En las celebraciones del inicio de la lucha armada por la independencia nacional “se traen a la memoria las vidas de nuestros paladines libertarios. Sin embargo creemos que algunos de los forjadores de nuestra nacionalidad mexicana han permanecido casi desatendidos. Entre ellos se encuentra José Antonio Alzate Ramírez, promotor de la independencia científica nacional”. (1)
Alzate publicó el primer periódico propiamente científico del periodo ilustrado americano que se publicó en la entonces Nueva España: Diario Literario de México (1768). Sus trabajos científicos y obra divulgativa tuvieron gran repercusión, no solo en territorio mexicano, sino en otros sitios de América y en Europa. De hecho, fue electo miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de París.
La evolución de la literatura científica, entre 1768 y 1810, permitió seguir el curso del fuerte debate ideológico llevado a cabo por los ilustrados contra la escolástica y el saber tradicional. Se percibe, igualmente, la gradual introducción del pensamiento científico moderno (Copérnico, Newton, Buffon, Lineo, Lavoisier, etc.) y las intensas polémicas que mantuvieron los científicos criollos (Alzate, Unánue, Bartolache, Espejo, Mejía, Caldas, etc.) con españoles y europeos (Martí, Cervantes, De Paw, Reyna, Robertson, etc.) para reivindicar la cultura científica, la historia y la naturaleza americanas frente a los desprecios, ataques y calumnias de que fueron objeto en repetidas ocasiones. (2)
La permanente recurrencia en las páginas del periodismo ilustrado de los temas americanos relativos a la geografía, recursos naturales, cultura, economía e historia; así como las posibilidades de desarrollo autónomo que estos ofrecían contribuyó a la formación de la conciencia nacional de las naciones americanas. Al sentimiento patriótico del criollo se sumó, por la vía de la cultura, el nacionalismo científico. Ambos se integraron para producir una cada vez más clara conciencia de la realidad geocultural. El proceso gradual de autodescubrimiento de los americanos, de su ser histórico e intelectual los condujo inevitablemente a la emancipación de España.
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII la actividad científica en la Nueva España creció en cantidad y calidad, y se caracterizó por la integración de una activa comunidad científica, que contó con el apoyo de diversos sectores de la sociedad. El conjunto de estos rasgos hizo que la ciencia ilustrada novohispana adquiriera un perfil propio frente a la matriz europea, pues no se trató de una simple difusión o traslado de la ciencia y de sus instituciones al medio mexicano, sino más bien, de una transfusión o domiciliación de la ciencia en la sociedad mexicana de entonces. Fue el momento en que la ciencia alcanzó, por primera vez, un protagonismo en la sociedad novohispana.
El hecho de la aparición del periodismo científico y de su permanencia, pese a la censura y las prohibiciones del gobierno virreinal, revelan el interés que existía por la formación técnica, pero sobre todo la conformación de una novel mentalidad, desde la tribuna científica, que daba a conocer las nuevas teorías y permitía el debate. Se formó una generación de científicos que provenían de distintas profesiones (médicos, boticarios, abogados, arquitectos, clérigos, etc.), y que asistían en gran número como aficionados o practicantes a las cátedras científicas.
Este efecto cultural, que puso en contacto con la ciencia y el pensamiento ilustrado europeo, fue de gran trascendencia para la vida novohispana de finales de la colonia y un factor relevante para la consolidación de la ideología independentista. No está de más recordar que un buen número de esos científicos ilustrados novohispanos participaron con sus conocimientos y murieron en la Guerra de Independencia (1810-1821).
Finalmente, la incorporación de la ciencia moderna a las sociedades americanas tuvo lugar cuando se estaba constituyendo un tramado social nuevo, que no se correspondía más con el régimen político autoritario y colonial que había regido hasta entonces. En él, los científicos americanos pugnaron por la libertad y la independencia, único marco en el que la ciencia podría desarrollarse. Algunos se identificaron con las luchas que se iniciaron para conseguir la independencia de sus países y tomaron parte activa en ellas, incluso murieron, y aportaron su saber a los ejércitos insurgentes. Los hechos históricos que se produjeron a partir de 1808 en España, y luego en sus colonias americanas, crearon el momento propicio para una ruptura con el pasado; así como, para la instauración de una política de la que las antiguas colonias habrían de emerger como naciones independientes y modernas.
