Sin embargo, mientras la economía mundial continúa recuperándose presenciamos una crecimiento más lento, un aumento de las desigualdades y un déficit de empleos para absorber la creciente fuerza laboral. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2015 hubo más de 204 millones de personas desempleadas.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible apuntan a estimular el crecimiento económico sostenible mediante el aumento de los niveles de productividad y la innovación tecnológica. Fomentar políticas que estimulen el espíritu empresarial y la creación de empleo es crucial para este fin, así como también las medidas eficaces para erradicar el trabajo forzoso, la esclavitud, el trabajo infantil y el tráfico humano. Con estas metas en consideración, el objetivo es lograr empleo pleno y productivo y un trabajo decente para todos los hombres y mujeres para 2030.

Condición de la población joven en México

La situación laboral de las y los jóvenes en México se caracteriza por elevados niveles de precariedad y un panorama desalentador de cara al futuro. Si bien las tasas de desempleo para jóvenes en México son relativamente bajas comparadas con estándares internacionales, esto esconde un problema grave. Por un lado, hay una elevada incidencia de la informalidad derivado de un déficit en la creación formal de empleos y la necesidad económica que experimentan las y los jóvenes. La falta de oportunidades en combinación con la incidencia de la pobreza genera una situación de urgencia para los y las jóvenes, que los obliga a recurrir a las opciones más inmediatas de trabajo. Estas fuentes de ingresos no les garantizan seguridad social, prestaciones, ahorro para el retiro, ni la capacitación y habilidades que se requieren para trazar una trayectoria laboral exitosa. Por otro lado, los perfiles de ocupación para jóvenes se caracterizan por ser de baja productividad y de bajo valor agregado. Lo cual los inhabilita para abonar al objetivo de llevar a México al máximo de su potencial, y en cambio los atrapa en un círculo vicioso donde apenas se logra la subsistencia.

Los problemas de inestabilidad laboral e informalidad se retroalimentan en un círculo vicioso que no propicia la acumulación de capital humano y por ende la productividad. Los malos emparejamientos generados por una búsqueda ineficiente de trabajo generan alta rotación laboral, lo cual desalienta la capacitación y acumulación de habilidades en el trabajo. Esto a su vez disminuye la relación productividad/costo del trabajo, lo cual propicia emparejamientos informales que desencadenan en desprotección social y de nuevo conllevan a una búsqueda ineficiente de trabajo.

A pesar que las y los jóvenes como grupo deben ser vistos como un grupo prioritario en las políticas públicas, existen escenarios de vulnerabilidad que, aunado a ser joven, sitúan a esta población en condiciones críticas y que deben atenderse con mayor premura. Reconocer y diagnosticar con precisión estos cinco escenarios es fundamental para el mejor desempeño de acciones estatales: el trabajo infantil, la pobreza y desigualdad, migrantes, género entendiendo a ésta en toda su diversidad y la condición de discapacidad. Los jóvenes en estas condiciones requieren que se identifiquen sus problemáticas específicas y se atiendan de forma prioritaria.

Indicadores clave

Se proponen cinco indicadores clave para el monitoreo de las condiciones de ocupación juvenil. Este monitoreo se realiza tanto a través del tiempo (a partir de 2008), lo que permite ver los cambios más relevantes y las diferencias al interior del país. Los indicadores son: tasa de participación, tasa de desocupación, tasa de presión general, tasa de informalidad y tasa de condiciones críticas de ocupación.

La participación económica de las y los jóvenes en el mercado laboral no ha aumentado, en realidad ha tendido a la disminución; desde 2015 y hasta la fecha no se observa ningún repunte en esta tendencia, lo que puede relacionarse con una mayor retención de jóvenes en el sistema educativo, sobre todo para las edades de 15 a 17 años.

La tasa de desocupación juvenil y la tasa de presión general sí han tenido una recuperación importante después del aumento de 2009, sobre todo a partir de 2014; es entre 2016 y 2017 cuando se recuperan los niveles de 2008 y en el último año la tendencia a la baja se mantiene, sobre todo en la tasa de desocupación.

