MODERADOR: Damos inicio a esta ceremonia con los honres al presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos y comandante supremo de las Fuerzas Armadas.

(HONORES)

MODERADORA: Preside esta ceremonia conmemorativa a los 20 años de la firma de los Tratados de Córdoba, el licenciado Andrés Manuel López Obrador, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.

MODERADOR: Integran el presídium, el excelentísimo señor Guillermo Lasso Mendoza, presidente constitucional del Estado de la República de Ecuador.

MODERADORA: Doctora Beatriz Gutiérrez Mueller, esposa del presidente de México.

MODERADOR: Señora María de Lourdes Alcívar de Lasso, esposa del presidente de la República del Ecuador.

MODERADORA: Ingeniero Cuitláhuac García Jiménez, gobernador del estado de Veracruz.

MODERADOR: Maestra Delfina Gómez Álvarez, secretaria de Educación Pública.

MODERADORA: Doctora Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación.

MODERADOR: General Luis Cresencio Sandoval González, secretario de la Defensa Nacional.

MODERADORA: Almirante José Rafael Ojeda Durán, secretario de Marina.

MODERADOR: Licenciado Marcelo Ebrard Casaubon, secretario de Relaciones Exteriores.

MODERADORA: Licenciada Tatiana Clouthier Carrillo, secretaria de Economía.

MODERADOR: Excelentísimo señor Mauricio Montalvo Samaniego, ministro de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana de El Ecuador.

MODERADORA: Ciudadana Leticia López Landero, presidenta municipal de Córdoba, Veracruz.

MODERADOR: Y maestro Zoé Robledo Aburto, presidente de la Comisión Presidencial para la Conmemoración de Hechos, Procesos y Personajes Históricos de México.

MODERADORA: También nos acompañan embajadores de los países de Emiratos Árabes Unidos, Cuba, Polonia, Indonesia, Venezuela, Jordania, El Salvador, Ucrania, Arabia Saudita y Pakistán, así como titulares de organismos internacionales.

MODERADOR: Representantes de medios de comunicación y quienes nos siguen por internet a través de las redes sociales.

Reciban todos la más cordial bienvenida.

Hace uso de la palabra el ingeniero Cuitláhuac García Jiménez, gobernador del estado de Veracruz.

CUITLÁHUAC GARCÍA JIMÉNEZ, GOBERNADOR DE VERACRUZ: ‘La historia, testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, testigo de la antigüedad’: Cicerón.

Nos enaltece la presencia del presidente de la República de El Ecuador, Guillermo Alberto Santiago Lasso Mendoza. Bienvenido a Córdoba y a Veracruz.

Licenciado Andrés Manuel López Obrador, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, de nuestra república soberana, independiente y democrática, y ante todo, máximo dirigente de un pueblo consciente y libre que está con usted.

Queridos invitados especiales, pueblo veracruzano:

Hubiésemos deseado las mejores circunstancias para llevar a cabo este acto, pero con la trascendencia de los tratados firmados en esta ciudad como resultado del ímpetu combativo de un pueblo ferviente por deshacerse del yugo español para alcanzar la libertad, nos eleva el ánimo y nos da renovados bríos. Unidos y, tras el bien común podemos, salir avante de cualquier adversidad.

En el estado de Veracruz hay lugares que parecieran haber sido elegidos por largo índice de Clío para ser escenarios de grandes gestas e importantes acontecimientos. Uno de esos sitios lleva el nombre de Córdoba, ciudad fundada en el centro de esta entidad sobre los fértiles lomeríos de Huilango, formados por las estribaciones de la Sierra Madre Oriental.

Precisamente en el corazón histórico de la ciudad de Córdoba existe una plática con la inscripción siguiente:

‘En esta casa se celebraron el 24 de agosto de 1821 los Tratados de Córdoba entre el generalísimo don Agustín de Iturbide y el virrey don Juan O'Donojú’. Las autoridades locales de 1893 plasmaron así el testimonio de hechos cruciales para la consumación de la independencia de nuestra nación, ya que dichos tratados en sus 17 artículos constituyeron la ratificación y ampliación del Plan de Iguala firmado entre Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide el 24 de febrero de 1821 y aseguraron el inicio del retiro pacífico de las tropas españolas del territorio mexicano.

