Discurso No. 030

Palabras del secretario de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, Jorge Carlos Ramírez Marín, en el homenaje a Jacobo Zabludovsky organizado por la Asociación Mexicana de Urbanistas y el Colegio de Arquitectos de la Ciudad de México-Sociedad de Arquitectos Mexicanos.

México, D.F. 07 de abril de 2014.

Muchas gracias, estimado público; es un honor estar aquí y estar aquí con este motivo todavía lo es más.

Saludo por supuesto, como lo han hecho todos, la presencia de tan distinguidas personalidades. No hay, para mí, ninguna duda de que la mayor satisfacción y el mejor premio que da la política es esta oportunidad de codearnos de pronto con nuestros personajes favoritos, de ver en la vida real y de carne y hueso a personas a las que admiramos tanto y por tanto tiempo y tenerlos ahora frente a frente.

Para mí es un honor esta tarde -y lo hago además con la representación del Gobierno de la República- participar en esta designación que es, por supuesto, además un homenaje a Jacobo Zabludovsky indudablemente merecido. Muchas gracias don Jacobo por esta extraordinaria oportunidad.

Saludo, por supuesto, al Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, nuestro amigo el doctor Miguel Mancera; a nuestro distinguido presídium encabezado por don Fernando Méndez del Colegio de Arquitectos, el arquitecto Joaquín Álvarez Ordóñez del Colegio de Urbanistas, a mi muy querida Beatriz Pagés; por supuesto al doctor José Narro, Rector de nuestra máxima casa de estudios y al representante del Poder Legislativo, diputado Jorge Herrera Delgado; y permítanme el exceso de saludar a otro de mis personajes favoritos, al que conocí en la misma época -por supuesto en la televisión- que a Jacobo, al licenciado Miguel Alemán. Muchas gracias Don Miguel por acompañarnos esta tarde.

Amigos, yo soy un fervoroso creyente de que el fuego no fue descubierto por un hombre, yo creo que el fuego lo descubrieron dos hombres y les explicaré en un momento más porqué.

Después de todos estos saludos, a mí me corresponde hablar de por qué Jacobo Zabludovsky debe ingresar al Colegio de Urbanistas y por qué tenemos que hablar de urbanismo. Porque hablar de urbanismo es hablar de nuestro “sentido” de ciudad; y no digo “sentido” en el término de camino o ruta, hablo de sentido como la vista, el olfato, el oído.

La ciudad se siente y se desarrolla un sentido para la ciudad, porque como la vista, el olfato, el tacto, es una forma particular de percibir la realidad, una forma colectiva, una forma entre todos; nos hace percibir un lugar donde coexistimos todos, donde al individualidad es imposible, eso es una ciudad.

Y hablar de la ciudad es hablar, por supuesto, de ciudadanía, equilibrio, justicia, lo que nos permite coexistir a través de derechos, obligaciones, y lo que nos hace poder compaginar la diversidad; porque sin duda, si la ciudad no puede ser singular, entonces su mérito es precisamente la diversidad, reconocernos en esa diversidad, acompañar esa diversidad, enriquecer esa diversidad y sacar provecho de esa diversidad, el único espacio donde eso puede ocurrir es una ciudad.

La diversidad de la existencia urbana se manifiesta sobre todo a través de la inclusión de todas sus éticas y sus estéticas; de cómo nos comportamos y de cómo la vemos, y que tan agradable o tan apreciable es para que podamos apreciarlas. Así se constituyen ambas caras de ser ciudad, la cara ética y la cara estética que es lo que hoy reconocemos en dos personalidades que esta ciudad en particular ha asumido como hijos predilectos y que además son hermanos, feliz acontecimiento del destino que nos regaló dos grandes y extraordinarias vocaciones.

La ciudad de México, esta maravillosa y generosísima ciudad, ha requerido de la vocación del amor para lograr no sólo su existencia, sino fundamentalmente su permanencia; una verdadera propensión a encontrar lo hermoso en medio de lo difícil; un ánimo permanente para destacar lo sublime en algo que puede volverse cotidiano.

Esta vocación amorosa por el territorio propio es lo que reconocemos hoy en la Asociación Mexicana de Urbanistas con el apoyo del Colegio de Arquitectos de la Ciudad de México; esta vocación amorosa por el territorio en el que coexistimos, en le que se dan la mano las diversidades, es lo que reconocemos hoy en Jacobo Zabludovsky, esta pasión por la ciudad que le ha llevado a ser un impulsor incesante de iniciativas para el orden, para la memoria colectiva y la belleza.

Amigos, ustedes que han vivido aquí todos los días, quizá lo perciban de alguna manera; los que vivimos en otras ciudades durante mucho tiempo, los que crecimos en esas ciudades, amamos esas ciudades, apreciamos esa diversidad desde lejos.

Y entonces hoy no sólo reconozco el valor de Jacobo Zabludovsky para la ciudad de México, sino el valor de Jacobo Zabludovsky para hacer entender y amar la ciudad de México a todo el resto y el conjunto de las ciudades mexicanas, eso es lo que más distinguimos el día de hoy.

