MODERADORA: Damos inicio a esta ceremonia con los honores plenos al presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos y comandante supremo de las Fuerzas Armadas.

(HONORES)

MODERADOR: Preside esta ceremonia conmemorativa al natalicio de Simón Bolívar, el Libertador, el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, licenciado Andrés Manuel López Obrador.

MODERADORA: Lo acompañan la escritora Isabel Angélica Allende Llona.

MODERADOR: Doctora Beatriz Gutiérrez Mueller, esposa del presidente de México.

MODERADORA: Licenciado Marcelo Ebrard Casaubon, secretario de Relaciones Exteriores.

MODERADOR: Doctora Claudia Sheinbaum Pardo, jefa de Gobierno de la Ciudad de México.

MODERADORA: General Luis Cresencio Sandoval González, secretario de la Defensa Nacional.

MODERADOR: Almirante José Rafael Ojeda Durán, secretario de Marina.

MODERADORA: Licenciada Alejandra Frausto Guerrero, secretaria de Cultura.

MODERADOR: La cantante Lila Downs.

MODERADORA: Maestro Zoé Alejandro Robledo Aburto, presidente de la Comisión Presidencial de Hechos, Procesos y Personajes Históricos de México.

MODERADOR: Y licenciado Abraham Borden Camacho, alcalde de Miguel Hidalgo.

MODERADORA: También nos acompañan cancilleres miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.

MODERADOR: Representantes de medios de comunicación y quienes nos siguen por internet a través de las redes sociales.

Sean todos bienvenidos.

La doctora Claudia Sheinbaum Pardo, jefa de Gobierno de la Ciudad de México, hará uso de la palabra.

CLAUDIA SHEINBAUM PARDO, JEFA DE GOBIERNO DE LA CIUDAD DE MÉXICO: Muy buenos días, señor presidente Andrés Manuel López Obrador; doctora Beatriz Gutiérrez Mueller, representantes de poderes federales, señor secretario de Relaciones Exteriores, almirante, general, secretario de la Marina y la Defensa, señoras y señores cancilleres y ministros de las hermanas repúblicas de América, honorables representantes diplomáticos acreditados ante nuestro país, integrantes del Gabinete del Gobierno de México, invitadas e invitados especiales:

Es un honor para mí, como jefa de Gobierno, a nombre del pueblo de la Ciudad de México, darles la bienvenida en este histórico día donde el presidente Andrés Manuel López Obrador, en el marco de la conmemoración de los 200 años del México independiente y los 500 años de resistencia, después de la caída del México Tenochtitlán, celebra el natalicio del Libertador de América, Simón Bolívar.

Fue hace 238 años que en el seno de una familia criolla nació en la capital de Venezuela Simón Bolívar, cuya formación y lucha le llevó a ser el libertador de su patria y el forjador de un profundo y sentido hermanamiento fincado en la libertad y la unión entre nuestros pueblos.

Hoy quiero hacer un homenaje muy breve a tres hechos históricos:

El primero es la visita de Simón Bolívar a esta ciudad a la que llamó ‘metrópoli por excelencia’.

La segunda, algunas referencias a México en su Carta de Jamaica.

Y la tercera, muy breve, su reconocimiento como ciudadano mexicano.

El 1º de febrero de 1799, llegó al Puerto de Veracruz el navío de guerra San Idelfonso, que venía de la Guaira, Venezuela, cuyo destino final eran las costas españolas. Éste tuvo que esperar el cese de un bloqueo de barcos ingleses en La Habana. En este navío viajaba el joven de 16 años, Simón Bolívar, quien se dirigía a hacer estudios en Madrid, España.

Por la postergación de este viaje por tiempo indefinido, Bolívar decide visitar Xalapa, Puebla y la capital de la Nueva España. La fortuna y buenas relaciones familiares de la familia de Bolívar permiten que se hospede con los marqueses de Uluapa en un palacete ubicado en la esquina de las calles de Damas y Ortega, hoy conocidas como Bolívar en honor a esta visita, y República de Uruguay.

La marquesa de Uluapa era doña María Rodríguez de Velasco cuya hermana, ‘la Güera’ Rodríguez, organizada tertulias y funciones en un salón en las cuales participó el joven Bolívar. Cuenta la historia que Bolívar fue presentado al virrey de la Nueva España, entonces don Miguel de Aranza, quien, en una de sus charlas, habló de la reciente revuelta de Caracas y el joven Bolívar refirió que era justa la causa de América.

El virrey llamó aparte al oidor y le sugirió que era prudente que su recomendación y su recomendado siguiera su viaje a España. Es muy probable que su impresión, la impresión de Bolívar sobre la Ciudad de México, de México, así como su causa por la independencia y la unión de América hicieron que el Libertador tuviera presente su interés por estar siempre al tanto de las noticias mexicanas a lo largo de su fecunda vida.