Los Tratados de Córdoba constituyeron el necesario pacto oficial escrito entre Iturbide, que era comandante del Ejército Trigarante, O'Donojú, quien ostentaba la representación del gobierno español, pues había sido nombrado por las Cortes de Cádiz como jefe político superior de la provincia de Nueva España.

De esta manera y con respaldo militar del Ejército Trigarante, el documento signado proporcionó los fundamentos para la consumación de la independencia y la instalación del gobierno de nuestra nueva nación.

Con su presencia y la dimensión de este acto, la firma de los Tratados de Córdoba vuelve a los anales de acontecimientos de los que no se puede volver a prescindir del calendario patriótico nacional.

En este año de 2021, con motivo del bicentenario de tal hecho, se tiene el propósito de revalorar su importancia y con esa razón se unen los esfuerzos del gobierno federal, su Secretaría de Cultura, del gobierno del estado de Veracruz a través del Consejo Veracruzano de Conmemoraciones 2021, del Colegio de Veracruz, así como del ayuntamiento local para difundir y enaltecer la importancia de los Tratados de Córdoba como documento fundacional de la nueva nación mexicana y, al mismo tiempo, rendir justo homenaje a los personajes que participaron en estos hechos memorables.

Entre otras muchas enseñanzas, en la firma de los Tratados de Córdoba se cristaliza una lección de historia política, porque muestra cómo unir fuerzas para lograr una meta común y allanar las diferencias para concertar acuerdos, anteponiendo a los intereses de grupo el interés general de la nación.

La historia de Veracruz no es algo ajeno a nuestro ser. La historia de Veracruz es nuestra historia, la que nos constituye como seres humanos y es la que nos prevé de los ejemplos del pretérito para tomar las mejores decisiones en el presente y así construir un futuro de bienestar para todos.

Bienvenidos y muchas gracias por su presencia.

MODERADORA: La maestra Delfina Gómez Álvarez, secretaria de Educación Pública, hará uso de la palabra.

DELFINA GÓMEZ ÁLVAREZ, SECRETARIA DE EDUACIÓN PÚBLICA: Buenas tardes a todas y a todos ustedes.

Saludo con mucho respeto al señor presidente de la República, licenciado Andrés Manuel López Obrador, y a su señora esposa, la doctora Beatriz Gutiérrez Mueller; así como al señor presidente de la República de El Ecuador, Guillermo Lasso, y a su señora esposa, María de Lourdes Alcívar, sean ustedes bienvenidos; así como también saludo al gobernador constitucional del estado de Veracruz, Cuitláhuac García Jiménez, y también con mucho aprecio saludo a mis compañeras y compañeros del gabinete aquí presentes y a los demás integrantes del presídium; a nuestra presidenta municipal de Córdoba, Leticia López Landero, muchas gracias; así como a los representantes de las diferentes embajadas y a los medios de comunicación.

Muy en especial, agradezco la hospitalidad del pueblo de Veracruz y, en particular, a esta ciudad de Córdoba.

Córdoba es reconocida a lo largo de la historia por el patriotismo de sus habitantes y por la generosa hospitalidad con la que distingue al visitante.

Hoy celebramos 200 años de la firma de los Tratados de Córdoba, acontecimiento central en la historia de la Independencia de México. Los tratados son la culminación no sólo de la lucha iniciada en Dolores en 1810, sino la de siglos y años anteriores, una gesta encarnada en diversas rebeliones de mujeres y hombres que en distintos sitios de la extensa Nueva España se sublevaron contra la esclavitud y la opresión. Nueva España comprendía territorios de la monarquía española en América del Norte, Centroamérica, el Caribe y Asia.

Hace 200 años vivimos una llamada de insurgencia por la libertad de lo que ahora nuestro país. Esa lucha armada, generalizada, tuvo como antecedentes importantes rebeliones, levantamientos indígenas y revueltas de esclavos africanos, fueron expresiones en contra del abuso en la explotación de la riqueza natural de nuestro territorio y de la obcecación de un gobierno miope e insensible ante su pueblo. La rebelión de Yanga y la fundación de San Lorenzo de los Negros son ejemplo temprano de los levantamientos en Veracruz.

Para 1821 la guerra contra la opresión estaba muy extendida, no sólo en nuestro territorio, sino también en las fronteras, era una lucha continental. Los ejércitos insurgentes fueron proclamando la independencia a lo largo del territorio novohispano que corresponde ahora a la república mexicana.

