Si existe una festividad y representación cultural que defina a México es la celebración del Día de Muertos. Todo el país prácticamente se apresta a la celebración con las diversas variantes e interpretaciones de acuerdo con las comunidades, y es justamente esa variedad lo que la enriquece.
Para Amparo Rincón Pérez, jefa de colección del Museo Nacional de las Culturas Populares, la práctica de disfrazarse, usar máscaras o pintura en la cara y el cuerpo, tiene reminiscencias prehispánicas.
“En el Xantolo se hace una fiesta de recibimiento a los muertos y para espantar a la muerte para que no se los lleve la gente sale a bailar, se disfraza y usa ropa roída. Incluso en las comunidades afromestizas está la tradición del Descarnado o El Viejo, donde usan máscaras para espantar”.
La fecha actual del inicio del Xantolo en la región huasteca, en la que participan desde tiempos ancestrales las comunidades nahuas, teenek, otomíes y tepehuas, es el 29 de octubre, día en que ya se han recogido las primeras cosechas de elotes y se celebra a San Miguel Arcángel.
Si bien la antropóloga considera que los medios de comunicación han influido en los adultos para comercializar todo tipo de trajes y máscaras, asegura que el Día de Muertos se vive de manera distinta y con un sentido simbólico que no hay que perder de vista entre las comunidades agrícolas y, sobre todo, en los pueblos originarios.
Es el caso de Cuanajo, Michoacán, localidad ubicada a cuatro kilómetros de Pátzcuaro, donde se coloca una ofrenda distinta a las que se observan en otras regiones del estado.
Aquí la ofrenda está en unos caballitos de madera, porque a Cuanajo se le conoce por ser un pueblo maderero. Se hace una ofrenda central en la casa para el muerto del año y dependiendo del cariño de los familiares y quienes lo recuerdan se le lleva un caballo al que se le colocan mazorcas, calabazas, chayotes o tejocotes, comentó Amparo Rincón Pérez.
Quien lo recibe está obligado a ofrecer atole y tamales, a manera de un sistema de intercambio. Desde el día 28 ya debe haber ofrenda con comida guisada y hasta el 31 de octubre se reciben caballitos que luego son trasladados al panteón.
El 31 de octubre es para “los angelitos” (niños o personas que murieron solteros hasta los 25 años) y el 1 de noviembre para los adultos, mientras que el día 2 se despide a las ánimas con una fiesta en la que hay comida y cohetes.
Ofrenda en el Museo Nacional de Culturas Populares
Para conocer parte de esta tradición, el Museo Nacional de Culturas Populares exhibirá hasta el 7 de noviembre una ofrenda típica de Cuanajo y una ofrenda familiar de la comunidad purépecha de la región lacustre del lago de Pátzcuaro.
Existen diferentes ofrendas, una en el panteón sobre las tumbas, otra en la iglesia con una tumba especial para colocarla cerca de la imagen donde aparecen las ánimas del purgatorio o en el atrio de la iglesia.
En el caso de la ofrenda familiar, se coloca un altar frente a la puerta de entrada de la habitación con una troque construida a base de columnas talladas, representativas de los oficios artesanales más importantes de la comunidad, arcos de flores amarillas de cempasúchil llamada huatzallari.
También en el recinto ubicado en la avenida Miguel Hidalgo, en el centro de Coyoacán, se encuentra una ofrenda del pueblo de Santa Catarina de Minas, rico en la producción de maguey mezcalero en la sierra de Oaxaca.
En esta región, desde mediados de octubre, la familia se dedica a limpiar toda la casa con incienso, después se elabora un arco de carrizo adornado con flor de cempasúchil y guirnaldas de tejocote, níspero o nanche, que representa la entrada al Paraíso, por lo que se coloca un pequeño símbolo que consta de una letra O y una espada de color negro atravesada, cuyo significado es “oh, negra partida”.
Luego se monta una mesa, donde en primer lugar se coloca la imagen de la virgen de la Soledad, patrona de la región, junto con los alimentos y flores de cempasúchil, pata de león y nube o flor blanca.
Una mención especial merece la huasteca veracruzana, concretamente en Chicontepec, donde la celebración de muertos no sólo se restringe a los primeros días de noviembre, sino que empieza desde mayo.
“Hay una orquídea que florece en este mes, se corta y se pone una primera ofrenda sencilla en casa, que consiste en comida, bebida y fruta, a manera de tentempié para avisar a los difuntos que se vayan preparando”, explicó la investigadora de la Subdirección de Etnografía del Museo Nacional de Antropología, María de Lourdes Báez Cubero.
Así lo hacen cada mes hasta que llega el gran día, llamado Xantolo, aunque unos días antes empiezan a preparar lo necesario: comida, bebida y les dan la bienvenida a los difuntos desde el panteón hasta la casa. Hay música, una comitiva de la familia y un huehuetlaca (hombre viejo o sabio de la comunidad).
