Durante el envejecimiento la proporción de agua en el cuerpo disminuye, pasando del 80% del peso corporal en los niños, a un 60% y 50% en personas mayores. Debido a esta situación, se debe cuidar que la disminución de líquidos no sea excesiva y evitar así la deshidratación.
Las personas mayores están más expuestas a deshidratarse por diversos factores:
- A medida que la persona envejece, disminuye la sensación de sed, lo que impide la compensación del déficit de líquidos.
- La restricción del consumo de alimentos provoca una disminución de los aportes hídricos.
- Sudoración excesiva por ejercicio o por tener fiebre.
- Inmovilización por limitación física.
- Confusión mental, demencia u otras enfermedades cerebrales.
- Enfermedad digestiva con presencia de vómitos, diarrea o hemorragias digestivas.
- Quemaduras (al destruirse la piel se evapora una gran cantidad de agua).
- Uso inapropiado de medicamentos diuréticos.
Los síntomas de deshidratación más frecuentes son:
- Fatiga y calambres musculares
- Sed, ésta puede haberse reducido o estar ausente.
- Ojos hundidos, sequedad de la piel y de las mucosas de la boca y de la nariz
- Ausencia de sudoración a nivel axilar e inguinal.
- Malestar en el pecho o en el abdomen.
- Disminución de la tensión arterial e incremento del número de latidos del corazón.
- Disminución de la sensación de orinar.
- Confusión mental, desorientación, irritabilidad
- Somnolencia, mareo y síncopes
Para tratar la deshidratación, es importante:
- Crear hábitos o rutinas de ingesta de agua u otros líquidos, que aseguren su consumo.
- Ingerir bebidas rehidratantes en climas cálidos o en épocas de mayor calor, para contrarrestar las pérdidas por sudor y por la respiración.
- Suministrar líquidos a las personas que no puedan o no recuerden beber y ayudarles a beber lo suficiente en sopas, jugos, leche, agua y líquidos saborizados.
La presencia de deshidratación es un parámetro de cuidado. Procuremos la hidratación de las personas mayores.