A principios de agosto de 1821, cuando el último virrey español, Juan O'Donojú, llegó a estas tierras, ya casi todas las provincias novohispanas eran libres. O'Donojú comprendió que, sitiada la capital y en manos de los insurrectos la mayoría del territorio, era imposible que no se pudiera pactar con los insurgentes, por lo que precisamente O’Donojú se entrevistó entonces con el primer jefe del Ejército Insurgente, Agustín de Iturbide, para acordar la independencia de nuestro país.

Este acto se celebró aquí hace exactamente dos siglos y en él se firmaron los tratados que ahora evocamos y a los que rendimos un muy sentido homenaje. Esa firma marcó el inicio de la transformación de una antigua colonia en un país independiente.

Los Tratados de Córdoba previeron la instalación de una junta provisional de gobierno que haría posible una regencia para el nuevo poder ejecutivo, aquella establecería un poder legislativo a través de las cortes para servir a la regencia de cuerpo auxiliar y consultivo en sus determinaciones.

El triunfo militar total de los insurgentes y la capitulación del virrey O´Donojú son piedras angulares para nuestra historia patria.

Con la proclamación de los Tratados de Córdoba se afirmó la idea de una nación mexicana en un primer documento constitutivo de gobierno independiente. Los Tratados de Córdoba son el resultado de la lucha de Hidalgo, Morelos, Allende, ‘la Corregidora’ y Mariana Rodríguez del Toro, entre otros muchos insurgentes, así como de representantes del pueblo levantado en armas.

Los tratados llevan la sangre de hombres y mujeres comprometidos con una causa, quizá la más preciada de todas y todos los mexicanos, la de la libertad. Todas ellas y todos ellos lucharon por una nación soberana que respondiera a los intereses propios y no a las naciones de otro continente. La conquista de la libertad, junto con la ansiada justicia, son la conquista suprema.

Al recordar hoy este hito de nuestra historia, celebramos 200 años de independencia, de mexicanidad y de soberanía, por lo que, señoras y señores, cierro mi intervención agradeciendo en primer lugar al presidente Andrés Manuel López Obrador por abrirme un espacio para la necesaria reflexión en torno a nuestra historia patria.

Que este acto conmemorativo provoque en nuestros niños, niñas, jóvenes y adolescentes la reflexión en torno al esfuerzo que realizaron nuestros antecesores por alcanzar la anhelada justicia y la libertad, así como replantearnos como sociedad en general el sentimiento de compromiso y lucha para un mejor porvenir de nuestra querida patria que es México.

Muchas gracias.

MODERADOR: Atendamos el mensaje del excelentísimo señor Guillermo Lasso Mendoza, presidente constitucional del Estado de la República del Ecuador.

GUILLERMO LASSO MENDOZA, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR: Licenciado Andrés Manuel López Obrador, presidente constitucional de los Estados Unidos de México; doctora Beatriz Gutiérrez Mueller, esposa del presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos; querida María de Lourdes, la esposa del presidente del Ecuador.

Señor ingeniero Cuitláhuac García Jiménez, gobernador constitucional del estado de Veracruz de Ignacio de la Llave; ministra Delfina Gómez Álvarez, secretaria de Educación; general Luis Cresencio Sandoval González, secretario de la Defensa Nacional; almirante José Rafael Ojeda Durán, secretario de la Marina; doctora Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación; licenciado Marcelo Ebrard Casaubon, secretario de Relaciones Exteriores; señor Mauricio Montalvo Samaniego, ministro de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana del Ecuador; ministra Tatiana Clouthier Carrillo, secretaria de Economía; ministro Zoé Robledo Aburto, presidente de la Comisión Presidencial para la Conmemoración de Hechos, Procesos y Personajes Históricos de México; señora Leticia López Landero, presidenta municipal de Córdoba.

Constituye para mí una auspiciosa coincidencia que esta, mi primera visita a México en mi calidad de presidente de la República de El Ecuador, se cumpla cuando el ilustrado gobierno y la admirada nación celebran 200 años de la firma de los Tratados de Córdoba, firmados en esta villa veracruzana el 24 de agosto del 2021 para refrendar definitivamente la Independencia de la nación mexicana, una gesta que empezara 11 años atrás el 16 de septiembre de 1810 en lo que la historia ha denominado el Grito de Dolores, encabezado por el patriota Miguel Hidalgo.