En cambio, la tasa de condiciones críticas también rompe con el comportamiento estable de los últimos años, pero de manera desfavorable para las y los jóvenes al iniciar un aumento sostenido, casi de manera proporcionalmente inversa que las tasas de desocupación y presión general, mostrando que si bien, se han generado empleos, estos son en condiciones críticas de ocupación, es decir, precarios.

Cuadro 1. Indicadores clave de ocupación juvenil, 2008-2018 (primer trimestre)

Año

1. Tasa de participación

2. Tasa de desocupación

3. Tasa de presión general

4. Tasa de informalidad laboral

5. Tasa de condiciones críticas de ocupación

2008

54.3%

6.7%

10.9%

62.0%

10.2%

2009

52.8%

8.3%

12.9%

63.0%

12.3%

2010

53.4%

8.6%

13.9%

64.4%

12.6%

2011

52.8%

8.4%

13.4%

63.5%

12.4%

2012

53.3%

8.5%

13.7%

63.7%

12.2%

2013

53.1%

8.4%

13.4%

62.5%

12.1%

2014

53.2%

8.4%

13.4%

61.7%

12.2%

2015

51.9%

7.4%

12.3%

61.1%

12.8%

2016

51.8%

7.2%

12.1%

61.1%

15.1%

2017

51.8%

6.0%

10.1%

60.6%

15.6%

2018

51.4%

5.8%

10.0%

59.5%

16.8%

 

Fuente: Elaboración diej-Imjuve con base en INEGI, Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, 2008-2018.

Gráfico 1. Números índice de indicadores de ocupación juvenil (base 100: 2008), 2008-2018 (primer trimestre)Fuente: Elaboración diej-Imjuve con base en INEGI, Encuesta Nacional de Ocupación Empleo, 2008-2017.

Indicadores de ocupación juvenil 2008-2018 1. tasa de participación 2. tasa de desocupación 3. tasa de presión general 4. tasa de informalidad laboral 5. tasa de condiciones críticas de ocupación

Fuente: Elaboración diej-Imjuve con base en INEGI, Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, 2008-2017.

Ante este panorama debemos trabajar para construir una sociedad que garantice que las y los jóvenes reciban en sus etapas formativas las habilidades y conocimientos que requieren para convertirse en actores productivos de su comunidad. Posteriormente, debemos garantizar que cuenten con el soporte suficiente para insertarse en la actividad productiva que mejor se ajuste a su perfil, a sus habilidades y a las necesidades de su región. Sin estar orillados a aceptar ocupaciones precarias que, a pesar de ayudarlos a solventar sus necesidades económicas de corto plazo, les restrinjan el acceso a los beneficios que el ahorro y la protección social traen a largo plazo.

Debemos crear los incentivos correctos para que, una vez insertos en alguna actividad productiva, tanto jóvenes como empresas estén interesados en aumentar sus capacidades y productividad a través de una formación continua. Así, las y los jóvenes, a pesar de que transiten a mejores empleos gracias al adiestramiento recibido por antiguos empleadores, les traerán beneficios dinamizando esos sectores y haciendo crecer a la economía al tiempo que crecen con ellos. Con respecto a los que pierden sus trabajos, debemos crear redes de protección y apoyo que les permitan reencontrar una ocupación más acorde a sus capacidades desde la cual puedan reorganizar su trayectoria. Sin que esto genere incentivos para que los jóvenes se quieran quedar estacionados en estos esquemas de apoyo y evitando que de nuevo se encuentren orillados a ocuparse en actividades de bajo valor agregado y poca productividad por la urgencia de ocuparse. En cambio, debemos reconocer la oportunidad de fracaso como uno de los mayores aprendizajes previos al éxito y motor de innovación. Respecto a ésta última, debemos garantizar que aquellas y aquellos jóvenes que demuestren capacidad e inquietud para transformar su entorno mediante ideas innovadoras, cuenten con los mecanismos y recursos necesarios para emprender sus proyectos.

El acceso a una actividad laboral es fundamental para que las y los jóvenes puedan satisfacer sus necesidades vitales y alcancen el pleno de su desarrollo personal y profesional. El poder de agencia que esto otorga es necesario para afrontar con éxito los embates de la vida y posicionarse como actores funcionales de la sociedad, particularmente de su economía, como entes productivos que colaboran al desarrollo de toda su comunidad.