En 1815 patentiza su conocimiento de la realidad de nuestra guerra de independencia en su conocido documento Carta de Jamaica, en donde con asombrosa síntesis procesó el emancipador de América mexicana de los elementos constitucionales de Ignacio López Rayón, así como del ideario del padre Morelos y los alcances de la Constitución de Apatzingán.

Pero incluso en ese texto, y a propósito de los 500 años, Bolívar escribe:

‘Usted quiere aludir al monarca de México, Moctezuma, preso por Cortés, y Atahualpa Inca de Perú, destituido por Francisco Pizarro. Existe tal diferencia entre la suerte de los reyes españoles y los reyes americanos, que no admiten comparación. Los primeros, tratados con dignidad, conservados, y al fin recobran su libertad y trono, mientras que los otros sufren tormentos inauditos y los vilipendios más vergonzosos.’

Si a Cuauhtemotzin, sucesor de Moctezuma, se le trata como emperador y le ponen la corona, fue por irrisión y no por respeto, para que experimentase ese escarnio antes que las torturas. Iguales a la suerte de ese monarca fueron el rey de Michoacán, Calzonzin y el zipa de Bogotá y cuantos toquis, incas, zipas, cúlmenes, caciques y demás dignidades sucumbieron al poder español; es decir, el reconocimiento de las culturas originales, así como el respeto, el desprecio a esas culturas. Por ello, reivindicamos la importancia de llamar a ese año: ‘500 años de Resistencia’.

Para Fray Servando Teresa de Mier, reputado diputado mexicano en las cortes de Cádiz y representante de la América mexicana ante potencias europeas, las hazañas del Libertador fueron motivo de auténtica y profunda admiración.

Por ello, en vez de extrañar que, en el pleno del Congreso Constituyente de 1824, precisamente en su sesión del 13 de marzo, el padre Teresa de Mier, como representante del estado libre y soberano de Nuevo León, propusiera al pleno una iniciativa a fin de otorgar a Simón Bolívar, al libertador de la gran Colombia, la ciudadanía mexicana como un reconocimiento a los méritos políticos y militares del venezolano, que no sólo independizó a una vasta región del continente, sino que concibió el hermanamiento de los pueblos latinoamericanos en aras de una unidad fincada en orígenes comunes.

De esta forma, el 17 de marzo de 1824 se da lectura al dictamen afirmativo y se vota enviándose a la comisión para elaborar el diploma y designar a la comisión portadora del mismo, Simón Bolívar, también ciudadano mexicano.

Las condiciones políticas y económicas del primer gobierno republicano del México independiente hacen suponer que la distinción le fue comunicada a Bolívar por el primer encargado de negocios de México ante Venezuela, el coronel José Anastasio Torrens, en 1825.

México vive hoy una gran transformación de la vida pública de México que le ha regresado a su pueblo recursos que antes se desviaban para el beneficio de unos pocos y el empobrecimiento de muchos.

México y su ciudad capital vivimos la construcción de una sociedad de derechos y libertades frente al privilegio y la opresión.

México vive hoy un nuevo hermanamiento con los pueblos de América Latina y qué mejor día, el día de hoy, para poder conmemorarlo, que se construye sobre la base del humanismo, la solidaridad, el progreso con justicia, la autodeterminación de los pueblos y el respeto al derecho ajeno.

México vive un momento estelar porque todos los días construye la paz como fruto de la justicia, enaltece los derechos humanos, la honestidad, la economía moral y un pensamiento crítico que enaltece el amor por encima de las riquezas materiales, que construye la igualdad entre hombres y mujeres, que condena la discriminación. Qué mejor homenaje a los héroes que nos dieron patria, por supuesto, incluido Simón Bolívar, a esta patria grande, la América Latina.

Bienvenidos a la ciudad de derechos y libertades, a esta que es su casa y que hoy rinde homenaje a la independencia, a la libertad y al gran Libertador de América, Simón Bolívar.

Muchas gracias.

MODERADORA: Hace uso de la palabra el licenciado Marcelo Ebrard Casaubon, secretario de Relaciones Exteriores.

MARCELO EBRARD CASAUBON, SECRETARIO DE RELACIONES EXTERIORES: Muy buenos días señor presidente, doctora Beatriz Gutiérrez Mueller, compañeras, compañeros secretarios, Isabel Allende invitada especial, muy queridas, queridos colegas de América Latina y el Caribe que el día de hoy nos acompañan, invitadas, invitados.

Muchas gracias por estar el día de hoy aquí en esta conmemoración tan relevante.

