grandes, este era el tabardillo Tifus  o tabardillo, no se sabe pero ese mismo año, se sabe, murieron 7 religiosas (en el mes de abril fueron 3 de este grupo de monjas). También muere su confesor, el padre Antonio Núñez de Miranda. A Juana Inés se le sepultó en el coro bajo de la iglesia del templo de San Jerónimo, actualmente ex templo de San Jerónimo de la Universidad Claustro de Sor Juana, donde ha recibido el nombre de Auditorio “Divino Narciso”. En 1700 se publicó en Madrid: “Fama y Obras phóstumas del Fénix de México, décima Musa, Poetisa Americana Sor Juana Inés de la Cruz”.

          Sirva esta sucinta vida de sor Juana para recordarnos 325 años después de su muerte la vulnerabilidad del ser humano. Los prodigios, los encantos y toda la sabiduría de nuestra musa fue arrebatada por una epidemia de la cual no pudo escapar por  servir a su comunidad dentro del convento.

          En plena primavera del año 2020 aquí en San Jerónimo recordamos a la luz de una pandemia, que los versos de sor Juana trascienden más allá de los muros y de las enfermedades. Se proyectan en el corazón, en la gratitud y en el deber ser.

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Lourdes Aguilar Salas
Abril 2020.

Tomado de:
Antología Sor Juana y su mundo, Universidad del Claustro de Sor Juana, México.

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