Agradezco la distinción que me hace la Universidad de Santiago de Chile al concederme el Doctorado Honoris Causa. Es un honor recibir esta distinción académica de parte de una Casa de Estudios que tiene más de siglo y medio sirviendo a esta gran nación latinoamericana.

Extiendo mi gratitud a la comunidad de la institución. A sus académicos, estudiantes y trabajadores: ¡Con toda sinceridad, muchas gracias! Me siento distinguido y muy honrado por los integrantes de una universidad que realiza, día a día, notables esfuerzos para proporcionar educación de calidad a jóvenes chilenos.

En especial quiero agradecer al señor rector, Doctor Juan Manuel Zolezzi Cid, por su iniciativa y por las muchas experiencias que juntos compartimos para impulsar la unidad latinoamericana en materia de educación superior y de investigación científica. La convicción compartida de que la educación es un bien público y por tanto una responsabilidad del Estado, nos hizo coincidir cuando tuve la responsabilidad de ser rector de la UNAM, en múltiples foros, con la finalidad fomentar los procesos de intercambio, innovación y emprendimiento universitarios. Por ello, por su amistad, pero sobre todo por su compromiso académico y social, reitero mi agradecimiento al señor rector de esta universidad de Santiago de Chile. Me da gusto formar parte desde hoy de su comunidad. 

Al recibir este doctorado Honoris Causa no puedo dejar de expresar mi cariño por esta gran nación. Muchos son los lazos que unen y hermanan a chilenos y mexicanos. Por ello quiero recibir este reconocimiento como una muestra del aprecio de nuestros pueblos, como una expresión del vigor que históricamente han tenido las relaciones entre los dos países.

Nuestras dos naciones siempre han tenido una estrecha cercanía, incluso en los tiempos que, por razones políticas, las sedes diplomáticas suspendieron tratos. Aun en tiempos de dificultades internacionales, nuestras comunidades académicas o intelectuales nos han mantenido cercanos. En México se mantienen vivas las presencias y los recuerdos de los intelectuales chilenos que en diversos momentos y por distintas razones llegaron a enriquecer su vida intelectual, pero quiero destacar especialmente a Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Salvador Allende, tres chilenos universales.

Cuando a comienzos del siglo XX los países de América Latina estaban sumidos en el analfabetismo, en México José Vasconcelos, alentado por la entonces reciente revolución inicia una campaña masiva para acabar con el flagelo social que implica no saber leer ni escribir y para extender los beneficios de la cultura y la educación a todos los que se pudiera. Fue entonces, en 1922, que invita a sumarse a la revolución educativa mexicana a la entonces ya prestigiada maestra chilena Gabriela Mistral, la primera mujer hispanoamericana en obtener el Premio Nobel.

Octavio Paz, quien también fue merecedor de dicho galardón, en su texto "El Pan, la Sal y la Piedra" escribió:

" …entre los escritores hispanoamericanos que vivieron en México en los primeros años de la década de 1920, invitados por José Vasconcelos, entonces Ministro de Educación de la joven revolución mexicana, Gabriela Mistral fue la figura más destacada ... La presencia de Gabriela Mistral en la patria de sor Juana Inés de la Cruz fue, más que una coincidencia, una verdadera rima histórica y literaria: son las dos grandes poetisas de nuestras tierras. Mejor dicho, de la lengua española ...”

Hoy todavía, cuando el analfabetismo no ha podido ser erradicado del todo, el pensamiento y la acción de Mistral y Vasconcelos deben ser emulados para enseñar las primeras letras a quienes no tienen acceso a ellas debido, principalmente, a razones ligadas a la pobreza, la marginación y la exclusión social.

¿Cómo no recordar también a Pablo Neruda?, otro gran poeta, Nobel y diplomático chileno. Tengo muy presentes sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada y su recital poético en la Ciudad Universitaria de la UNAM en julio de 1966. Ayer visité su hogar en la Isla Negra y llevo conmigo, de regreso a México, su espíritu y sus emociones.

En varios momentos, y lo puedo decir con orgullo, México ha sido un espacio en el que han tenido, tienen y tendrán acomodo y sitio para el desarrollo y la vida intelectual académicos, científicos, humanistas, artistas extraordinarios que se han exiliado, procedentes de países hermanos que viven momentos complejos en el tránsito de la vida democrática.

¿Cómo no recordar al Dr. Salvador Allende? Con él la política y la democracia tuvo un momento de esplendor en Chile y en América Latina. Tenemos que recordarlo por su vida, por su obra, por su pensamiento.

Él cultivaba muchas de las virtudes que deben exigirse a un hombre público: honestidad, congruencia, solidaridad, lealtad, visión de Estado, compromiso con las necesidades de la mayoría, trabajo, generosidad y un elemento de enorme valor para cualquier ser humano que se precie de serlo: dignidad.

