Implica la responsabilidad por una nueva vida, fuerzas para luchar por un ser indefenso, levantarse cuando se está cansada y agotada… y no rendirse nunca.

La euforia.
La emoción más alta que la alegría, la euforia que sentimos el día que nos regala su primera sonrisa, sus primeros pasos, cuando dice “mamá” con esa vocecita tierna entrenándose en el arte de hablar. Cuando aprende a andar en bicicleta, el día de su primer festival en el kínder.

La plenitud.
Con ello experimentamos la capacidad de dar servicio a otro, el dejar de pensar en nosotras mismas para darnos a alguien más.

El amor.
Dar es lo que nos llena el alma, y dar lo mejor de nosotras a esos seres que nacieron de nuestras entrañas, es el regalo más afortunado que una madre puede llegar a sentir. Un profundo suspiro que se cuela dentro y llamado amor incondicional.

El miedo.
Como madres queremos proteger a nuestros hijos, nuestro tesoro más preciado, y que nunca le pase nada; que no derrame una lagrima de dolor; que no pase hambre; que no se raspe las rodillas al gatear; que no llore su primer día de kínder; que no se enferme; ¡por favor, que no sufra nunca!

El cansancio.
Desde el primer día que ese bebé llega nuestra casa, la palabra cansancio toma otro significado. Pasar una noche en vela, esperando a que se duerma o que llegue de su salida con amigos. Cualquiera que sea su problema, como mamás lo queremos resolver.

La gratitud
Las mamás nos enojamos, nos irritamos, a veces llegamos a reprochar las situaciones por las que tenemos que pasar, pero al final del día agradecemos el tener el privilegio de ser madres.

El regalo diario de verlo crecer, aprender cada una de las cosas que sabe hacer, ver esos ojos brillantes, llenos de vida, de admiración, deseosos de conocer el mundo.