Me ha pedido el señor presidente que en estos breves minutos subraye yo quiénes están presentes en esta ceremonia representando la actualidad, la vigencia del llamado que hiciera Simón Bolívar en 1822, que convocó a que organizáramos una confederación, en aquel entonces, de repúblicas de América, América Latina principalmente, y el Caribe.

Yo quisiera agradecer muy especialmente porque con su presencia subrayan la vigencia que tiene este llamado de Bolívar, hoy en el siglo XXI, casi a 200 años también al bicentenario de aquella convocatoria, la vigencia que tiene y que explica, en buena medida, la presencia aquí de muy destacadas personalidades que han viajado sólo para acompañarnos y para decirle al mundo: América Latina y el Caribe somos una región solidaria, unida, y que pensamos que para el futuro -y estamos resueltos a hacerlo- tenemos que actuar en conjunto para que nuestra voz se escuche, para defendernos de muchos y muy diversos peligros y amenazas, como ahora la pandemia, y para que nuestros pueblos vivan mejor.

Quisiera yo agradecer y presentarles la presencia del ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de Argentina, Felipe Carlos Solá, que además está cumpliendo años y viajó para celebrarlo aquí.

De Barbados, Jerome Walcott; de Belice, Eamon Courtenay, ambos ministros de Relaciones Exteriores; de Bolivia, Rogelio Mayta; de Colombia, Marta Lucía Ramírez, vicepresidenta y ministra de Relaciones Exteriores; de Chile, Andrés Allamand; de Costa Rica, Rodolfo Solano; de Cuba, Bruno Rodríguez; de Ecuador, Mauricio Montalvo; de El Salvador, Alejandra Hill Tinoco; de Guatemala, Pedro Brolo; de Guyana, Hugh Todd; de Honduras, Lisandro Rosales; de Jamaica, Kamina Johnson Smith; de Panamá, Erika Mouynes; del Paraguay, Euclides Acevedo Candia; de San Vicente y las Granadinas, Keisal M. Peters; de Surinam, Albert Randim; de Trinidad y Tobago, Amery Browne; de Venezuela, Jorge Arreaza.

Y quiero hacer nuestra gratitud patente a los viceministros embajadores y representantes de Antigua y Barbuda, República Dominicana, Haití, Uruguay, Nicaragua, Granada, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, Dominica y el Perú.

Decir que no nos hemos reunido desde el año 2020 porque no habíamos tenido la posibilidad, porque hemos combatido juntos una pandemia que nos impidió estar reunidos presencialmente, pero hoy, en la conmemoración del natalicio de Simón Bolívar, ciudadano, como ya aquí lo expresó Claudia Sheinbaum, ciudadano solemne de México, así fue designado, quisimos conmemorar, con la presencia de todos nosotros, y vamos a celebrar en un momento más la reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.

Simplemente concluir diciendo:

Yo hacía dos preguntas: ¿Tiene sentido, tiene alguna perspectiva en el siglo XXI pensar en una comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños? ¿Necesitamos este espacio, más allá del viejo anhelo de la unión de América Latina y el Caribe? ¿Sí lo necesitamos o no lo necesitamos?

Yo creo que aquí tienen una respuesta ustedes, contundente, no sólo de que lo necesitamos, sino que lo queremos y lo estamos construyendo entre todas y todos los que estamos aquí.

La pandemia fue un riesgo y es un riesgo de primer nivel para nuestros pueblos, y debo decirles que hemos vivido cotidianamente en este año y medio las muestras de solidaridad, de apoyo, de compromiso, de todas las repúblicas que están aquí representadas, de todos los países que estamos aquí representados. De un modo u otro, todos hemos cooperado.

Y la gran lección: si nosotros no actuamos en conjunto y no hablamos como una sola voz, nadie se va a ocupar de nosotros, nadie va a preguntarse: ‘Bueno, y América Latina y el Caribe ¿ya tendrá vacunas? ¿América Latina y el Caribe tendrán los recursos suficientes para salir adelante?, ¿tienen los equipos?’ No, nadie lo va a hacer, sólo nosotros. Es una obligación, no es sólo un anhelo, es una resolución política, la política en el más alto sentido de la palabra, que es la cosa pública.

Entonces, el día de hoy nos vamos a reunir y estamos aquí en esta conmemoración para responder a esa pregunta y decir: Sí, sí se tiene sentido y sí es indispensable que actuemos en conjunto, que hagamos valer nuestra voz, que demos nuestra perspectiva al resto del mundo y que protejamos a nuestros pueblos y a nuestras sociedades y sus intereses.

Así que, señor presidente López Obrador, agradecerle todo el respaldo que se ha dado a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.

