Un muchacho, que era campesino, por fin alcanzó la edad aceptada en el pueblo para comenzar a buscar una mujer para casarse.

Un día, mientras paseaba por la plaza, vio pasar a la joven más hermosa que sus ojos habían visto: cabello largo, ojos grandes y una sonrisa inocente y gentil.

Quiso confesarle sus sentimientos, pero primero debía decírselo a los padres de la joven. Así que se armó de valor, fue a la casa donde ella vivía, y les comentó a los padres sus planes. le dijeron que debían pensarlo, que volviera otro día.

Al regresar no encontró la respuesta que esperaba. -Mire joven, lo hemos platicado y creemos que no es conveniente que usted se case con una de nuestras hijas -dijeron.

No dieron más explicaciones, así que el joven se despidió y se fue. Mientras caminaba de regreso a casa, pensaba y se decía: -¡Ya sé lo que pasó! Me vieron muy joven y creyeron que estaba jugando, pero para que vean que hablo en serio, le diré a mis padres que me acompañen. Llegó a su casa y platicó lo que había pasado. Sus padres, felices y orgullosos, accedieron a acompañarlo.

Llegaron a la casa de la muchacha. Los tres iban bien vestidos, emocionados y decididos a no aceptar un no por respuesta. Esta vez no permitieron que los jóvenes estuvieran presentes y a pesar de que conversaron un buen rato, la respuesta fue la misma. La familia del joven salió muy enojada y ofendida, tanto que decidieron visitar a un brujo nahual que tenía el don de conversar con las entidades de la naturaleza. Los padres le dijeron al viejo hechicero: -Queremos que castigues a esa familia, pues nuestro hijo se quiso casar con una de sus hijas y ellos no se la quisieron dar, te pedimos que les hagas algo.

El nahual, sabio y misterioso, les contestó: -Pueden irse. Contactaré con el cielo, los truenos, los rayos y, para cuando lleguen a su casa, el trabajo estará hecho. Esa misma tarde, la hermosa joven estaba en el manantial recogiendo agua en un cántaro, cuando de repente escuchó que una fuerte tormenta se dirigía hacia ella. Las nubes se oscurecieron y antes de ver relámpago alguno, fue atrapada por un remolino de lluvia que la hizo desaparecer.

La buscaron días enteros. Los padres preguntaron a todos en el pueblo si alguien la había visto, pero nadie dio razón. Después de la fuerte tormenta, la joven despertó en un extraño y frío lugar. Era una gran cueva blanca con enormes rocas rodeadas de charcos de agua dulce y cristalina. Cuando se disponía a averiguar dónde se encontraba, escuchó un fuerte tronido, como si algunas de esas rocas hubieran chocado. -Niña -dijo un hombre grande y misterioso, -¿sabes por qué estás aquí? -Ella no respondió. -Escucha bien lo que vas a hacer -dijo con un tono autoritario: -en esas cestas de roca que están por allá encontrarás tomates, frijoles, chiles y maíz, todo lo necesario para que me hagas de comer. Me iré a trabajar, más te vale que cuando regrese esté lista la comida, no se te olvide, quiero grandes tortillas, ¿me oíste?

El enorme hombre se preparó para partir, pero antes de marcharse tomó de las rocas extraños objetos que guardó en su morral. Cuando la joven comenzó a cocinar, creyó escuchar voces en el interior de unos recipientes. Sintió curiosidad por saber quién era, así que escaló hasta el contenedor más grande y con gran esfuerzo movió las enormes losas que servían como tapa; sorprendida, observó que de uno brotaban nubes.

Notó que en otros había agua o bolitas de granizo, pero al abrir la de los truenos y relámpagos, éstos salieron huyendo. Fue entonces que el hombre, quien en realidad era el señor de la lluvia, se dio cuenta de la tormenta que escapaba de su casa. La joven se asustó cuando vio que el agua se desbordaba. Intentó detenerla, pero ésta no dejaba de salir de la cueva. Se arrepintió de no haber hecho lo que se le ordenó, pues cuando llegó a la puerta, vio desde las alturas cómo se destruía su pueblo, donde muchos murieron. Aún empapada en lágrimas, volvió a escuchar la suave voz del viento que le susurraba que se escaparan juntos, porque el señor de la lluvia la castigaría a su regreso. Con preocupación, la joven destapó la roca y liberó al viento, que de inmediato la abrazó, la consoló y se la llevó volando por los cielos.

Se dice que ese día el viento la puso a salvo y le advirtió que no malgastara el agua, pues ésta podría volar a las nubes y decirle al señor de la lluvia dónde estaba el escondite de la hermosa joven.

Tomado de CRÓNICAS DE LA LLUVIA Leyendas de los pueblos indígenas sobre el agua, los manantiales y los ríos del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas.

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