La medicina nuclear se ha convertido en una de las herramientas fundamentales en el tratamiento de múltiples enfermedades como el cáncer. Sin embargo, no siempre fue así. El uso de radiofármacos es reciente, aunque su desarrollo ha sido veloz y eficaz.
La Planta de Producción de Radiofármacos (PPR) del ININ tiene la responsabilidad de producir más del 80% de la demanda del país y así procurar de la salud de la población.

En 1913, George von Hevesy, científico especializado en química y física, introdujo el concepto de radiofármaco. Posteriormente, en 1936 se utilizó por primera vez un radioisótopo en la terapia de una enfermedad humana, el elegido fue el fósforo-32 (32P) utilizado para tratar a un paciente con leucemia. Así fue como inició la era de la medicina nuclear.

Un año después, en 1937, se produjo yodo radiactivo (I-131), a través del bombardeo de una muestra de teluro (Te). Desde el siglo XIX se sabía que el yodo forma parte de la tiroxina (hormona producida en la tiroides), lo que provocaba la acumulación de este elemento en la glándula.

En 1940, se diagnosticó el primer caso de hipertiroidismo y el químico Glenn Seaborg vio la oportunidad de usar el I-131 para su tratamiento. La investigación en radiofármacos para el cuidado de la salud humana comenzó a desarrollarse rápidamente y a inicios de 1960 el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ) comenzó la investigación y generación de radiofármacos en la Planta de Producción de Radiofármacos (PPR).

En ese momento, el principal producto era el yodo-131. En 1964 se desarrollaron 10 diferentes complejos llamados núcleo-equipos, para la preparación de radiofármacos inyectables marcados con tecnecio-99m (99mTc), el cual es considerado como el radionúclido ideal para la obtención de imágenes diagnósticas en medicina nuclear.

Las ventajas de los radiofármacos son diversas y vastas, ya que permiten el diagnóstico de enfermedades en múltiples partes del cuerpo (renal, cerebral, pulmonar, hepato-esplénica y de médula ósea), así como de epilepsia, Alzheimer, demencia, migrañas y tumores cerebrales, además son agentes de detección de cáncer. También son útiles en el tratamiento de dificultades en el miocardio, artritis avanzada y tumores (de origen neuroendocrino, sistema nervioso), de cáncer de próstata, entre otros.

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