La página 169 del libro, el cual sostienen unas ansiosas manos, inmerge al lector en un debate entre leer y no leer, una disyuntiva entre las obras literarias que valen la pena y las que no, un dilema entre dictar qué leer o dejar que el temperamento decida.

Las hojas del libro son amarillas, unas tan rígidas que dan la impresión de quebrarse y otras tan blandas que parecen despegarse. En el aire hay un olor peculiar a antaño que se desprende del papel y se queda fijo en la nariz y la memoria.

Las manos dejan el libro y con ello inconcluso el debate; las fisgonas extremidades llegan hasta una pila de hojas sueltas que solían ser un archivo fotográfico de Francisco I. Madero. Junto a las huellas del revolucionario hay pilas de libros, más allá otra pila, a la izquierda se convierten en columnas y si uno levanta la mirada se da cuenta que está amurallado por libros. Un mundo de literatura añeja.  

¿A dónde va el libro olvidado, el de la pasta rota, el de hojas amarillas, el que ya “no queremos”, el que se quedó sin lomo, el que “estorba”, el que hemos leído varias veces, el que ya no cabe, el que quién sabe si ya leímos, el que ya no es novedad, el que nos trae malos recuerdos, el que nos hizo soñar, el que nos recomendaron y nunca abrimos?

Hay tantos destinos como géneros literarios; de la tragedia a la comedia, del bote de basura al reciclaje. Sin embargo, si hablaran, uno de los predilectos por los libros sería innegablemente el mundo de literatura añeja, es decir,  el mercado de libros de segunda mano, también llamado, con cierto dejo de devoción y nostalgia, “librerías de viejo”.

Desde muy pequeño, Mercurio López Casillas acompañaba a su padre cada domingo al tianguis de la Lagunilla para comprar y vender libros antiguos. Al crecer, él y sus doce hermanos adoptaron el amor por el oficio de librero que germinó en estos paseos dominicales y que convirtieron a su padre, Ubaldo López Barrientos, en un pionero de esta tradición.

“Tenemos un objeto a la venta que tiene un valor cultural muy importante, aunque no quisiéramos, aunque yo como librero no me interesara para nada la cultura, ni nada la difusión de las ideas, por el solo hecho de vender libros ya estoy contribuyendo, es algo inherente al oficio”, explica Mercurio sobre su trabajo.

También dice: “Creo que los libreros de viejo sí hacemos una labor muy importante, pues de otra manera muchos libros se perderían. Hacemos una labor de selección, de conservación, y de oferta sin las cuales muchos libros terminarían en la basura. Es una oportunidad para estos libros de ser útiles otra vez”.

 

En el año de 1986, Mercurio y algunos de sus hermanos se asociaron para darle forma a la tradición familiar y fundaron su primera librería de viejo que llevó por nombre “Los Mercenarios de la Cultura”, la cual estaba ubicada en la calle de República de Perú, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

Con el tiempo cada hermano tomó su camino de manera independiente, pero Mercurio logró convertirse actualmente en el administrador de ocho librerías de viejo: “El gran remate”, “Hermanos de la Hoja”, “Inframundo”, “Bibliofilia”, “Tres Cruces”, “Argonautas”, “Fábula” y “Anáhuac”. Mercurio es en el presente uno de los libreros más famosos y con mayor tradición de la capital del país.

“Prácticamente compramos de todo… Originalmente se vendían como llegaban, sin embargo, con el tiempo y como una forma de atención para el cliente y para que el libro no se deteriore más, lo que hacemos es que pegamos las hojas, les hacemos un forro de mica, les hacemos lomos y rótulos para que tengan una mejor posibilidad de venta y tengan una mejor presentación para los clientes”, detalla Mercurio sobre el proceso de restauración al que se someten algunos libros.

Según explica, para que un libro llegué a un librero para su venta debe pasar por las manos de hasta ocho personas; es decir, un proceso que va desde la compra, selección, clasificación, cotización y presentación.

“Aquí hay de todo, hay gente que busca la última novela o un ‘best seller’ reciente, pero eso es muy difícil que lo tengamos, pues los libros tardan un poco en pasar al mercado de segunda mano; primero la gente los lee, los tiene y uno o dos años después no los quieren tener y los desechan”, explica el librero.

Además, agrega: “La gente busca desde libros de oferta en las baratas de 20 pesos, poesía y novela, hasta gente que viene a revisar libros esotéricos, de filosofía, derecho o historia de México. Tenemos clientes de todos, y algunos fieles a los temas que les interesan siempre están más o menos al pendiente de qué novedad nos llegó del tema que coleccionan”.

Además de su oficio como librero, Mercurio López es investigador, estudió antropología y es autor de “Libreros”, un libro sobre la historia de las librerías de viejo, y escribió diversas publicaciones sobre José Guadalupe Posada.

Su experiencia, rodeado de libros por más de 45 años, le hace aseverar que lo que hace falta en México para tener ávidos lectores es el auténtico estimulo pedagógico por la lectura: transmitir el gusto, el placer, el interés y el disfrute de la lectura.

“A mí me gusta mucho el oficio de librero, me genera mucha satisfacción. Soy un hombre afortunado de poder vivir de los libros, para los libros y con los libros, es algo muy completo, es mi pasatiempo, es mi oficio, es mi trabajo, es mi sustento, es todo”.

Cada una de las librerías que administra Mercurio tiene entre 30 mil y 80 mil ejemplares dependiendo el tamaño del local; además, cuenta con una colección personal con cerca de 20 mil libros sobre temas de su interés.

Entre sus libros predilectos está “La portentosa vida de la muerte”, una obra novohispana escrita por un fraile zacatecano que contiene la primera representación gráfica de una muerte festiva.

“Si mi casa se estaría quemando, entraría a rescatar ese libro”, asevera.

 

DOL