• Ambos diseccionaron las fuentes históricas para dilucidar aspectos polémicos en torno a las causas y los efectos que tuvo la enfermedad sobre la población indígena

 

Silenciosa e infalible, la viruela empezó a expandirse en la Cuenca de México tras la huida de los españoles en la llamada Noche Triste, cobrando la vida de macehuales (gente del pueblo) y gobernantes como Cuitláhuac, al convertirse en el arma más letal contra los mexicas y en el episodio que marca la unificación bacteriana del planeta. El tema fue tratado en la segunda mesa del seminario digital “Tenochtitlan y Tlatelolco: reflexiones a 500 años de su caída”, dedicada a los factores de salud y problemas de traducción que contribuyeron a este acontecimiento.

En el conversatorio académico, organizado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), los investigadores de la Máxima Casa de Estudios, Carlos Alfonso Viesca Treviño y Sandra Guevara Flores, diseccionaron las fuentes históricas de soldados y frailes españoles, así como las crónicas indígenas escritas casi un siglo después, para dilucidar varios aspectos polémicos en torno a las causas y los efectos que tuvo la enfermedad sobre la población indígena.

 Alfonso Viesca, del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina de la UNAM, recordó que para finales del siglo XV e inicios del XVI, cuando el reino español inició la exploración y posterior conquista de América, primero en las Antillas y luego en el continente a través de Mesoamérica, la viruela ya era endémica en Europa desde hacía casi un milenio, aunque se presentaban epidemias graves “de vez en vez”, aproximadamente cada 100 años.

Sobre la cadena de contagio que correría por el mundo mesoamericano, ambos especialistas coincidieron que, con base en las fuentes históricas, por mucho tiempo se manejó que el “paciente cero” fue un esclavo negro que desembarcó en Veracruz, proveniente de Cuba, como parte de la tropa de Pánfilo de Narváez, en persecución de Hernán Cortés. No obstante, en dicho barco venían, por lo menos, 15 nativos caribes que mantuvieron viva la enfermedad o fallecieron a causa de ella, siendo este el grupo portador que la propagó.

Ese error extendido en el tiempo, se explica porque los españoles señalaron a ese individuo, a más no poder, en sus crónicas y otros documentos. “La idea que impregnaba las mentalidades ibéricas, era: ‘vamos a hacer una visión distinta de los africanos, porque no han aceptado la buena religión, es decir, el cristianismo. Además, por su piel oscura, la cual según ‘denotaba una carga demoniaca’; de manera que los españoles se encargaron de estigmatizar a este sector como causante de males graves”, explicó la historiadora Sandra Guevara.

Quizás, porque el relato de la población indígena diezmada por la viruela, le habría restado gloria y mérito a la empresa de conquista, soldados como Bernal Díaz del Castillo y frailes cronistas no abundan en sus testimonios sobre el hecho; lo hicieron tiempo después los cronistas indígenas evangelizados como Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Domingo de San Antón Muñón Chimalpahin o Diego Muñoz Camargo (hijo de un español que sirvió a Cortés y de una tlaxcalteca).

Por los detalles en algunas fuentes se ha determinado que a partir de septiembre de 1520, la viruela negra –nombrada por los indígenas como totomonaliztli o “enfermedad de las ampollas”– hizo sucumbir al grueso de la población no solo de Tenochtitlan y Tlatelolco, sino también de Chalco, Texcoco, Coatepec, Chimalhuacán y la propia Tlaxcala, pueblo aliado a Cortés.

“En toda población virgen la enfermedad siempre se expresa en su forma más severa, en este caso la viruela negra fue la más letal. Los sobrevivientes acabarían cacarizos y en su mayoría incapacitados totalmente para combatir, fuera por el desarrollo de ceguera o por las secuelas de la gangrena en brazos y piernas, boca y nariz”, explicó la experta del Instituto de Investigaciones Históricas en la transmisión realizada por el canal INAH TV en YouTube, como parte de la campaña “Contigo en la distancia”, de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México.

Aunque los datos sobre el número de muertos por la viruela son inciertos, el historiador Alfonso Viesca expuso que, centrándose en Tenochtitlan y Tlatelolco, y conforme cálculos de diversos autores sobre una estimación de 120 mil casas, cada una ocupada por tres y siete miembros, en promedio, ambas ciudades concentrarían aproximadamente a 300 mil habitantes. Se calcula que más de la mitad falleció por esta enfermedad, es decir, más de 150 mil mexicas.

Cuando entramos a Tenochtitlan, íbamos caminando por encima de los cadáveres. Los cadáveres estaban apelmazados, apelmazados por la gran mortandad, el hambre y epidemia, y muchos de ellos estaban llenos de ronchas y lesiones en la piel, coinciden en su relato Francisco López de Gómara, Cortés y Bernal Díaz del Castillo.

 Para el investigador, lo anterior indica que la situación se agravó por el hambre. Alimentándose de la corteza de árboles y agua insalubre por el sitio a la ciudad, muchos pobladores desarrollaron también disentería y hemorragias, posiblemente, por salmonela, que era endémica en Mesoamérica; “entonces se sumaron viruela, hambre y enfermedades de origen hídrico. Esto nos explica el debilitamiento y la gran mortandad”

 

 

Cuitláhuac, una víctima anónima

 

La antropóloga física Sandra Guevara recordó que una víctima de la peste fue Cuitláhuac. El señor de Iztapalapa murió hacia finales de noviembre e inicios de diciembre de 1520, a pocos meses de haber asumido el mando de los destinos de Tenochtitlan. Al ubicarse entre el destino trágico de su predecesor, Moctezuma II, y la gesta heroica de su sucesor, Cuauhtémoc, este personaje ha permanecido en la sombra pese a su relevancia.

Cuitláhuac fue una figura prominente que estuvo en la llegada y recibimiento de los españoles en Iztapalapa y en México-Tenochtitlan, en la masacre del Templo Mayor, así como en el asedio a los conquistadores y su posterior expulsión victoriosa de la capital tenochca; no obstante, en las crónicas de fray Diego Durán y de Gonzalo Fernández de Oviedo, se le confunde con su primo hermano, Cuauhtémoc, equívocos a los que dio lugar el propio Hernán Cortés.

“Conocer sobre Cuitláhuac ha sido bastante difícil, pues debió ser borrado de las fuentes históricas. Se trataba de un personaje incómodo que, de haberse mencionado en las crónicas de los conquistadores, hubiera obstaculizado la creación de un discurso cristiano-ibérico del siglo XVI, mediante el cual se justificó el dominio y la invasión de un pueblo considerado salvaje que necesitaba conocer la ‘religión verdadera’”, concluyó.