Salvador Allende fue un hombre que a lo largo de su vida se distinguió por su convicción de trabajar para los demás, por su tenaz, persistente, imbatible capacidad para defender una doctrina y, también, para proyectar cambios en la realidad. En él, se articularon de manera consistente pensamiento, discurso y acción en un sólo sentido: la búsqueda de la justicia social y la mejoría de las condiciones de la población.

Mal haríamos si olvidáramos sus lecciones. Sus enemigos se equivocaron rotundamente. Con su desaparición aseguraron la validez de su pensamiento. La aceptación del estrecho vínculo entre lo social y lo económico, le permitió entender el compromiso social que debe tener cualquier práctica política, en especial en los países de nuestra región caracterizados por la desigualdad en la distribución del ingreso.

No tendremos desarrollo verdadero y mejores niveles de vida, mientras persista la pobreza que nos marca y avergüenza. En tanto la nuestra sea la región más desigual del planeta, mientras tengamos niños que mueren prematuramente y existan muertes prevenibles, en tanto nuestros adolescentes no tengan acceso a la educación y estén expuestos al riesgo de las drogas, mientras nuestros jóvenes universitarios no tengan empleos dignos y nuestra población carezca de los niveles mínimos de subsistencia y bienestar.

Los países de América Latina y el Caribe pueden superar sus viejos problemas con unidad de propósitos, con colaboración, con programas regionales que ofrezcan a nuestra población un mejor futuro. Podemos con unidad transformar nuestra realidad llena de contrastes, desigualdades e injusticias. Nunca como ahora, la humanidad había tenido tantos bienes materiales y riqueza, y nunca como ahora habían estado tan mal distribuidos.

Evidentemente algo no funciona como debería. Evidentemente debemos cambiar nuestros enfoques para el desarrollo. Pertenezco a una generación que creció y se formó con clara conciencia de que la determinación, la preparación y el trabajo permiten transformar la realidad de las personas y también de las colectividades. Dejemos de mirar a otras latitudes para inspirar nuestras políticas, volvamos a nuestras miradas hacia dentro, recordemos que tenemos un origen y una historia común que nos hermana.

No podemos permitir que la desigualdad y la pobreza se hagan más profundas. Necesitamos nuevas políticas para renovar nuestra vida colectiva. Cierto es que es necesaria la adecuada articulación entre las políticas económica, productiva, laboral y social. Pero también sabemos, sobre todo por los análisis hechos por la OCDE, la CEPAL y otros organismos regionales, “que las múltiples dimensiones de la desigualdad se encadenan, entrecruzan y potencian entre sí, afectando particularmente a determinados grupos de población”.[1] Y sabemos que la pobreza y la desigualdad tiene mecanismos para auto reproducirse y que, para romper el círculo, se requiere la activa participación del Estado para compensar los desequilibrios que el mercado produce.

Es hora de pensar en lo social. Necesitamos cambiar nuestras perspectivas y nuestros enfoques. Algunas de las políticas adoptadas en el pretérito y en el pasado cercano fueron útiles para avanzar y para mejorar, pero ya dieron lo que podían dar. Tenemos que construir nuevas utopías. Cierto es que ha tocado a nuestras generaciones hacer realidad las del pasado. Ahora debemos formular otras para anticipar las necesidades del mañana y corregir lo que evidentemente ya no funciona.

Es hora de pensar en que lo más importante es la gente y no las cosas, no los bienes materiales. Ninguna política, ningún modelo económico vale la pena si no produce bienestar social, si no facilita la igualdad de oportunidades, si no hace cumplir efectivamente los derechos sociales, si no aminoran las desigualdades y la pobreza. Nada de esto lograremos sin unidad de propósitos, sin altura de miras, sin pactos que respeten y garanticen la pluralidad política para avanzar socialmente. Estoy de acuerdo con quienes piensan que urge transitar de una cultura del privilegio a una cultura de la igualdad.

En esta oportunidad quiero referirme también a un problema extendido que aqueja a nuestras sociedades, el de la desvalorización de la política. Se trata de un hecho que surge del actuar de los profesionales de ese campo y que tiene efectos perniciosos y profundos, inmediatos y de largo plazo. De un proceso que aleja a los jóvenes y a los mejores de la acción política, que disminuye las posibilidades de alcanzar acuerdos y en consecuencia que fomenta la división y también los desencuentros.

En la política hace falta más congruencia entre pensar, decir y hacer; mayor eficiencia en los resultados que se obtienen; mayor compromiso en el trabajo para los que más requieren; menos debilidad en la defensa de las ideas y los ideales. En particular, echamos de menos la habilidad para proyectar cambios en la realidad y para conseguirlos con el concurso de la mayoría y la participación de todas las fuerzas políticas.