Y a todas, todos ustedes, compañeras, compañeros, muchas gracias, gracias a nombre de México.

Bienvenidas, bienvenidos.

MODERADOR: La escritora Isabel Allende hará uso de la palabra.

ISABEL ALLENDE, ESCRITORA: Buenos días, señor presidente Andrés Manuel López Obrador, señora Beatriz Gutiérrez Mueller, dignatarios y dignatarias, amigas y amigos todos.

Agradezco el alto honor de haber sido invitada a celebrar con ustedes la herencia extraordinaria del Libertador Simón Bolívar y estos 200 años de la República, estos dos siglos de México en la conciencia de América Latina.

Me han dado cinco minutos para este saludo, pero no soy poeta, no puedo decir mucho en pocas palabras, soy novelista, necesito muchas palabras para decir muy poco; así que abusaré de la legendaria hospitalidad mexicana, me voy a tomar siete minutos, bueno, tal vez ocho.

Mi extraño oficio, la escritura, requiere memoria e imaginación. Recordando e imaginando deseo explicar brevemente lo que México ha significado en mi vida, desde las páginas de Juan Rulfo, que me dieron permiso para deambular en la dimensión de los espíritus, hasta este momento en que puedo estrechar en un abrazo inmenso al pueblo mexicano en su bicentenario y, en especial, a los jóvenes.

En 1970, yo era una joven periodista que observaba fascinada las fuerzas políticas y sociales que intentaban transformar a América Latina, y a Chile en particular.

Ese año, Salvador Allende fue elegido presidente y por primera vez el pueblo chileno se sintió protagonista de su destino. Reformas profundas en democracia y libertad, dentro de los márgenes de la Constitución, era un experimento revolucionario que atrajo la atención del mundo y también, por desgracia, de la CIA y de las fuerzas reaccionarias del país.

Ese año fui al sur, a la Universidad de Concepción, a ver por primera vez el mural que México le había regalado a Chile. El mural es uno de los más bellos del mundo, pintado por Jorge González Camarena en 1965, es una obra monumental de 300 metros cuadrados con el título de ‘Presencia de América Latina’.

El tema es la hermandad de los pueblos de nuestro continente. Esa pintura narra nuestra historia común de violencia, conquista y explotación; destaca la inmensa riqueza de nuestra tierra, de nuestras diversas culturas y de nuestro mestizaje, la mezcla de razas y etnias que somos todos nosotros.

En forma profética, también nos señala un futuro posible. Juntos somos muchos, juntos somos fuertes, juntos somos poderosos. Presencia de América Latina en el mundo.

El sueño del Libertador, Simón Bolívar, de un continente unido, una confederación de los países hispanoamericanos y el Caribe para para enfrentar juntos a las potencias europeas y al naciente poder de los Estados Unidos.

Con ese mítico objetivo luchó sin tregua contra el imperio español durante 20 años. Logró la independencia de varios países, pero murió sin haber conseguido la unión que tanta deseaba, desilusionado, convencido de que América es ingobernable. Cuánta explotación habríamos evitado si hubiéramos realizado ese sueño.

El Congreso Constituyente de México, inspirado por este ambicioso proyecto, le otorgó la ciudadanía a Simón Bolívar en 1824, como ya hemos oído.

La historia de México, como de toda Latinoamérica, es un mural de claroscuros, de esperanzas y fracasos, de héroes y villanos, de ideales y de traiciones, de caudillos brutales y de revolucionarios, de grandes pensadores y de una multitud de saboteadores; pero, sobre todo, es un mural de brillantes colores, luminoso, magnífico.

México ha sido un faro en la neblina. A estas orillas han llegado los pobres de otras partes buscando trabajo. Los intelectuales y artistas, necesitados de aire y cielo para extender las alas; los refugiados del holocausto nazi; los de la revancha fascista de la dictadura del cono sur; los perseguidos y los derrotados que siguen luchando.

Aprovecho este momento para agradecer desde mi alma a México por la acogida dada a miles y miles de chilenos que escaparon de la dictadura. Al día siguiente del golpe militar, en septiembre de 1973, el gobierno mexicano envió un avión a Chile para rescatar a la familia de Salvador Allende. Aquí, su viuda y sus hijas encontraron asilo; aquí tuvieron una patria, otro hogar.

Al recordar el mural de Jorge González Camarena pienso, también, en el Canto general, la oda a Latinoamérica de Pablo Neruda, y los versos que le dedicó a México, donde él también encontró una segunda patria. Como ellos, quiero imaginar un futuro de solidaridad para nuestra América Latina, esa mancha en el mapa con la forma de un corazón sufrido.