La proclamación de la Independencia de México, que tuvo lugar el 27 de septiembre de 1821, también motivó a percatarse que la ciencia mexicana obtenía su libertad, ya que pasó a ser parte constitutiva del estado nacional que se había creado, y así lo afirman Pablo de la Llave y Juan José Martínez de Lejarza al publicar su obra botánica en 1824. La obra botánica en latín de estos naturalistas cuenta con dos volúmenes y lleva por título "Descripciones de Nuevos Vegetales" y está dedicada a Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Ignacio Aldama, Mariano Abasolo, José María Morelos y Pavón y Mariano Matamoros, entre otros: "...declarando en grande sumo de la patria beneméritos, muy honoríficamente declarados, las nueve especies contenidas en este fascículo dedican." (3)
En el prefacio del libro primero se menciona cuáles eran las limitaciones y obstáculos que existían para hacer investigación científica en el México de aquellos años: falta de libros, de instrumentos que, en este caso, era el papel adecuado para conservar las plantas; estar expuestos a que investigadores extranjeros con mejores medios y beneficiándose de la apertura del país obtuvieran la prioridad en los descubrimientos o, ser llamados (como en el caso de Llave) a "los asuntos del Estado".
Por otra parte, se aborda la relación que guarda la ciencia con el Estado. Al preguntarse si en la denominación de los nuevos géneros que describían solo debiesen considerar a los científicos a quienes se deseaba honrar, como es lo usual, estaban introduciendo un hecho muy importante relativo a que también tendrían que tomar en cuenta los nombres de "los jefes inmortales de nuestra nación, a pesar de que para nada hayan sido instruidos en el conocimiento de las plantas". La razón para pensarlo así es que aquéllos que constituyeron a la nación libre y al Estado nacional merecen tal honor porque "no parece que tengan que ser despreciados, quienes cautivados e impulsados por el amor a la verdad, o cultivan las ciencias, o impulsan con la simpatía y con la humanidad a su cultivo". Es decir, quienes desde el Estado, y el Estado mismo impulsan el cultivo de las ciencias realizan una función que es esencial y decisiva para las ciencias, y por ello preguntan:
El momento decisivo para la naturalización de la ciencia en América sucedió cuando sus promotores lograron su protagonismo social, hacia la década de 1780. Las alianzas que se establecieron con varios sectores de la sociedad (mineros, comerciantes, etc.) permitieron que se pusiera en marcha un proceso de institucionalización exitoso. Entre las nacientes instituciones que cultivaron con un sentido práctico la física, la química, la astronomía, la botánica, la mineralogía, la medicina y la cirugía estuvieron el Seminario de Minería (1792) y el Jardín y Cátedra de Botánica (1788) de México.
Al iniciarse el siglo XIX en casi toda la América española existía un movimiento por la ciencia y por las "artes útiles". Se contaba con un número significativo de científicos que integraban una comunidad en varios países, además de instituciones dedicadas a la investigación y enseñanza. En ámbitos como la química, la historia natural, la geografía, la mineralogía y la astronomía se conseguían resultados valiosos. Y existía entre sectores sociales, cada vez más amplios, una conciencia de lo que podía esperarse de la ciencia para el progreso y bienestar de la sociedad.
En las nacientes naciones americanas existía la esperanza de que la ciencia pudiera fomentarse, que su empleo dejase de ser en beneficio solo de las autoridades coloniales, y que también se superase el abatimiento en que el régimen colonial la mantenía al haber dispuesto que solamente las ciencias aplicadas se fomentaran, en detrimento de otros fines meramente cognoscitivos. Los científicos americanos sintieron que su hora había llegado para realizar sus ambiciones de conocimiento y de promoción social durante tanto tiempo propuestas.
Los científicos tuvieron un destacado papel en el diseño de las nuevas naciones, aportándoles una visión de sociedad con la participación de la ciencia, la cual se plasmó en los textos constitucionales. Varios fueron los que se desempeñaron como diputados en las asambleas constituyentes y dejaron en el trabajo legislativo su impronta particular, pues generalmente quedó reconocida la importancia que tendría la educación y la ciencia para la formación de las nuevas naciones.
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Por Centro de Documentación y Divulgación Científica (CDDC), con investigación de Claudio Fernández Ortega, del CDDC.
REFERENCIAS
- Galindo, S. (2010). El astrónomo José Antonio Alzate. México: Innovación Editorial Lagares de México, 2010.
- Saldaña J. (2010). Las revoluciones políticas y la ciencia en México. Ciencia y Política en México en la época de la independencia. Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. México, D. F. México. 260 p.
- Mallen Rivera, C. (2012). La ciencia en el México colonial e independiente. Revista Mexicana de Ciencias Forestales. 3. 03-09.