El día 1 de noviembre reciben a los niños, llevan un arco hecho con plantas de la región, ya sea bejuco, flor de cempasúchil o flor de león, y el día 2 reciben a los adultos.
Los difuntos no se van tan pronto, conviven con los vivos hasta el 29 de noviembre, día de San Andrés, quien es el santo encargado de regresarlos al mundo de los muertos.
“La despedida es muy sentida, verdaderamente la gente siente que sus seres queridos están ahí, hay lágrimas y pesar. Lo que es interesante de todo lo que se prepara entre estos grupos nahuas es que la ofrenda se comparte entre compadres (…) Los compadres son más importantes que los mismos parientes, porque uno los elige a partir de sus cualidades para hacerse cargo del ahijado, que sea una persona honorable, honesta, trabajadora; porque son el ejemplo”.
María de Lourdes Báez Cubero es la responsable del montaje de la ofrenda Ngo Dü. Día de Muertos en Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero, Veracruz, la cual este año permanecerá hasta el 9 de noviembre en el Museo Nacional de Antropología e Historia, del INAH.
“La ofrenda de grupos otomíes de la Huasteca no es tan suntuosa como la de los nahuas, pero también es importante y bonita. Utilizan para su altar los elementos que tienen en su entorno, por lo que hay plátanos, limas, naranjas, camotes llamados “perritos”; yuca, que se prepara en conserva con dulce y piloncillo; calabazas, dulces de leche, chocolate en atole, tamales y mole”.
Destacan imágenes religiosas colocadas bajo un arco hecho de otates, varas para armar la curvatura, jonote y palo de anona pepecocka, forrado con flores de cempasúchil y terciopelo.
La presencia de las imágenes religiosas en el altar es para sacralizar el espacio, pues sus difuntos viven con esas deidades, según sus creencias, mientras que afuera de la casa se instala una pequeña mesa con algunos elementos más sencillos para los difuntos que no tienen dónde llegar.
Además de la fiesta de muertos, que tiene lugar del 31 de octubre al 2 de noviembre, en Cruz Blanca, el 18 de octubre, día de San Lucas, se recuerda a aquellos que murieron de forma violenta.
Tradición en Yucatán
La celebración de los fieles difuntos en Yucatán, donde el ritual de elaborar, comer e intercambiar los mukbil –pollos- para el 2 de noviembre, se vuelve más importante que el festejo de Navidad o Año nuevo.
Se trata de una especie de tamal grande preparado a partir de masa de maíz, manteca de cerdo, pollo y diversos condimentos, envuelto en hojas de plátano y cocido lentamente bajo tierra a la usanza maya.
“Me di cuenta que los altares no eran como los del centro de México. No hay cempasúchil, ni calaveras ni pan con azúcar, al que llamamos "de muerto”. Las flores eran de colores encendidos: virginias, terciopelo, miramelindo, las que se dan en el campo de Yucatán.
Además, existe una clara diferencia entre altares de adultos y altares de niños. A estos últimos se les ponía fruta sin cáscara, juguetes de barro, panes y dulces de colores y delicadas flores de color blanco o rosado”, afirma Carmen Morales Valderrama, de la Dirección de Etnología y Antropología Social del INAH.
En el texto Vida de altares: dos maneras de celebrarlo, la maestra en ciencias antropológicas explica que a los difuntos se les recibía con rezos y cambios de alimentos a lo largo del día: chocolate y pan por la mañana; el almuerzo con un platillo fuerte; relleno negro, por ejemplo a mediodía; la merienda con chocolate o café, pan y algún dulce (el toox o reparto para los asistentes al rosario).
La realidad es que en cada estado de la República Mexicana y en cada lugar hay una tradición distinta que tiene relación con el contexto donde se encuentran asentados y son estas particularidades lo que le dan riqueza a una de las festividades más representativas de la cultura mexicana.
María de Lourdes Báez Cubero coincide con la etnóloga Johanna Broda cuando afirma que existen dos celebraciones fundamentales en el México indígena: la de la Santa Cruz y la del Día de Muertos.
Para Amparo Rincón Pérez la ofrenda es una ceremonia agrícola, donde todos los elementos naturales están presentes, como un agradecimiento por las buenas cosechas.
“Había un calendario ritual de 260 días que termina justo el día 2 de noviembre. Tiene que ver con ese agradecimiento hacia la Tierra y ese cierre de ciclo. Se tiene la idea de recuperar las propiedades orgánicas a través del desperdicio animal, pero también del humano, que al enterrarse se degrada y vuelve a la Tierra”.
Desde el 7 de noviembre de 2003 la UNESCO distinguió a la celebración del Día de Muertos como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, considerando en el documento de declaratoria que esta festividad es: "...una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo, y una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país".
Información: CGP
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