Este bicentenario mexicano, que nos pertenece a todos, nos encuentra en medio de una crisis regional y también global agudizada por la pandemia del COVID-19, crisis que, por otra parte, nos deja certeras lecciones y entre ellas la necesidad de intensificar la cooperación solidaria entre los estados para conjurar las secuelas del flagelo.

Ecuador y México comparten una historia de entrañables coincidencias, una relación fraterna que se ha ido cimentando con creciente amistad y compartida simpatía a lo largo de los años.

No es casual que México, su cultura, su arte, la proximidad de su gente, formen parte del imaginario del pueblo ecuatoriano, casi, diría, de su cotidianeidad y con influencia en su cultura popular.

Somos países con significativas similitudes, entre ellas, contamos con una rica diversidad cultural en la que tiene singular presencia el conjunto de nacionalidades indígenas que conservan y defienden sus costumbres ancestrales, sus propias cosmogonías y lenguas, y que en los tres últimos decenios, en el caso ecuatoriano, se han integrado al escenario político y social del Ecuador.

Así pues, somos países mestizos, vinculados como Estados en nuestras relaciones diplomáticas desde 1837. Este legado, que nos llega a través de los años, tenemos que cultivarlo y fortalecerlo con cooperación, con inversiones, con comercio bilateral e intercambios culturales y turísticos, los que debemos incrementar imaginativamente para que logremos mutuos beneficios en los más diversos ámbitos, señor presidente.

Por ello, quiero hacer propicia esta oportunidad para que acordemos, señor presidente, avanzar de manera firme, propositiva y fraterna en el proyecto de convenio comercial que ha sido objeto ya de provechosas conversaciones entre las delegaciones respectivas de los dos países.

Un objetivo en cuya consecución hemos empeñado nuestra voluntad política y hacia el cual percibimos igual disposición por parte del Gobierno de México. Particularmente bajo su liderazgo, con la decisión de retomar las negociaciones y el llevarlas a buen puerto confiamos que el Ecuador ingrese como miembro pleno de la Alianza del Pacífico en muy corto plazo.

Si bien contamos con una historia llena de fructíferos contactos presidenciales y de cancilleres en el transcurso del tiempo, hoy contamos también con un positivo incremento de intercambio de distinta índole. Las exportaciones al mercado mexicano de productos ecuatorianos han crecido significativamente y, en contrapartida, grandes y emblemáticas empresas mexicanas operan en El Ecuador colaborando de manera efectiva con nuestro desarrollo.

Por ello, considero que es hora de dar conjuntamente un paso decisivo hacia la optimización de nuestros intercambios a través del acuerdo comercial al que he hecho alusión, instrumento que constituye una meta y a la par el inicio de una mayor y más beneficiosa relación.

Como es de su conocimiento, el 24 de mayo del 2021 asumí la presidencia de la República del Ecuador, ocasión en la que expuse varias metas que considero importantes, necesarias y de beneficio para el pueblo ecuatoriano.

Mi primera preocupación fue trabajar para menguar y superar la pandemia del COVID-19 que tan duramente ha golpeado a las economías del mundo y especialmente a las de nuestra región. Además de la dolorosa pérdida de vidas humanas, la enfermedad debilitó nuestras economías al obligarnos a permanecer encerrados y a cambiar nuestros hábitos laborales, la falta de movilidad que nos impuso propició que quiebren empresas y que se pierdan miles de puestos de trabajo.

Por ello, asumí la vacunación de la población de El Ecuador como una medida urgente desde el punto de vista sanitario y como un paso imprescindible para lograr la reactivación de la economía ecuatoriana.

Hasta la noche del pasado domingo con la primera dosis hemos vacunado ya al 57 por ciento de la población total y al 83 por ciento de la población mayor a 16 años de edad; con la segunda dosis hemos vacunado al 37 por ciento de la población total y al 55 por ciento de la población mayor a los 16 años.

Durante mi administración hemos hecho la gran parte de este trabajo en tan sólo 90 días. Para ello, acudí a todos los países y a todos los productores de vacunas sin poner el acento en diferencias políticas e internamente hemos logrado llevar a cabo la más grande movilización logística en los últimos tiempos en Ecuador.

Quién creyera que el Consejo Nacional Electoral fue pieza fundamental en este proceso, con el acompañamiento de las fuerzas armadas, de la policía nacional, de los gremios de profesionales y también de la empresa privada, las universidades y otros sectores de la sociedad ecuatoriana.