Su andar y su habla, su paso y su acción, sus palabras, sus frases y sus generosos gestos para convocar a otros en una misión que parecería imposible: hacer de la más grande ciudad del Mundo, la más bella ciudad del Mundo, hacerla la ciudad de todos; esto -sin lugar a dudas- sólo se puede lograr cuando este sentido de la ciudad se ha desarrollado a través de los años, se ha crecido con él y se ha impregnado en cada uno de los lugares donde es posible impregnarla.

Porque la Ciudad, estimados amigos, no es otra cosa que el lienzo donde se estampan las huellas digitales de cada día, de cada vida: el primer beso, el primer trabajo, la primera reunión, el primer encuentro, el primer poema, quizá; eso es lo que cada espacio va significando, algo para la vida de todos. Y después se transforma en “la vez”: la vez que fuimos, la vez que conocimos, la vez que estuvimos. Y por desgracia, con nuestro descuido, se convierten en “la última vez”; la última vez que vimos, la última vez que estaba todavía, la última vez cuando existía aún.

Eso es lo que no puede ocurrir. Hoy homenajeamos a dos hombres que se decidieron a ser la huella y la memoria de la Ciudad; a Abraham Zabludovsky impregnando en cada día un espacio donde quedara memoria permanente de su arte, de su creencia, de su pasión.

Jacobo Zabludovsky salvando para todos la memoria de esas huellas, y la identidad de esas ciudades. Destaco su afán de que, para no perder la identidad de nuestro rostro, del legendario y denso corazón del Centro Histórico, donde además están las raíces de su infancia en la colonia Doctores, y luego en el barrio de La Merced.

Honramos, por supuesto, la memoria de Abraham Zabludovsky, hacedor de espacios públicos, teatros, museos, bibliotecas, que hoy son lugares de encuentro, y que forman parte de la fisonomía actual de la Ciudad de México; muchos de ellos resultado de la fructífera relación del Arquitecto Zabludovsky con otros arquitectos como Mario Pani, Teodoro González, etcétera.

Ambas vidas, Abraham y Jacobo, son crónicas de lo que ha pasado en esta Ciudad de los Palacios; el día que ustedes me llamen y no les conteste, escucharán la voz de un yucateco que dice “desde la Ciudad de los Palacios”. Así la nombrábamos nosotros desde el lejano Yucatán, y gracias a Jacobo Zabludovsky aún podemos decirle así, la Ciudad de los Palacios, sobre todo la que permanecerá para la posteridad en ella, los edificios y la autenticidad urbana, a través de la preservación del Centro Histórico.

Como no referirnos con veneración hacia esta ciudad de ciudades, magnificente, y -a veces- dura metrópoli que es la Ciudad de México; que es el lugar de millones de personas y algunos, como nosotros, que venimos aquí a recibir sus dones, y vemos como milagrosamente coexisten en relativa paz; y en el proceso del milagro se llena de belleza, de sentido, de identidad, y se hace efectivamente la ciudad de todos. Como no rendir homenaje a quien ha sabido guardar, e invitarnos a todos a guardar, la memoria prolífica de este extraordinario espacio que es la Ciudad de México.

Ciudad profética porque recordemos, Don Jacobo, que la Gran Tenochtitlan existió primero en la mente de sus fundadores, así como lo fue también otra ciudad, con otros palacios más allá, al sur del Mar Muerto, la mítica Masada donde, como dice la tradición judía, el sentido de identidad los condujo, incluso, a la inmolación colectiva como un último gesto de su penitencia.

La Gran Tenochtitlan -hoy la ciudad de México- y aquella ciudad israelita, dos linajes que hoy vienen a cuento porque los tenemos aquí presentes en ocasión del merecido homenaje que le rendimos a este insigne mexicano que las reúne; y a la memoria de otro, de Abraham Zabludovsky, el gran Arquitecto cuyas obras significan para México el ejemplo de urbanismo y arquitectura mundial. Ambos personajes parte de esa familia de inmigrantes polacos que se hicieron mexicanos, encantados de la vida por nuestra vida, clan tan querido por todos, y que tanto nos ha dado, la familia Zabludovsky Kraveski.

A nombre de los agremiados a la Asociación Mexicana de Urbanistas, del Colegio de Arquitectos de la Ciudad de México, con la digna representación del Gobierno de la República, le doy la bienvenida, licenciado Jacobo Zabludovsky, como Miembro de Honor a estas asociaciones. Enhorabuena por este reconocimiento, que la agudeza de su sentido de ciudad, tanto en su cara ética como en su cara estética, se propague por todos los rincones del país a través de los agremiados de estas organizaciones y, si no es mucho pedir, se propague en todos los ciudadanos.

Decía al principio que no tengo duda que fueron dos hombres los que descubrieron el fuego: aquel que lo guardó maravillado de tal ciencia, de tal embrujo, y se llevó aquel pedacito brillante, hasta que por su propio egoísmo se acabó; otro, el que tomó aquel pedazo, obra seguramente de la naturaleza, y decidió convertirlo en una antorcha que, desde entonces, iluminó a sus semejantes. Jacobo Zabludovsky pertenece, sin duda, a esa segunda categoría de hombres, y hoy le rendimos homenaje.

Muchas gracias