Estamos viviendo un momento extraordinario, nadie recuerda una crisis global de esta magnitud como es la pandemia, y no es la única, hay otras: pobreza, drogas, crimen, cambio climático, migración, terrorismo y sobre todo violencia de género, que afecta a la mitad de la humanidad y que en nuestro continente, donde todavía impera el machismo, es una trágica realidad.

Por primera vez, todos sufrimos la misma suerte y hoy, gracias a la tecnología, podemos compartirla minuto a minuto, sabemos lo que pasa en Nueva York y en la más remota aldea del Amazonas, nadie está realmente a salvo si no lo estamos todos.

Crisis significa peligro más oportunidad. Esta es una oportunidad única para la reflexión.

¿Qué mundo queremos para el futuro?, ¿qué mundo queremos para nuestros hijos? Es la pregunta más importante de nuestro tiempo, la pregunta que cada mujer y hombre consciente debe plantearse y, sobre todo, la pregunta que las naciones deben responder.

México, como nación líder del continente, tiene un papel fundamental en ese mundo nuevo que estamos imaginando. Este fabuloso país tiene la misión histórica de hacer realidad el proyecto del Libertador.

Nadie ha de renunciar a su identidad, nuestra fuerza está en la diversidad, como nos muestra la naturaleza en cada instancia. La vida en este planeta azul es un complejo tejido en el cual cada fibra es diferente y necesaria para la sobrevivencia de todos.

Somos 20 naciones distintas, pero unidas por 500 años de historia y por la esperanza común de prosperidad para todos, de inclusión, justicia, igualdad y respeto por la vida.

Nuestras similitudes como latinoamericanos son muchas más que nuestras diferencias. Podemos y debemos enfrentar los desafíos del futuro como una sola potencia, es nuestra mejor opción. Otras naciones, que tienen menos en común, lo han logrado.

Presencia de América Latina, como el sueño de Bolívar, como el mural de González Camarena, como los versos de Neruda, una presencia formidable.

En mi larga vida he visto mucho y he comprobado que la curva de la evolución humana es ascendente, avanzamos y retrocedemos, vacilando como los cangrejos, pero la curva nos conduce hacia adelante y hacia arriba. A pesar de los gravísimos problemas que enfrenta la humanidad, nunca hubo un tiempo mejor que este, mañana será mejor que hoy.

Feliz aniversario, México. Que cumplas muchos más en el espíritu bolivariano de unidad y con el compromiso por la justicia, por la justicia social, la hermandad y la dignidad adquirido hace 200 años.

Muchas gracias.

MODERADORA: Escuchemos la canción Latinoamérica, interpretada por Lila Downs.

LILA DOWNS SÁNCHEZ, CANTANTE: En su natalicio, le cantamos al Libertador Simón Bolívar.

Saludo al presidente Andrés Manuel López Obrador, a la doctora Beatriz Gutiérrez Mueller, esposa del presidente, y a todas y a todos que nos encontramos aquí en esta ocasión.

Esta gran canción de René García y Eduardo Cabra, Calle 13.

(PIEZA MUSICAL LATINOAMÉRICA)

LILA DOWNS: Muchas gracias a nuestro presidente, el licenciado Andrés Manuel López Obrador, y al canciller Marcelo Ebrard, por la invitación.

Muchas gracias.

MODERADOR: La guardia de honor del primer cuerpo de Ejército realizará una salva de fusilería en honor a Simón Bolívar, el Libertador.

(SALVA DE FUSILERÍA)

MODERADORA: Escuchemos el mensaje que dirige el licenciado Andrés Manuel López Obrador, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.

Favor de tomar asiento.

PRESIDENTE ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR: Respetables cancilleres y representantes de países hermanos de nuestra América.

Agradezco la presencia de Isabel Allende, gran escritora, chilena, que nos acompaña en este acto para homenajear al Libertador Simón Bolívar, recrear su proyecto de unidad entre los pueblos de América Latina y el Caribe, y nos apoyarnos en la historia para enfrentar mejor el presente y el porvenir.

Amigas y amigos todos:

Nacido en 1783, exactamente 30 años después que Miguel Hidalgo, Simón Bolívar decidió, desde muy joven, luchar por causas grandes, nobles y justas, como el propio Hidalgo y como José María Morelos y Pavón, los padres de nuestra patria.

El Libertador Bolívar reunía virtudes excepcionales. Simón Bolívar es un vivo ejemplo de cómo una buena formación humanista puede sobreponerse a la indiferencia o a la comodidad de quienes provienen de cuna fina.

Bolívar pertenecía a una familia acomodada de hacendados, pero desde niño fue educado por Simón Rodríguez, un pedagogo y reformador social, que lo acompañó en su formación hasta que alcanzó un elevado grado de madurez intelectual y de conciencia.