Lograr una sólida democracia es también para mí un propósito imprescindible, cuyo camino exige seguridad jurídica, cero tolerancia a la corrupción, lucha contra el narcotráfico, combate a la impunidad, respeto a los derechos humanos, reconocimiento absoluto del valor y de los derechos de las mujeres, respeto a la naturaleza y a la biodiversidad, varios otros temas componen esa ambiciosa meta por lograr un Ecuador inclusivo, democrático, justo e igualitario.

Señor presidente:

Mi presencia en esta gloriosa nación demuestra nuestra disposición de amistad y cooperación para beneficiar a nuestros pueblos.

Mi visión de la economía, como usted conoce, se basa en el fortalecimiento del sector empresarial privado, el que debe de ser un gran generador de empleo, visión que bajo ningún concepto debilita mi decisión de atender privilegiadamente a la población más necesitada. Mi mayor interés es buscar para ellos mejores días, un futuro de oportunidades sin hambre y con libertad.

México, señor presidente, es un país de renombre en América Latina por sus políticas agrarias contra la pobreza. Usted particularmente ha demostrado una preocupación especial por el mundo agrario.

Sepa que yo también soy sensible a esta problemática y que fue un tema central de nuestra reciente campaña electoral: la extrema pobreza de ubicación rural. Tenemos los indicadores más altos de desnutrición crónica infantil. Tenemos que luchar contra la pobreza rural y apoyar a sus familias para lograr niños sanos que contribuyan al desarrollo de la sociedad.

Los precios de los productos agropecuarios, el crédito, la agricultura y ganadería, los servicios, son temas de mi extrema preocupación personal, son potenciales áreas de entendimiento y cooperación en las que deseamos profundizar en futuros encuentros.

Hace unos instantes me referí a los vínculos que unen a nuestros dos países y de coincidencias y amistades fraternas intelectuales como la de José Vasconcelos y Benjamín Carreón, que fueron amigos y en tiempos recientes varios y prestigiosos intelectuales ecuatorianos han vivido y trabajado en México encontrando en este país generoso y hospitalario con varias diásporas históricas un ámbito por demás propicio para la aventura del pensamiento y de la creación.

Simón Bolívar, una de las figuras más destacadas de la emancipación hispanoamericana reflexionó en la Carta de Jamaica sobre dos aspectos que nos aproximan irreversiblemente: la integración y la posibilidad de una identidad latinoamericana.

En esa histórica misiva, al preguntarse sobre lo que somos, el libertador se contestaba: ‘Somos un pequeño género humano, una sentencia en la que con genial intuición unía lo que somos y lo que debemos ser, lo que debemos hacer como destino histórico’. Entonces, más que nada éramos americanos, nativos de una sola patria, nuestra América, una realidad histórica que hoy debiéramos revivir adecuada, lógicamente, a las condiciones y desafíos propios de nuestra época, esto es la unidad por sobre las fronteras nacionales, la vertebración de aspiraciones y realizaciones conjuntas en beneficio de nuestros pueblos hermanos.

Que la celebración de esta fecha gloriosa sea también presagio fecundo para una mayor interrelación de amistad, de cooperación y de mutuo y mejor conocimiento entre nuestros pueblos y países.

Estamos muy agradecidos, señor presidente, por su cálida acogida, por la amistad centenaria de su querido país hacia el nuestro.

El Ecuador del encuentro que quiero propiciar también incluye la agenda internacional y en este caso aspiro vehementemente más Ecuador en México y más México en el Ecuador.

Sea esta oportunidad y esta celebración la muestra de esta voluntad.

¡Que viva México lindo y querido, señor presidente!

Muchas gracias a todos ustedes.

MODERADORA: Escuchemos el mensaje que dirige el licenciado Andrés Manuel López Obrador, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.

PRESIDENTE ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR: Amigo Guillermo Lasso Mendoza, presidente constitucional de la República de El Ecuador; señora María de Lourdes Alcívar de Lasso, esposa del ciudadano presidente de la República del Ecuador; amigas, amigos todos:

Terminando este acto de conmemoración por los 200 años de la firma de los Tratados de Córdoba, vamos a reunirnos con el presidente Lasso, con sus acompañantes, para tratar asuntos relacionados con la economía, con el comercio, con el desarrollo y la cooperación entre nuestros pueblos y entre nuestros países.

