El corazón de México es festivo, estético y mágico. Nos distinguimos porque celebramos de manera especial los nacimientos, los quince años, los cumpleaños, incluso la muerte.

“La Catrina”, las calaveritas de azúcar y la flor de cempasúchil son ejemplos de que preferimos cobijar la tristeza con la calidez de nuestras tradiciones. Así, México ha llegado a encontrarle colores al último adiós, dedicándole dos días a la pena de la muerte, un pan y Cempasúchil o Flor de Muertos, una flor llena de luz.

El nombre nahua significa “flor de veinte pétalos”, unión de las palabras cempoal = veinte y xóchitl = flor. Pero este término no indica que la flor tiene sólo 20 pétalos, sino “muchos”, recordemos que la numeración de esta cultura se basaba en el número vente. Otro significado igual de evidente, sin duda, es su brillante aspecto de sol, de vida y luz.

La flor de cempasúchil florece cuando termina la época de lluvias, razón por la que se ha convertido, junto con el pan de muertos y las calaveritas de azúcar, en uno de los iconos de las festividades de muertos que en México celebramos cada año los días 1 y 2 de noviembre.

El tallo de esta flor alcanza hasta un metro y medio de altura; su botón se abre hasta los 5 centímetros de diámetro, y la enorme cantidad de pétalos que nos ofrece dio pie a que se use para cubrir las tumbas, ofrendas, los entierros y para de marcar el camino que lleva del hogar de los difuntos hasta sus tumbas.

Además de aprovecharse como elemento decorativo, la flor de cempasúchil, conocida en los Estados Unidos como “Mary Gold”, se usa para fabricar insecticidas y con fines curativos; la medicina tradicional náhuatl recomienda el té de cempasúchil para combatir problemas digestivos y respiratorios.

El cempasúchil se da principalmente en los estados de San Luis Potosí, Chiapas, Puebla, Sinaloa, Tlaxcala, Veracruz y Estado de México; aunque crece en otras latitudes, su carácter ritual es netamente mexicano y son infaltables en los altares dedicados a los fieles difuntos.