“Por su escritura apasionada y de amplios horizontes, caracterizada por la inteligencia sensorial y la integridad humanística”, la Academia Sueca le otorgó al poeta, escritor, y ensayista mexicano Octavio Paz Lozano (Ciudad de México, 31 de marzo de 1914-19 de abril de 1998) hace 23 años el Premio Nobel de Literatura 1990.

El 11 de octubre de 1990, la Academia Sueca anunciaba en un comunicado de prensa que había tomado la decisión de otorgar el Premio Nobel de Literatura a “un escritor en español con una amplia perspectiva internacional” que publicó su primera colección de poemas en su adolescencia y que a sus 76 años “es una persona que permanece activa como escritor y crítico”.

El comunicado también describía algunas de las razones por las que la obra de Octavio Paz era reconocida: “porque mira al mundo como si lo pronunciará. Su poesía consiste, en gran medida, de la escritura con y sobre las palabras. Se trata de exquisita poesía amorosa a la vez sensual y visual. Obras en las que Paz se vuelve hacia el interior de sí mismo de una manera nueva”.

Estos elementos son notables no sólo en sus obras de poesía sino de teatro y ensayo, entre las que destacan:Semillas para un himno y la obra de teatro La hija de Rappaccini, ambas de 1954, Las peras del olmo (1957),Salamandra (1962), Cuadrivio (1965), Puertas al campo (1966), Posdata, Marcel Duchamp o El castillo de la purezaLadera Este (1968), Los signos en rotación y Renga (1971).

O en El signo y el garabato (1973), Pasado en claro (1975), Poemas El ogro filantrópico (1979) y las realizadas en los años 1982-1990: Sombras de obrasHombres en su sigloPasión críticaTiempo nublado yÁrbol adentro

Minutos después de conocer está noticia —que un periodista sueco le comunicó telefónicamente— el autor de El laberinto de la soledad declaró desde Nueva York que se sentía feliz al recibir esta distinción, pero que su mejor premio había sido “tener lectores”.

De acuerdo con el reportero de El País Albert Montagut la primera reacción de Octavio Paz fue calificar la noticia como “una gran sorpresa, una gran alegría, y una profunda emoción; no me lo esperaba”.

Destacó que el escritor reconocido con el Premio Xavier Villaurrutia en 1956 por El arco y la lira y miembro de El Colegio Nacional desde agosto de 1967 hizo estas declaraciones en la puerta de su habitación, la suite número 1605 del hotel Drake, situado en pleno centro de Nueva York, ante un centenar de periodistas de todo el mundo, ya que se encontraba en esa ciudad para dar una conferencia que por encargo de Naciones Unidas debía pronunciar en el Metropolitan Museum.

El periodista narró que Octavio Paz contestó a todas las preguntas en castellano, inglés y francés, y que dijo que el premio no lo cambiaría, sino que lo obligaba “a seguir escribiendo” ya que “la fama es peligrosa y hay que luchar contra ella con ironía”.

Este Premio Nobel representó el segundo consecutivo para la literatura en lengua castellana, porque en 1989 el autor distinguido fue el español Camilo José Cela.

Así el momento tan ansiado para el también galardonado con el Premio Internacional de Poesía (1963) y el Premio Jerusalén de Literatura (1977) llegó: sábado 8 de diciembre de 1990 y una recepción en el Grand Hotel, ofrecida por el embajador de México en Suecia, Agustín García-López, marcó el inicio de los actos oficiales de la ceremonia en donde se le entregaría el Nobel.

Xavier Moret, autor de la nota Octavio Paz pronuncia hoy el discurso del Nobel publicada en el periódico El País, narró que un grupo de mariachis y raciones generosas de tequila, tacos y guacamole pusieron el acento mexicano en dicha recepción.

“Octavio Paz, junto con su esposa Marie Jo, saludaba a los invitados a la entrada del Salón de los Espejos con una sonrisa amplia, y se lamentaba de vez en cuando del cansancio que le produce el ajetreo del Nobel. Paz llegó el miércoles a Estocolmo, acompañado de un séquito de 19 personas, entre los que figura el ex presidente de México, Miguel de la Madrid”.

Así la noche llegó y la ceremonia de entrega de los Premios Nobel se llevó a cabo en la capital y ciudad más grande de Suecia: Estocolmo. El discurso de presentación del galardonado estuvo a cargo de Kjell Espmark, poeta, novelista e historiador literario, miembro de la Academia Sueca de Literatura y profesor de historia de la literatura en la Universidad de Estocolmo.

El profesor destacó que al ser este premio otorgado por segunda vez consecutiva a un escritor del mundo de habla española, fue un recordatorio “de la vitalidad literaria excepcional y riqueza de este ámbito en nuestra época. Sin embargo, nuestra atención se centra en uno de sus representantes más brillantes: el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz destacado por su escritura, su pasión, su integridad y porque refleja en toda su obra su amor por su lenguaje”.   