Ahora yo quiero referirme a lo que estamos recordando aquí en Córdoba el día de hoy.

En México, la revolución de Independencia comenzó como la lucha del pueblo contra la oligarquía de la Nueva España. Los insurgentes buscaban modificar la estructura económica y social de opresión prevaleciente en el sistema colonial.

Inicialmente, como afirma Octavio Paz, no es la rebelión de la aristocracia local contra la metrópoli, sino la del pueblo contra la primera.

Para el cura Hidalgo y el cura Morelos, reformas sociales como la abolición de la esclavitud y el reparto de latifundios tenían a misma importancia que la independencia política. Por ello, el movimiento de insurrección popular es combatido en ese entonces por el Ejército, por la Iglesia, por los grandes propietarios en alianza con la corona española. Estas fuerzas fueron las que derrotaron a Hidalgo, a Morelos, a Mina.

Un poco más tarde, ocurre lo inesperado. En España, los liberales toman el poder, transforman la monarquía absoluta en constitucional y amenazan los privilegios de la Iglesia y de la aristocracia, se opera entonces un brusco cambio de frente. Ante este nuevo peligro exterior el alto clero, los grandes terratenientes, la burocracia y los militares criollos buscan la alianza con los restos de los insurgentes y consuman la Independencia.

Hacia 1820, en vísperas de la consumación de nuestra Independencia, la revolución popular estaba prácticamente sofocada en términos militares, pero conserva la legitimidad, la influencia y el respaldo que había logrado entre la población entre 1810 y 1815, y por ello la oligarquía se vio obligada a establecer una alianza con la corriente más representativa de ese movimiento popular.

Así, Agustín de Iturbide, representante de las clases dominantes de México, y Vicente Guerrero, uno de los principales insurgentes del partido de Morelos que aún estaba activo se entrevistan y elaboran en Iguala el famoso Plan de las Tres Garantías: Independencia, Unión y Religión.

En torno al Plan de Iguala se unen conservadores y liberales, el poder colonial representado por el virrey Apodaca, aunque debilitado y sin ninguna posibilidad de recibir apoyo de la monarquía española, decidió resistir y enfrentar militarmente a los independentistas, que ya para entonces habían aceptado como jefe al general exrealista Agustín de Iturbide, quien, con sus compañeros de armas y con los antiguos líderes del movimiento popular insurgente, terminó por imponerse en casi todas las regiones del país.

Escribe el maestro Luis Villoro: ‘En poco tiempo, sin derramamiento de sangre, el ejército de Iturbide conquista las principales ciudades, entra en Valladolid, en Morelia, en Guadalajara y Puebla, mientras las tropas expedicionarias españolas destituyen al virrey Apodaca, cuya actitud frente al movimiento es calificada cuando menos de tibia’.

Queda al mando de la Ciudad de México el mariscal Francisco Novella, pero todo va a resolverse en unas semanas.

El 3 de agosto de 1821 desembarca en Veracruz Juan O´Donojú, nombrado jefe político de la Nueva España por las cortes españolas, pero queda sitiado en el puerto de Veracruz por las tropas iturbidistas.

En tal circunstancia, no tiene más remedio que lanzar un manifiesto explicando que él no dependía de un rey tirano, de un gobierno déspota y señala: ‘Yo no pertenezco a un pueblo inmoral, yo no vengo al opulento imperio mexicano a ser un rey y a amontar tesoros’, al tiempo que convoca a Iturbide a entenderse para dar solución al conflicto político de la Nueva España.

O’Donojú simplemente enfrentaba un hecho consumado que era preciso formalizar. Fue aquí precisamente en donde se reunió con los jefes independentistas y del acuerdo al que llegaron, surgieron los conocidos Tratados de Córdoba en los cuales se estableció. Cito textualmente:

‘Esta América se reconocerá por nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano. El gobierno del imperio será monárquico, constitucional moderado.’

También se pactó aquí, en Córdoba, la creación de una junta provisional integrada por hombres destacados, cito, ‘por sus virtudes, por sus destinos, por sus fortunas, representación y respeto para elegir una regencia de tres notables, de la cual saldrá el titular del Poder Ejecutivo, quien gobernaría en nombre del nuevo monarca hasta que este empuñará el cetro del imperio’.

