Los alebrijes son criaturas que expresan el lado oscuro del ser humano, la parte más amable de esa oscuridad, la que surge entre amigos, con la familia, considera el artesano Hiram Luquín.

Con sus garras de arpía y sus ojos saltones, sus colmillos delirantes y sus mandíbulas de saurio, estos seres permiten expresar al imaginario cotidiano, manifiestan el tiempo, sus ojos, sus hojas, y dejan entrever el trabajo constante que hay detrás de sus esqueletos.

Son una manera de mirarse por dentro y de decretar libertades en favor de la imaginación.

“Son para mí, sin dudarlo, la vida y la muerte”, sintetiza Luquín en conversación con la Secretaría de Cultura en el marco del Día del Artesano, que se celebra hoy 19 de marzo.

Luquín comenzó a trabajar el arte alebrijero en 1999 en un taller ubicado en el centro de Coyoacán. Tenía 15 años entonces y acudía a un predio con también espacios para desarrollar vitrales, pintura, bordados y cerámica.

Este taller de alebrijes no impartía sino que compartía las técnicas adecuadas para la gestación de monstruos, puntualiza Luquín. El maestro Carlos, “persona sencilla y de mucho corazón”, le mostró la técnica y, principalmente, fomentó sus capacidades de imaginación.

Para crear estas aves antediluvianas, estos perros atiborrados de ojos en el lomo, esos mosquitos monumentales, esos rinocerontes con élitros de escarabajo en la espalda y telas de araña entre las patas, las posibilidades técnicas son diversas.

“Es importante una buena estructura, el papel reciclado, engrudo, pintura, pero sobre todo tener imaginario. Los niños llevan ventaja en esto porque tienen un mundo lleno de posibilidades sin las barreras que después te va imponiendo la sociedad”.

“Me da gusto que en las escuelas les pidan a los niños hacer un alebrije, la lucha va por buen camino”, dice quien reconoce las tareas del Museo de Arte Popular en la difusión del alebrije y en la organización anual de sus concursos.

El Concurso de Alebrijes se ha convertido en una tradición de la Ciudad de México, que ya espera la multiplicación de criaturas sobre el Paseo de la Reforma, la manifestación de variedad de espejos, cabezas de niño, animales imposibles y sueños vertebrados que integran una fauna irreductible.

Este artesano divulga su trabajo en su página de Facebook, donde lo puedes encontrar por su nombre: Hiram Luquín. También acostumbra participar en el Concurso de Alebrijes, imparte talleres en la alcaldía Gustavo A. Madero y es asistente esporádico de algunas exposiciones.

Quienes deseen desarrollar sus capacidades de invención y aprender a construir sus propios alebrijes, recomienda Luquín, pueden acudir a las Fábricas de Artes y Oficios (Faro) de Aragón, Tláhuac, Indios Verdes, Milpa Alta e Iztapalapa. O bien, al propio Museo de Arte Popular, a casas de cultura o a talleres de artesanía.

“Es un arte al alcance de todos” que debe salir a las plazas, a los parques, a las escuelas, una de las responsabilidades de sus artesanos, asegura.

Un oficio en torno a criaturas imaginarias que “está creciendo mucho. Hoy en día son muchos más los que conocen los alebrijes en México y en el mundo y eso me da mucho gusto”.

Pese a este crecimiento, el oficio necesita procurar una defensa permanente de los derechos de la comunidad a la ensoñación, a la pesadilla, al asalto del murciélago erguido con alambres, a la alucinación cristalizada en engrudos y colores.

“Como sociedad deberíamos darle más valor a esta labor de imaginar y crear”, asienta Luquín bajo la mirada del ojo gigantesco que quizás parpadea dentro del esqueleto de un pez.

Información: SCH

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