Entonces tocó el turno a Octavio Paz, quien cumpliendo con el código de vestimenta establecido por la Academia portaba un frac negro. Así, durante 48 minutos el escritor leería su discurso titulado La búsqueda del presente. 

En este texto el poeta reconocido ya con el Premio Gran Águila de Oro del Festival Internacional del Libro (1979) y el Premio Miguel de Cervantes (1981) destacaría sus influencias, motivaciones para escribir, hablaría de la diferencia entre la literatura latinoamericana y la angloamericana y del concepto de la modernidad. Entre aplausos el poeta iniciaría su discurso abordando el uso y significado de la palabra “Gracias”.

“Una palabra que todos los hombres, desde que el hombre es hombre, han proferido. Una palabra que tiene equivalentes en todas las lenguas. Y en todas es rica la gama de significados. En las lenguas romances va de lo espiritual a lo físico, de la gracia que concede Dios a los hombres para salvarlos del error y la muerte a la gracia corporal de la muchacha que baila o a la del felino que salta en la maleza.

“Gracia es perdón, indulto, favor, beneficio, nombre, inspiración, felicidad en el estilo de hablar o de pintar, ademán que revela las buenas maneras y, en fin, acto que expresa bondad de alma. La gracia es gratuita, es un don; aquel que lo recibe, el agraciado, si no es un mal nacido, lo agradece: da las gracias. Es lo que yo hago ahora con estas palabras de poco peso.

“Espero que mi emoción compense su levedad. Si cada una fuese una gota de agua, ustedes podrían ver, a través de ellas, lo que siento: gratitud, reconocimiento. Y también una indefinible mezcla de temor, respeto y sorpresa al verme ante ustedes, en este recinto que es, simultáneamente, el hogar de las letras suecas y la casa de la literatura universal”.

Otro de los puntos destacados de este emotivo discurso fue cuando el reconocido con el Premio Internacional Alfonso Reyes (1986) y la Medalla Picasso (1987) otorgada por la UNESCO describió lo que para él es ser un escritor mexicano: “significa oír lo que nos dice el presente”.

Entre las líneas que integran este discurso, también sobresalen las narraciones que realiza de su acercamiento a la lectura y sus influencias, que tienen su origen con el sentimiento de separación, sus recuerdos más antiguos y confusos y sobre los puentes imaginarios y afectivos que de niño construyó para tratar de entender y unirse al mundo y a los otros.

“Vivía —destacó el reconocido con la Cruz de la Legión de Honor de Francia (1994)— en un pueblo de las afueras de la ciudad de México, en una vieja casa ruinosa con un jardín selvático y una gran habitación llena de libros. Primeros juegos, primeros aprendizajes. El jardín se convirtió en el centro del mundo y la biblioteca en caverna encantada. Leía y jugaba con mis primos y mis compañeros de escuela.

“Había una higuera, templo vegetal, cuatro pinos, tres fresnos, un huele de noche, un granado, herbazales, plantas espinosas que producían rozaduras moradas. Muros de adobe. El tiempo era elástico; el espacio, giratorio. Mejor dicho: todos los tiempos, reales o imaginarios, eran ahora mismo; el espacio, a su vez, se transformaba sin cesar: allá era aquí: todo era aquí: un valle, una montaña, un país lejano, el patio de los vecinos.

“Los libros de estampas, particularmente los de historia, hojeados con avidez, nos proveían de imágenes: desiertos y selvas, palacios y cabañas, guerreros y princesas, mendigos y monarcas. En verano la higuera mecía todas sus ramas verdes como si fuesen las velas de una carabela o de un barco pirata desde donde descubrí islas y continentes. El mundo era ilimitado y, no obstante, siempre al alcance de la mano; el tiempo era una substancia maleable y un presente sin fisuras”.

Finalmente, describió lo que para él era la modernidad: un término equívoco cuyo significado es incierto y arbitrario, como el del período que la precede, la Edad Media. Pero también una palabra en busca de su significado y una pasión universal que desde 1850 ha sido la diosa y demonio de muchos poetas.

“¿Es una idea, un espejismo o un momento de la historia? ¿Somos hijos de la modernidad o ella es nuestra creación? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Poco importa: la seguimos, la perseguimos. Para mí, en aquellos años, la modernidad se confundía con el presente o, más bien, lo producía: el presente era su flor extrema y última.

“Mi caso no es único ni excepcional: todos los poetas de nuestra época, desde el período simbolista, fascinados por esa figura a un tiempo magnética y elusiva, han corrido tras ella. El primero fue Baudelaire. El primero también que logró tocarla y así descubrir que no es sino tiempo que se deshace entre las manos”.

Al concluir con este discurso, Octavio Paz recibiría de manos del rey de Suecia Carlos XVI Gustavo, la medalla, el diploma y un premio de 700.000 dólares que lo acreditó como el primer mexicano en recibir el Premio Nobel de Literatura.

Información: LCL

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