Los Tratados de Córdoba, al igual que el Plan de Iguala, suscrito ocho meses antes, sólo implicaban un reacomodo en la cúpula del poder económico, político y militar para garantizar la continuidad del mismo régimen de opresión colonial, sólo que en beneficio de la oligarquía criolla, la cual se arrogó los privilegios de los peninsulares y ya sin la participación de la monarquía española.

Así se consumó una independencia sin justicia ni libertad para el pueblo raso. Nada quedaba en pie del pensamiento del cura Hidalgo y del cura Morelos; habían caído en el olvido las demandas de la abolición de la esclavitud, la tierra para los campesinos y mayores salarios para los trabajadores.

Se había borrado la demanda de la moderación de la opulencia y una mejor distribución de la riqueza; ya no se hablaba de la creación de tribunales, como lo deseaba Morelos, el Siervo de la Nación, que defendieran al débil de los abusos que comete el fuerte.

Pero como posiblemente pensaron en ese entonces Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo y otros herederos de los ideales y de las causas de los curas rebeldes, primero había que asegurar la anhelada independencia, en especial el párrafo del acta en el cual la nación mexicana, cito textualmente, ‘declara solemnemente que es nación soberana e independiente de la antigua España, con quien en lo sucesivo no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha’.

Es posible, repito, que los auténticos representantes de las demandas de la mayoría del pueblo calcularon que era fundamental asegurar en primer término la independencia política por más que quedaran pendientes las reivindicaciones sociales, cuyo logro habría de tomar muchos años más de fatigas, sufrimientos y luchas en defensa de la República y de nuestra soberanía.

En efecto, hubo de pasar, por ejemplo, un ciclo para transformar con la Revolución mexicana las condiciones de esclavitud y de injusticia que siguieron prevaleciendo sobre la gran mayoría de la población a pesar de la consumación de la Independencia.

Pero eso son otros capítulos de nuestra excepcional y a veces desdichada historia nacional, lo importante ahora es destacar en este acto que, en los países de nuestra América, las luchas sociales y de liberación, encabezadas por José de San Martí, por Simón Bolívar, por Miguel Hidalgo, por José María Morelos y Pavón, triunfaron por los afanes de libertad de los pueblos, por la perseverancia y patriotismo de nuestros héroes, pero también por los conflictos internos de la metrópoli que precipitaron la decadencia política de la España colonial y monárquica.

Nos satisface mucho, lo digo de manera sincera, tratar este tema aquí en Córdoba, Veracruz, donde hace 200 años se firmaron los tratados que afianzaron la consumación de la nuestra Independencia, y nos satisface en especial conmemorar este trascedente hecho histórico con la presencia de Guillermo Lasso, presidente de la República hermana del Ecuador.

¿Cómo olvidar la hermandad entre nuestros pueblos? ¿Cómo olvidar que en Guayaquil, en la costa del Pacífico de ese país hermano, el Ecuador, se encontraron por primera vez Simón Bolívar y José de San Martín?

Bolívar, ese gigante, liberó medio continente; y otro gigante, San Martín, hizo lo mismo. Entre los dos lograron la independencia de las actuales repúblicas de Colombia, Venezuela, Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina.

En esa ciudad, en Guayaquil, de esa ciudad también importantísima del Ecuador era originario el escritor y político diplomático Vicente Rocafuerte, el segundo presidente de la República independiente del Ecuador, que se desprendió del territorio de la gran Colombia, el primer ecuatoriano que ejerció ese cargo en la nueva nación andina, Vicente Rocafuerte.

Este extraordinario ecuatoriano vivió y luchó en México contra los conservadores. Sus ideas liberales, su buena prosa y su oratoria apasionada hicieron época en nuestro país. Apenas unos meses después de la entrada triunfal de Iturbide a la Ciudad de México para firmar el Acta de Independencia, Rocafuerte escribió un texto titulado Bosquejo ligerísimo de la revolución de Mégico desde el grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide. Ahí sostenía que este caudillo, Agustín de Iturbide, era un farsante que sólo buscaba, lo cito, ‘satisfacer la europea y pueril vanidad de ponerse encima de la cabeza una mezquina redondela de oro llamada en el vocabulario gótico corona imperial’.

