En el apogeo del invierno, mientras se prepara para salir y pasar las festividades del mes de Títitl en familia, la mamá de Tonalli —Metztli—, les cuenta a ella y a su hermano menor acerca del papel de la diosa Ilamatecuhtli —“anciana tierra y protectora”— en el proceso del término e inicio de la vida en la tierra fértil, y sobre la importancia de la temporada. Tonalli, como la hija mayor, se queda un poco más en casa para encargarse de los últimos deberes, entre ellos guardar y contabilizar semillas para la siguiente siembra. Es una tarea importante, pues sin las semillas suficientes no habrá comida el siguiente año. Después se reunirían en el pueblo para compartir los alimentos preparados.

Mientras organiza el patio, una lechuza trata de robar un conejo directo del corral, pero ella evita que se lo lleve. La presa huye en dirección al bosque, por lo que ella termina adentrándose en este. Logra atrapar al peludo animal, pero pierde el camino de regreso. Con el sol escondiéndose en el horizonte, desaparece el amparo del día entre la vegetación. 

Titiritando. Una historia de las festividades del mes Tititl, el invierno y la siembra.

Tonalli intenta abrirse paso por el bosque, todavía con el conejo entre sus brazos. Escucha ruidos de alrededor y observa una sombra asomarse. De pronto, es atacada por un animal volador, de garras familiares que tratan de llevarse al conejo. Ella corre entre plumas y gritos. El aire provoca agitación entre los árboles y plantas del lugar, las nubes se aglomeran en forma de un pequeño remolino que impacta en la cercanía, lo que logra ahuyentar a la hambrienta lechuza. A su vez, acerca a Tonalli a la orilla de un barranco; a punto de caer, la delgada mano de aquella sombra de aspecto cadavérico toma fuertemente del hombro a la asustada muchacha, con lo que impide su caída al vacío.

Debido al viento, el cansancio y el frío se hacen presentes para Tonalli. El compañero con rabo de algodón decide acurrucarse profundamente en las ropas de Tonalli, quien resiente en la piel el cambio de temperatura y se estremece. Reniega de su situación al tiempo que se hinca; mientras tanto, Ilamatecuhtli la observa y la cubre del viento. Tonalli abre los ojos y encuentra delante de ella a la diosa “vieja” de la que su madre tanto le ha hablado. La joven, al contrario de su inquieto y peludo compañero, queda perpleja y algo escéptica por su encuentro. La protectora de la tierra le habla sobre el frío que la temporada trae consigo; también le dice que en ocasiones parece solitario y que el tiempo se detiene en la melancolía y remembranza de lo que no se tiene o ya se fue. Es una oportunidad de sosegar la mente y corazón; la aparente pausa sirve para renovar fuerzas para un nuevo comienzo. 

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Tonalli escucha pacientemente las palabras de Ilamatecuhtli, alza la mirada al cielo y observa las primeras estrellas. Respira profundo el aire fresco y, de forma distinta a su primera reacción ante la temperatura, le parece revitalizante para seguir adelante en su camino de regreso. Finalmente, la intensidad del viento disminuye e Ilamatecuhtli la saluda alegremente y le pregunta su nombre. Tonalli le ofrenda las semillas en su bolsa y, con una sonrisa, se presenta con ella. Además, pregunta si acaso todo es una broma creada por su imaginación, ante lo que la “señora vieja” se ríe brevemente.

Amable, Ilamatecuhtli recibe las semillas y pregunta a la joven si está perdida. Tonalli le relata los acontecimientos que la llevaron a extraviarse y su promesa de ver a su familia en el centro del pueblo. Ilamatecuhtli entiende su situación y propone caminar con ella en su recorrido por la zona, confiando en encontrar el camino a su pueblo. Tonalli acepta; se siente mejor ahora que no se encuentra sola. Ambas recorren el camino con paso firme; Tonalli, elocuente, mantiene la charla acerca de su familia mientras Ilamatecuhtli permanece atenta a la vida que espera la llegada de días más cálidos.

De repente, el conejo, que hasta el momento se encontraba cómodo, salta de entre los brazos de Tonalli en dirección a los arbustos. La joven, a punto de ir por él, nota lo que parece ser un animal debajo de la hierba. Se acerca curiosa y descubre el cuerpo inerte de un venado frente a ella; la muerte no le es ajena, sin embargo, el estado en descomposición del cuerpo la toma por sorpresa. Al notar su reacción, Ilamatecuhtli enseguida sabe de qué se trata. Gira hacia la joven y saca la bolsa de semillas; toma suavemente su mano para acercarla mientras, con una sonrisa tranquila, le muestra cómo, tanto animales como semillas, hibernan durante el invierno a la espera del momento perfecto para surgir.

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Tonalli observa los signos de vida. Desarrolla interés por el proceso que ya puede entender. Ilamatecuhtli, además de un poco de fruta, le da una bolsa a la muchacha, a quien mira a los ojos. Le devuelve las semillas que podrán usar ella y su familia para alimentarse; con los cuidados adecuados crecerán abundantes. La joven agradece profundamente el gesto. El conejo vuelve a sentir el frío de la noche, así que se acerca a Tonalli, quien lo toma en brazos y se levanta; es momento de retomar el rumbo. Sin embargo, Ilamatecuhtli le expresa que tendrá que seguir sola, ya que su recorrido la lleva en otra dirección, pero le asegura que no sentirá su ausencia ni estará sola. Tonalli, aunque se encuentra algo triste, entiende que no puede depender de Ilamatecuhtli, quien amablemente la encaminó a su pueblo. Se despide cordialmente y se marchan por caminos distintos. 

Usando las estrellas del norte como guía y con más confianza en sí misma, Tonalli recorre el cerro con el brillo de la luna iluminando el cielo ligeramente. Mientras se acerca más a su destino, piensa que tal vez aquellas semillas brindarán buenos frutos. Ilamatecuhtli le había dado esperanza de reencontrarse con su familia pronto.

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En el trayecto, Tonalli es atraída por una luz y a lo lejos ve un venado; ella lo sigue. El astado animal avanza al lado contrario que la muchacha. Entonces, no muy lejos, la luz que rodea al venado se intensifica y expone su origen: una fogata. Tonalli sonríe de emoción al pensar que por fin ha llegado al pueblo para cumplir la promesa de reunirse con su familia. Camina en dirección a la luz para confirmar su sospecha; el pueblo está reunido en el centro, compartiendo comidas y bebidas al calor de la hoguera. Una corriente de tranquilidad recorre su corazón al ver a lo lejos a su madre y hermano, quienes la reciben con un abrazo después de preocuparse por su demora. Al fin se sientan juntos para cenar y disfrutar la compañía. Hablan sobre la experiencia de Tonalli y se asombran de lo que vivió. Se entusiasman por vivir el crecimiento de los tallos, flores y frutos que las arrugas de la tierra puedan ofrecer.

Titiritando. Una historia de las festividades del mes Tititl, el invierno y la siembra.

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