En el primer trabajo, “Abuso de sustancias en mujeres marginales”, Romero
y Durand hacen una reflexión sobre lo que representa la doble marginalidad
y discuten las estrategias metodológicas que permiten adentrarse
en este grupo. Definen a las mujeres marginales como aquellas que viven en
zonas deterioradas dentro de la ciudad, que no pueden superar su situación
por sí mismas, que poseen bajos niveles de vida, que no tienen acceso a servicios
y que no cuentan con organizaciones políticas que las representen.
Las mujeres que nos describen en este interesante número han adquirido
esta condición por una combinación de problemas de abuso de sustancias
o enfermedad mental, carencias económicas y el estar fuera del alcance de
instituciones de asistencia social.
También describen cuáles son las trayectorias que siguen las niñas para
convertirse en marginadas e ingresar a la prisión; con frecuencia sólo tienen
a su alcance actividades etiquetadas como ilegales para escapar de
la violencia y el abuso de los que son objeto, por ejemplo, escapar de sus
casas, vivir en la calle y abusar de sustancias psicoactivas. Estas son razones
frecuentes para ingresar en los consejos tutelares, lo cual incrementa
el riesgo de ingresar a prisión al ser adultas. Otros estudios habían ya
sugerido esta diferencia en la respuesta formal a la conducta de niños y
niñas trabajadores de la calle. Un estudio del Sistema Nacional para el
Desarrollo Integral de la Familia (DIF) en niños y niñas trabajadores de 100
ciudades documentó claramente cómo los niños tenían problemas con la
policía como resultado de su conducta, pero las niñas… sólo por el hecho
de estar en las calles.
Después de describir las trayectorias de estas niñas estigmatizadas, abusadas
por otros, empujadas hacia el abuso de sustancias psicoactivas y a
la ilegalidad, reflexionan sobre los retos metodológicos para abordar estas
poblaciones ocultas, entre ellos el de la selección de muestras de estudio.
Por las circunstancias en que viven estas mujeres, con mucha frecuencia
se recurre a muestreos por conveniencia; este es el tipo de abordaje que
eligieron los autores al estudiar las poblaciones cuyos hábitos de consumo
de drogas se describen en los siguientes trabajos.
Una segunda contribución versa sobre el tema de las niñas infractoras.
Eduardo Colmenares y colaboradoras reflexionan sobre la naturaleza de a justicia penal; refieren, por ejemplo, que 66% de las
autoridades del país en esta materia pueden intervenir
ante situaciones que consideren de peligro o irregulares,
presentan cifras que documentan que 1 de cada 3 ingresos
ocurre por vagancia sin que coexista una violación a la ley
penal. El artículo reporta datos sobre 73 menores infractoras
-niñas con una edad promedio de 15.9 años, con historial
de abuso de drogas, que podían leer y escribir y que no
tenían alguna discapacidad que les impidiera la realización
de la entrevista-, de las cuales 62% poseía un historial de
robo y 12.3%, de delitos contra la salud; el resto había
cometido faltas más graves que incluían el homicidio o las
lesiones. Las autoridades hicieron la lista de las niñas que
cumplían con los criterios y las canalizaron a los investigadores,
otras niñas participaron por voluntad propia al
entrar en contacto con estos últimos. De la información
que nos presentan, no es posible saber si la muestra abarcó
a todas las niñas en esas condiciones, o la magnitud de los
sesgos en su selección; no obstante, la información que
proporcionan es novedosa y muy necesaria.
El consumo de tabaco es elevado, no hay datos de abuso
de alcohol. Un factor que llama la atención es la poca diferencia
entre las cifras de consumo de inhalables y cocaína,
y el mayor consumo de esta última sustancia que de marihuana,
situación que difiere en forma importante de lo
que observamos entre estudiantes o en la población adolescente
entrevistada en sus hogares. Las formas de uso
de drogas son las tradicionales pero llama la atención el
reporte de inyección de cocaína por el riesgo incrementado
de hepatitis y VIH. El informe de uso de inhalables por vía
de inyección deberá revisarse, es probable que exista una
confusión de tipo de sustancia y la referencia se haga a la
cocaína; por otra parte, la inyección de combinación de
sustancias con alto nivel de toxicidad -como el tíner- que
se venden representa un riesgo elevado de muerte. Finalmente,
el consumo dentro de las instituciones es elevado,
situación que resulta de la ausencia de oportunidades de
tratamiento, reto urgente a enfrentar.
En el tercer trabajo se trata el tema de mujeres en prisión.
La doctora Romero documenta cómo al igual que con las
niñas, el sistema de procuración de justicia es inequitativo
con relación al género en la adultez: las mujeres adultas
reciben condenas hasta 30% más elevadas que los hombres
por los mismos crímenes. El estudio original buscaba
desarrollar modelos explicativos y proponer medidas de
intervención adecuadas a las condiciones de prisión. Si
bien el estudio se hizo en una muestra no representativa
de mujeres en prisión, los datos presentados adquieren
relevancia especial porque no se tiene información sobre
el abuso de drogas en este grupo poblacional. Al igual que
en el grupo de niñas estudiadas, los delitos más frecuentes
en mujeres adultas son los robos y los delitos contra a salud; 75% tiene síntomas de abuso/dependencia
a drogas, 80% al alcohol y 41% aceptó haber cometido
el delito bajo efecto de drogas -la más común,
la cocaína-. Nuevamente, hay un reporte de uso de
inhalables por vía de inyección que ameritaría estudiarse
más a fondo.
La cuarta contribución aborda el tema de las expectativas
del consumo de alcohol en mujeres dedicadas
al sexo comercial. A diferencia de los dos trabajos
anteriores, este grupo no tiene referente poblacional,
desconocemos cuántas mujeres están dedicadas
a esta actividad, de ahí que las estrategias de
Eva Rodríguez y sus colaboradores para detectar un
grupo de mujeres en quienes estudiar los patrones
de consumo de alcohol hayan sido buscarlas e invitarlas
a participar en el estudio en los lugares en
donde pueden ser detectadas; la mitad de su muestra
son mujeres que acudieron a un hospital que ofrece
tratamiento médico general a esta población y a un
programa de atención para mujeres, y la otra mitad
fue entrevistada en dos bares. A pesar del posible
sesgo que se deriva de incluir mujeres detectadas en
servicios de salud, en donde se esperan frecuencias
superiores a las observadas en población general,
puede decirse que las cifras de consumo que reportan
estas mujeres son elevadas; es claro que pertenecer a
esta población incrementa las ocasiones de consumo
y la probabilidad de tener consecuencias derivadas
de la ingesta exagerada.
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Género y Salud en Cifras. Volumen 5, No. 1 Enero - Abril 2007. CNEGSR
Revista Oficial del Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva
Secretaría de Salud |
30 de abril de 2007
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