Poco tiempo después, sucedió exactamente lo que predijo Vicente Rocafuerte. Y desde entonces adquirió Rocafuerte fama y prestigio entre los liberales mexicanos. Todavía en marzo de 1831, luego de regresar de Inglaterra, donde representaba a México como encargado de negocios, escribió un ensayo sobre la tolerancia religiosa y fue acusado de violar el artículo 3º de la Constitución de 1824, que concedía exclusividad a la religión católica por encima de cualquier otra.

De esta manera, un jurado integrado únicamente por eclesiásticos condenó a prisión al destacado liberal sin el beneficio de la libertad bajo fianza. El encarcelamiento de Rocafuerte y la defensa de su libertad se convirtieron en una célebre causa popular.

Un historiador sostiene que la actuación de esta junta fue tan excesivamente irritante que indujo a muchos moderados a oponerse, no sólo al gobierno, sino también al clero, y hasta los moderadores escoceses -se refiere a las logias- y a los yorkinos se unieron para luchar porque se hiciera justicia a Rocafuerte.

El 19 de abril, debido a la presión ejercida por diferentes sectores de la sociedad mexicana, Juan de Dios Cañedo, abogado defensor de Rocafuerte, consigue su libertad.

A finales de 1931, Rocafuerte participó en la fundación del periódico El Fénix de la Libertad. El primer número de este importante impreso apareció el 7 de diciembre y se convirtió en el portavoz de la oposición al gobierno conservador de México.

Los redactores eran destacadísimos personajes de nuestra historia. Además de Vicente Rocafuerte, escribía Manuel Crescencio Herrejón, Andrés Quintana Roo, Juan Rodríguez Puebla y Mariano Riva Palacio.

Desde el periódico se cuestionaba a los ministros, en especial a José Antonio Facio y a Lucas Alamán. Rocafuerte sostenía que Facio había sido partidario de Fernando VII y que Alamán era un reaccionario, avaro, a pesar de su talento y de su cultura.

En 1833, Rocafuerte regresa a Guayaquil. Antes, pasó por Caracas, se entrevistó con el Libertador. No fue buena la entrevista, el encuentro, porque Rocafuerte era civilista y el Libertador pensaba que era necesario mantener el poder de las Fuerzas Armadas.

Llegó a Guayaquil y ese mismo año fue electo diputado, no por Guayaquil, sino por Quito, por la provincia que comprende a Quito, la capital de la República de Ecuador, y luego de muchas otras luchas políticas y militares, en agosto de 1835 es electo presidente constitucional de la República del Ecuador.

Así como Guillermo Lasso, que nos acompaña, considero a Vicente Rocafuerte uno de los presidentes más inteligentes, más lúcidos, más patriota que ha tenido el hermano país del Ecuador.

En fin, la enseñanza mayor en la historia de nuestra América es que somos herederos de conquistas sociales y políticas de nuestros pueblos. Por eso están mal, errados, equivocados, los que hablan del fin de la historia. No podemos saber a dónde vamos si no conocemos nuestro pasado, quien no sabe de dónde viene no va a saber nunca hacia dónde va.

Somos herederos de conquistas sociales y políticas de nuestros pueblos, conquistas que se fueron alcanzando con enormes sacrificios en largos y difíciles caminos hacia la libertad, la justicia, el progreso y la democracia.

Por ello, nosotros tenemos que cuidar esa herencia, ese legado, mantener nuestros ideales y aplicar nuestros principios, hemos de recordar siempre que para ser justos es necesario ser libres.

El maestro Carlos Pellicer decía: ‘Los sentimientos de justicia son hijos de la libertad, pues nunca siendo esclavos podremos ser justos’. Tampoco, sostengo por mi parte, puede haber progreso sin justicia, progreso sin justicia es retroceso y, añado, no puede haber poder sin pueblo. Democracia es poder con pueblo, demos es pueblo, kratos es poder, es el poder del pueblo.

Bendita sea la memoria de aquellas mujeres y hombres que desde la noche del 15 de septiembre de 1810 abandonaron familias y bienes materiales, y no dudaron en entregar su tranquilidad, su libertad o su vida misma para dejarnos una nación libre, independiente y soberana, una verdadera patria.

¡Que viva Ecuador!

¡Y que viva México!

Muchas gracias.

MODERADOR: Se les invita entonar nuestro Himno Nacional.

(HIMNO NACIONAL)

MODERADOR: Se hace una respetuosa invitación a los presidentes de México y del Ecuador para que realicen un recorrido por la muestra infográfica Tratados de Córdoba.

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