Por lo señalado, ahora se hacen necesarios el cambio y la reforma. Urge cambiar lo que no funciona, lo que enfrenta a los valores laicos establecidos, lo que se constituye en una forma de egoísmo rapaz. Hay que reformar prácticas y sistemas fallidos que un día fueron pertinentes, pero que ahora dejaron de responder a las nuevas realidades. Hay que cambiar para pensar distinto y actuar de manera diferente. Hay que hacerlo para plantear nuevas utopías, después de haber hecho realidad las que otros nos heredaron.
Hace poco más de siete años, en abril de 2010, la generosidad del doctor Zolezzi, rector de esta gran Universidad y la de su comunidad, me dieron la oportunidad de dictar la conferencia inaugural del año académico correspondiente. En aquella oportunidad compartí con ustedes mi pensamiento sobre la importancia de la educación superior, en especial la pública. 

Hoy, al reiterar esa convicción, digo que soy uno de los muchos que consideran que, si bien la educación no resuelve todos los problemas, sin ella no encuentra solución ninguno de los importantes. De igual forma sostengo que la salud está en todo e importa a todos. Es un derecho y un igualador, es un requisito para el progreso y genera un boleto al disfrute de la vida. Es por esto que, para cualquier estado nacional, para cualquier gobierno responsable, son las dos grandes pinzas del desarrollo social.

En aquella oportunidad sostuve que "Las universidades constituyen el mayor instrumento para la construcción de un mejor futuro para nuestras sociedades.... Las universidades públicas son la conciencia de la sociedad de la que emergen; han sido fundamentales para el desarrollo y reforzamiento de los valores democráticos, de los valores de las sociedades laicas.... (y) deben seguir ofreciendo, a la sociedad y a sus gobiernos, conocimientos críticos, cuestionamientos informados y sustentados, pero también propuestas de solución a los problemas que enfrentan...".

No me sería posible venir a este templo del saber, hablar para la juventud que forma parte de su comunidad y no hacer alusión a ella. Por eso, me permito compartir un pensamiento que publiqué recientemente. "Ser joven es, sin duda, pertenecer a un grupo de edad, pero no solo eso. Implica también compartir una serie de valores e intereses. La juventud se caracteriza por perseguir la utopia y expresar la rebeldía frente a lo establecido. Han sido los jóvenes de todos los tiempos quienes con sus sueños e ilusiones han movido al mundo. Ser joven representa entonces buscar un mundo justo y mejor para todos. Significa tener ideales, pero también ideas".
"Por ello, ser joven hoy en día, implica búsqueda y equilibrio y demanda entre muchas otras, de la posibilidad de estar conectado sin perder el contacto personal; de enterarse sistemáticamente sin mal informarse; de vivir la virtualidad sin carecer de contacto con la realidad; de estar en la Red sin enredarse en sus trampas".

El terremoto que afectó a Chile en 2010 y que a muchos nos sacudió, impidió que viniera a presentar un ensayo sobre el lenguaje y la educación en el V Congreso Internacional de la Lengua Española. Hoy quiero referir un párrafo que escribí para esa ocasión y que sirve de cierre a mi presentación. En aquella ocasión iba a decir "El lenguaje tiene tal alcance que para muchos representa la forma de adueñarse del mundo; la manera de darle sentido al pensamiento; la ocasión de expresar las emociones: el amor, la ira, la tristeza, el resentimiento y la alegría entre muchas otras, al igual que los anhelos y las esperanzas. Su fuerza es tal, que la palabra cordial e inteligente es antídoto de la violencia. Entre mayores sean los niveles de educación y manejo del lenguaje, mayores serán las posibilidades de resolver en paz, con diálogo y uso de la razón cualquier diferendo".

Por ello les doy las gracias, por permitirme hablar y compartir. Por ello expreso mi reconocimiento, por darme la oportunidad de expresar mis sueños e ilusiones, por dar pie a señalar mi compromiso: trabajar siempre por la integración de nuestra región y sus sociedades, de hacerlo desde la paz y la cultura, desde la salud y la educación, desde los valores y las aspiraciones.

Para concluir quiero reiterar mi agradecimiento a toda la comunidad de la Universidad de Santiago de Chile por la distinción que se me ha concedido. Gabriela Mistral, dijo: “nada de la patria me faltó, y si la patria fuese protección pudorosa, delicadísima, México fuera patria mía también.”[2] Lo mismo digo de Chile. El sueño bolivariano de una América Latina unida debemos hacerlo realidad. Es indispensable y urgente.

Muchas gracias.

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