Las cartas geológicas conforman un bien nacional; contienen información de yacimientos minerales y datos geoquímicos; son mapas que permiten conocer la estructura geológica de México, es decir, los tipos de roca: su distribución, edad, deformaciones, composición y origen. La información constituye una sólida base para explorar por recursos minerales, geotérmicos e hídricos, pues se trata de bienes asociados a la evolución e historia geológica del país. Conocer los recursos es un deber que se lleva a cabo mediante la generación de cartografía, para beneficio de la sociedad.

Los detalles que aparecen en un mapa geológico se interpretan primero en imágenes de satélite, en las que se pueden identificar y registrar los tipos de roca, trazas de fallas, fracturas, ejes de pliegues, deformaciones, discordancias, alteraciones, coloraciones del terreno, drenaje (la red de ríos y arroyos) y minas, pozos de agua y petroleros o cualquier otro rasgo natural que pueda ser útil para el levantamiento.

Posteriormente, una vez interpretadas las imágenes en dos o en tres dimensiones, los datos se verifican en el campo, en los afloramientos de roca expuestos en las sierras, en los valles, los desiertos o las selvas. La información se digitaliza en el momento del levantamiento y se incorpora a colectores de datos. La tarea es ardua, y requiere de vocación para caminar y desplazarse al aire libre en largas jornadas de campo. Sin embargo, no existe nada más apasionante que conocer los rincones más inéditos de un país, y terminar dialogando con la naturaleza para entender sus secretos geológicos.  

Participan en el proceso, principalmente geólogos, aunque colaboran también, profesionales en geoquímica, geofísica, paleontología, geografía y biología, lo que permite generar y aportar información confiable y actualizada. Por ello las cartas geológicas se consultan y utilizan para una variedad de propósitos: desde la investigación científica, hasta la exploración de recursos, incluida la geohidrología, que consiste en ubicar mantos de aguas subterráneas; los yacimientos de minerales, así como para los estudiosos de los peligros de origen natural, por ejemplo, los deslizamientos de laderas que, por supuesto, tienen que ver con la composición de las rocas, su estabilidad y el grado de deformación y los sistemas de fracturas y falla que las afectan.

Por todo ello, todas las personas atraídas por el conocimiento geológico cuentan con los mapas que genera la institución, lo cual incluye, por supuesto, a los investigadores, los estudiantes, los jefes de exploración de las empresas mineras, los geohidrólogos, los vulcanólogos y los profesionales interesados en peligros naturales.

El primer mapa geológico de la República Mexicana se publicó en 1889, año en el que Francia celebró los cien años del inicio de su Revolución, por lo que invitó a muchos países a participar en la Exposición Universal de París. México llevó, entre otras cosas, el primer mapa geológico a escala 1 a 3 millones, pues se había extendido la fama por toda Europa de que en el país existían ricos y numerosos depósitos de minerales.

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