En 1805, con apenas 22 años, en el Monte Sacro de Roma, jura, en presencia de su maestro y tocayo, no dar descanso a su brazo ni reposo a su alma hasta que haya logrado liberar al mundo hispano americano de la tutela española.

Al igual que su padre, tenía vocación militar, pero, al mismo tiempo era un hombre ilustrado y, como solía decirse, de mundo, pues viajó mucho por Europa, vivió o visitó España, Francia, Italia, Inglaterra, hablaba francés, sabía de matemáticas, de historia, de literatura.

Pero no sólo era un hombre de pensamiento, era también un hombre de acción, conocía el arte de la guerra y era, al mismo tiempo, un político con vocación y voluntad transformadora.

Sabía de la importancia del discurso, de la fuerza de las ideas, de la eficacia de las proclamas, y era consciente de la gran utilidad del periodismo y de la imprenta como instrumentos de lucha.

Conocía el efecto que causaba la promulgación de leyes en beneficio del pueblo y, sobre todo, valoraba la importancia de no rendirse, de la perseverancia y de no perder nunca la fe en el triunfo de la causa por la que se lucha en bien de los demás.

En 1811, Bolívar se incorpora al ejército anticolonialista, bajo las órdenes de Francisco de Miranda, precursor del movimiento independentista. Poco después, ante titubeos de este militar, Bolívar toma el mando de las tropas y 1813 inicia la liberación de Venezuela.

Poco antes, como escribe Manuel Pérez Vila, uno de sus biógrafos, los pueblos lo empezaron a llamar ‘libertador’, título que le confieren solemnemente en octubre de 1813 la municipalidad y el pueblo de Caracas y con el cual habría de pasar a la historia.

En su lucha incansable por los caminos y los mares de América, se entrelazan triunfos y derrotas. Su campaña militar lo lleva a refugiarse en Jamaica y en Haití. De este pueblo, de Haití, y de su gobierno recibe en dos ocasiones apoyo para sus campañas, algo verdaderamente excepcional y un ejemplo de solidaridad y hermandad latinoamericana.

En 1819 entra triunfante a Bogotá y poco después se expide la ley fundamental de la República de Colombia. Este gran Estado, la gran Colombia, creación del Libertador, comprendía las actuales repúblicas de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá.

No todo fue fácil en su lucha. Perdió batallas, enfrentó traiciones y, como en todo movimiento transformador o revolucionario, aparecieron las divisiones internas, que pueden llegar a ser hasta más dañinas que las contiendas contra los verdaderos adversarios.

En la lucha para liberar a los pueblos de nuestra América, Bolívar contó con el gran apoyo del general Antonio José de Sucre, que en 1822 se encontró en Guayaquil, Ecuador, con el general José de San Martín, otro ilustre titán de la independencia sudamericana.

En ese entonces se constituyó la República Bolívar, hoy Bolivia, y se consuma la independencia de Perú. Por cierto, en la costa de este país a principios de 1824, Bolívar se enferma y, a pesar de las malas noticias por traiciones y derrotas, se cuenta que, desde el butaque -la silla donde estaba sentado- surgió la famosa exclamación ‘triunfar’. Esta anécdota la hizo poesía el maestro Carlos Pellicer, quien lo admiraba con intensidad y vocación, dice el verso:

‘Señor don Joaquín Mosquera

de cierta villa, llegaba.

Apeóse de su mula

y al Libertador buscara.

Vieja silla de baqueta

en la pared reclinada

de una miserable casa;

sobre de ella el cuerpo triste

de Bolívar descansaba.

Abrazóle don Joaquín

con muy corteses palabras.

El héroe del Nuevo Mundo

apenas si contestaba.

Luego que el señor Mosquera

las penas enumerara,

le preguntó a don Simón:

‘Y ahora, ¿qué va usté a hacer?’

‘¡Triunfar!’ El Libertador

respondió con loca fe.

Y fue sólido silencio

de admiración y de espanto…’

Luego de este aciago momento, el Libertador vivió muchos otros de igual desdicha. El último tramo de su existencia está marcado por las constantes divisiones en las filas liberales que llevaran, incluso, a que en vísperas de su muerte Venezuela se proclamara Estado independiente de la Gran Colombia.

El 17 de diciembre de 1830, el gran Libertador Simón Bolívar cerró los ojos y ya no despertó, pero, como los grandes hombres, cierran los ojos y se quedan velando, no se mueren del todo.

La lucha por la integridad de los pueblos de nuestra América sigue siendo un bello ideal. No ha sido fácil volver realidad ese hermoso propósito, sus obstáculos principales han sido el movimiento conservador de las naciones de América, las rupturas en las filas del movimiento liberal y el predominio de Estados Unidos en el continente. No olvidemos que casi al mismo tiempo que nuestros países se fueron independizando de España y de otras naciones europeas, fue emergiendo en este continente la nueva metrópoli de dominación hegemónica.

