Mucho se ha hablado del nexo agua-energía-alimentos, pero ha sido poco el éxito que se ha tenido en el diseño de una política que permita un adecuado manejo de estas interrelaciones. Una narrativa que aparece como imperativa para avanzar hacia la gestión adecuada de este nexo se da como resultado del cruce entre los efectos que ya se aprecian por cambios en el clima, el incremento poblacional acelerado y la creciente urbanización del planeta.

Es necesario crear una visión que conserve nuestro planeta; es decir, que equilibre las crecientes demandas de alimento y energía de la sociedad con el uso sustentable del agua. Esta crisis es evidente al observar la evolución de la producción de biocombustibles, que desde 1975 se ha incrementado cien veces, mientras que en países como México, se espera que la demanda de energía para el año 2030 aumente hasta en un sesenta por ciento sobre las necesidades actuales.

Este cambio en las demandas impondrá impactos significativos sobre las economías locales de tres maneras:

  1. - Habrá un incremento en los precios de los alimentos como resultado de la presión combinada de los esfuerzos para garantizar la seguridad alimentaria y del cambio de cultivos para producir biocombustibles. A pesar de que en el planeta la agricultura representa el setenta por ciento del uso del agua, este valor alcanza en algunos países en vías de desarrollo hasta el noventa por ciento; competencia que añade mayor presión sobre el precio de los alimentos.
  2. - El crecimiento poblacional en las naciones menos desarrolladas incrementará las demandas para la producción de alimentos, aumentando presiones para destinar más tierra a propósitos agrícolas, con los costos ambientales conocidos del uso de pesticidas y fertilizantes, que degradan los suelos y el agua.
  3. - Se incrementará el costo del tratamiento por contaminantes emergentes en el agua que resultan de esta mayor producción.

Estos impactos serán más severos en la población más vulnerable; es decir, en aquellos que viven en zonas rurales. Por ello, el proceso de toma de decisiones es fundamental para la gestión del nexo agua-energía-alimentos.

Como sucede en el caso de la política hídrica, las dimensiones energética y alimentaria de la política pública están dominadas por intereses regionales que incluyen propietarios de tierra fértil en zonas áridas con escasez de agua e industrias buscando fuentes de energía y agua barata y segura. Por ejemplo, en la región oeste de los Estados Unidos, el riego sigue siendo la categoría dominante en los usos de agua a pesar del crecimiento poblacional. Demandas de uso consuntivo de agua para la agricultura conforman el ímpetu primario de la construcción de sistemas centralizados de riego a gran escala. El agua destinada a uso agrícola en esta región comprende el ochenta por ciento del total de las fuentes de abastecimiento; circunstancia que se comparte con la zona noroeste de nuestro país.

Estas asimetrías en la distribución del nexo agua-energía-alimentos hacen evidente la necesidad de una mejor integración entre estos sectores. En consecuencia, es importante asegurar la producción alimentaria y, especialmente, la equidad alimentaria dentro del proceso de toma de decisiones en el ámbito nacional. Por ello, se reconoce de forma global que se necesitan formas menos fragmentadas de gestión del agua, el territorio, la energía y los recursos asociados, de tal manera que sea posible maximizar el bienestar social de una forma más equitativa, garantizando la seguridad alimentaria y permitiendo la adaptación al cambio climático.

Debe privilegiarse un diálogo prospectivo e intersectorial con la premisa clara de que es necesario hacer una mejor gestión del nexo agua-energía-alimentos. En el caso del sector hídrico, existe ya un gran énfasis en la gestión sostenible del agua, particularmente en escalas locales, para alcanzar mayores niveles de producción de alimentos con menos agua y energía.

Reconociendo que las políticas de gestión varían de cuenca a cuenca, de clima a clima y de país a país, el agua ha sido siempre el recurso natural más indispensable, que además desempeña roles muy importantes en los procesos biológicos y geológicos que dan forma al planeta. Cada era en la historia de la humanidad está marcada por la respuesta al reto hídrico del momento.

Somos testigos del surgimiento de una nueva línea de falla política altamente explosiva dentro del paisaje global del siglo XXI. La división entre los que tienen y los que no tienen acceso al agua es evidente, lo mismo entre estados que al interior de los países. Podemos decir que el agua es el “talón de Aquiles” de economías emergentes en expansión, como China e India, pues ambas naciones enfrentan puntos de no retorno por el uso no sostenible de este recurso, lo que implica una pérdida en su soberanía alimentaria y un gran riesgo sobre su expansión industrial. Por ello, aquellos países y regiones con zonas de disponibilidad hídrica, como el sureste de México, pueden utilizar esta ventaja para relanzar su economía y asegurar su liderazgo regional y global. La lección de la historia es que durante el ajuste turbulento que nos espera, las sociedades que encuentren las respuestas más innovadoras a esta crisis hídrica seguramente prevalecerán. La premisa básica para todos los involucrados deberá ser que es posible caminar hacia el desarrollo de una manera socialmente justa y ambientalmente responsable.

El diálogo intersectorial debe contemplar las estrategias para un desarrollo rural integral en el sureste de México, zona que tiene un crecimiento económico menor al del promedio nacional y que durante esta administración tenemos la obligación de atender. Esta labor reflexiva, representa un quo vadis nacional, y requiere de un vistazo a lo hecho en los últimos cuarenta años, seguido de la presentación del Plan Nacional de Agroecología y de la política agroalimentaria de esta administración. Además, y en virtud de que los problemas que enfrentamos como nación son compartidos con la región mesoamericana, la FAO tiene un programa para atender estos temas denominado Mesoamérica sin Hambre. Asimismo, las discusiones deben abarcar las investigaciones abocadas al desarrollo agrícola del trópico húmedo.

La manera en que como país reaccionemos a la crisis hídrica global que ya se avecina no es sólo una cuestión económica o política, sino también un juicio sobre nuestra propia humanidad, la de nuestros hijos y, por tanto, la de toda la civilización.

Dr. Adrián Pedrozo Acuña
Director Genreal del Instituto Mexicano de Tecnología del Agua

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