Durante el difícil periodo de las guerras de independencia, inaugurado por lo general alrededor de 1810, los gobernantes estadounidenses, con óptica enteramente pragmática, siguieron los acontecimientos con sigiloso interés.

Estados Unidos maniobró, en diferentes tiempos, conforme a un juego unilateral, cautela extrema al principio para no irritar a España, Gran Bretaña, la Santa Alianza, sin obstaculizar la descolonización que por momentos se veía dudosa.

Sin embargo, hacia 1822, Washington inició el reconocimiento rápido de las independencias logradas a fin de cerrar el paso al intervencionismo extracontinental; y, en 1823, al fin, una política definida.

En octubre, Jefferson, progenitor de la Declaración de Independencia y convertido, para entonces, en una especie de oráculo, dio respuesta por carta a una consulta que sobre la materia le hiciera el presidente Monroe. En un párrafo significativo, Jefferson dice: ‘Nuestra primera y fundamental máxima debería ser la de jamás mezclarnos en los embrollos de Europa. La segunda, nunca permitir que Europa se inmiscuya en los asuntos de este lado del Atlántico’.

En diciembre, Monroe pronunció el famoso discurso en el que quedó delineada la doctrina que lleva su nombre. La consigna de ‘América para los americanos’ terminó de desintegrar a los pueblos de nuestro continente y destruir lo edificado, lo material, por Bolívar.

A lo largo de casi todo el siglo XIX se padeció de constantes ocupaciones, desembarcos, anexiones, y a nosotros nos costó la pérdida de la mitad de nuestro territorio con el ‘gran zarpazo’ de 1848. Esta expansión territorial y bélica de Estados Unidos se consagra cuando cae Cuba, el último bastión de España en América, en 1898 con el sospechoso hundimiento del acorazado Maine en La Habana que da lugar a la Enmienda Platt y a la ocupación de Guantánamo, es decir, para entonces, Estados Unidos había terminado de definir su espacio físico vital en toda América.

Desde aquel tiempo, Washington nunca ha dejado de realizar operaciones abiertas o encubiertas contra los países independientes situados al sur del río Bravo. La influencia de la política exterior de Estados Unidos es predominante en América, sólo existe un caso especial, el de Cuba, el país que durante más de medio siglo ha hecho valer su independencia enfrentando políticamente a los Estados Unidos.

Podemos estar de acuerdo o no con la revolución cubana y con su gobierno, pero el haber resistido 62 años sin sometimiento es toda una hazaña.

Puede que mis palabras provoquen enojo en algunos -o en muchos-, pero, como dice la canción de René Pérez Joglar, de Calle 13, yo siempre digo lo que pienso.

En consecuencia, creo que por su lucha en defensa de la soberanía de su país el pueblo de Cuba merece el premio de la dignidad.

Y esa isla debe ser considerada como la nueva Numancia, por su ejemplo de resistencia. Y pienso que, por esa misma razón, debiera ser declarada Patrimonio de la Humanidad, pero también sostengo que ya es momento de una nueva convivencia entre todos los países de América, porque el modelo impuesto hace más de dos siglos está agotado, no tiene futuro ni salida, ya no beneficia a nadie, hay que hacer a un lado la disyuntiva de integrarnos a Estados Unidos o de oponernos en forma defensiva; es tiempo de expresar y de explorar otra opción: la de dialogar con los gobernantes estadounidenses y convencerlos y persuadirlos de que una nueva relación entre los países de América es posible. Considero que en la actualidad hay condiciones inmejorables para alcanzar este propósito de respetarnos y caminar juntos sin que nadie se quede atrás.

En este afán puede que ayude nuestra experiencia de integración económica con respeto a nuestra soberanía que hemos puesto en práctica en la concepción y en la aplicación del tratado económico y comercial con Estados Unidos y Canadá.

Obviamente, no es poca cosa tener de vecino a una nación como Estados Unidos, nuestra cercanía nos obliga a buscar acuerdos y sería un grave error ponernos con Sansón a las patadas, pero al mismo tiempo tenemos poderosas razones para hacer valer nuestra soberanía, y demostrar con argumentos, sin balandronadas, que no somos un protectorado, una colonia o su patio trasero.

Además, con el paso del tiempo, poco a poco, se ha ido aceptando una circunstancia favorable a nuestro país. El crecimiento desmesurado de China ha fortalecido en Estados Unidos la opinión que debemos de ser vistos como aliados y no como vecinos distantes.

El proceso de integración se ha venido dando desde 1994, cuando se firmó el primer tratado que, aún incompleto, porque no abordó la cuestión laboral como el de ahora, permitió que se fueran instalando plantas de autopartes del sector automotriz y de otras ramas, y se han creado cadenas productivas que nos hacen indispensables mutuamente; puede decirse que hasta la industria militar de Estados Unidos depende de autopartes que se fabrican en México, esto no lo digo con orgullo, sino para subrayar la independencia existente.

Pero hablando de este asunto, como se lo comenté al presidente Biden, nosotros preferimos una integración económica con dimensión soberana con Estados Unidos y Canadá a fin de recuperar lo perdido con respecto a la producción y el comercio con China, que seguirnos debilitando como región y tener en el Pacífico un escenario plagado de tensiones bélicas.

Para decirlo en otras palabras, nos conviene que Estados Unidos sea fuerte en lo económico y no sólo en lo militar. Lograr este equilibrio y no la hegemonía de ningún país es lo más responsable y lo más conveniente para mantener la paz en bien de las generaciones futuras y de la humanidad.

Antes que nada, debemos ser realistas y aceptar, como lo planteé en el discurso que pronuncié en la Casa Blanca en julio del año pasado, que mientras China domina 12.2 por ciento del mercado de exportación y servicios a nivel mundial, Estados Unidos sólo lo hace en 9.5 por ciento, y este desnivel viene de hace apenas 30 años, pues en 1990 la participación de China era de 1.3 por ciento y la de Estados Unidos de 12.4 por ciento.

Imaginemos si esta tendencia de las últimas tres décadas se mantuviera y no hay nada que legal o legítimamente pueda impedirlo. En otros 30 años, para el 2051, China tendría el dominio del 64.8 por ciento del mercado mundial, y Estados Unidos entre el cuatro y 10 por ciento, lo cual, insisto, además de una desproporción inaceptable en el terreno económico, mantendría viva la tentación de apostar a resolver esta disparidad con el uso de la fuerza, lo que nos pondría en peligro a todos.

Podría suponerse de manera simplista que corresponde a cada nación asumir su responsabilidad, pero tratándose de un asunto tan delicado y entrañable, con respeto al derecho ajeno y a la independencia de cada país, pensamos que lo mejor sería fortalecernos económica y comercialmente en América del Norte y en todo el continente. Además, no veo otra salida, no podemos cerrar nuestras economías ni apostar a la aplicación de aranceles a países exportadores del mundo y mucho menos debemos declarar la guerra comercial a nadie.

Pienso que lo mejor es ser eficientes, creativos, fortalecer nuestro mercado regional y competir con cualquier país o con cualquier región del mundo.

Desde luego, esto pasa por planear conjuntamente nuestro desarrollo. Nada de dejar hacer o dejar pasar. Deben definirse de manera conjunta objetivos muy precisos. Por ejemplo, dejar de rechazar a los migrantes, jóvenes en su mayoría, cuando para crecer se necesita de fuerza de trabajo, que en realidad no se tiene con suficiencia ni en Estados Unidos ni en Canadá. ¿Por qué no estudiar la demanda de mano de obra y abrir ordenadamente el flujo migratorio?

Y en el marco de este nuevo plan de desarrollo conjunto deben considerarse la política de inversión, lo laboral, la protección al medio ambiente y otros temas de mutuo interés para nuestras naciones.

Es obvio que esto debe implicar cooperación para el desarrollo y bienestar de todos los pueblos de América Latina y el Caribe.

Es ya inaceptable la política de los últimos dos siglos, caracterizada por invasiones para poner o quitar gobernantes al antojo de la superpotencia.

Digamos adiós a las imposiciones, las injerencias, las sanciones, las exclusiones y los bloqueos; apliquemos, en cambio, lo principios de no intervención, autodeterminación de los pueblos y solución pacífica de las controversias. Iniciemos en nuestro continente una relación bajo la premisa de George Washington, según la cual las naciones no deben aprovecharse del infortunio de otros pueblos.

Estoy consciente que se trata de un asunto complejo que requiere de una nueva visión política y económica. La propuesta es ni más ni menos que construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, a nuestra realidad y a nuestras identidades.

En ese espíritu, no debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie, sino mediador, a petición y aceptación de las partes en conflicto, en asuntos de derechos humanos y de democracia. Es una gran tarea para buenos diplomáticos y políticos como los que afortunadamente existen en todos los países de nuestro continente.

Lo aquí planteado puede parecer una utopía; sin embargo, debe considerarse que, sin el horizonte de los ideales, no se llega a ningún lado y que, en consecuencia, vale la pena intentarlo. Mantengamos vivo el sueño de Bolívar.

Muchas gracias.

---