Las poblaciones afrodescendientes, que representan el 1.16% de nuestra población, han tenido un papel importante e influencia en el pasado y el presente de México, estas aportaciones se ven reflejadas en las luchas contra la esclavitud en épocas muy tempranas durante el virreinato, en la herencia de tradiciones de origen africano y en el desarrollo de una conciencia política basada en la identidad.

La identidad cultural de nuestro país no conforma una unidad, sino que es tan divergente y variada como sus propios pueblos, sus cosmovisiones e historias, lo mismo pasa con los pueblos afrodescendientes en México, no podemos hablar de un solo pueblo o de un conjunto homogéneo de expresiones culturales, sino que cada una de ellas varía de acuerdo con la región en la que se asientan estas comunidades.

En nuestro país no solo existe población afromexicana en la costa chica de Guerrero y Oaxaca (zona que aglomera la mayor cantidad de estas comunidades), sino que se encuentra dispersa en todo el territorio, tanto en el centro y norte del país, y en cada uno de esos territorios la afrodescendencia se expresa de manera particular.

Por ello, la difusión de las expresiones culturales de los pueblos afromexicanos es una acción importante que contribuye a visibilizar a estas poblaciones y a reconocer su identidad étnica, a la vez que favorece a eliminar los estereotipos y prejuicios que giran en torno a estas poblaciones y que se asientan en el racismo.

 

La Danza de los Diablos

En Guerrero existe una tradición cuyo origen se encuentra en los intercambios culturales y sociales de las poblaciones africanas que arribaron al país como resultado del comercio de esclavos provenientes de África hacia América y como parte de las huestes españolas.

El origen de esta tradición ha sido identificado por especialistas y estudiosos en el virreinato o época colonial, pues esta danza era un ritual dedicado al dios africano Ruja, al cual los esclavos le pedían ser liberados del yugo español.

A través del intercambio cultural la ceremonia se transformó y adquirió influencias de corte católico, pero también pasó a formar parte de una de las tradiciones indígenas más importantes de la región de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, principalmente en el municipio de Cuajinicuilapa, el cual fue declarado Sitio de Memoria de la Esclavitud de las Poblaciones Afrodescendientes.

Esta danza, que también es conocida como Juego de los Diablos, se realiza principalmente el 1 y 2 de noviembre en el marco de la celebración del Día de Muertos en México, aunque también se ejecuta en los días de San Nicolás y en el día de la virgen de Guadalupe.

Los participantes de la danza usan máscaras con barbas y flecos hechos con crines y colas de caballo y portan ropas de harapo. El grupo, conformado por cerca de 12 personas, va precedido por el “Diablo Mayor” o “Tenango”, que representa el papel de capataz o patrón, y la “Minga” o “Bruja”, que es personificada por un hombre que usa ropas consideradas de mujer mientras carga un muñeco.

Estos dos personajes dirigen la comparsa y marcan el ritmo de la danza con un cencerro y un chicote.

Se cree que es posible que los diablos representen los espíritus de los muertos que vuelven para visitar a sus familias y los altares que les fueron colocados; mientras que otras creencias señalan que los diablos tienen un papel importante como intermediarios entre la vida y la muerte, pues se encargan de proteger a los vivos al impedir que los muertos visiten el mundo en otros días que no sea el Día de Muerto.

El grupo de danzantes está acompañado de tres músicos que tocan la charrasca (una quijada de burro o caballo que se usa a manera de güiro), el bote (un instrumento que posee un parche de cuero y que emula el rugido de un tigre), el violín y la armónica.

Este tipo de música es conocida como “la chilena”, un género que resultó de la mezcla de la música traída por marineros chilenos en el siglo XIX y de las tradiciones de los afrodescendientes. Actualmente se encuentra nutrida por influencias de ritmos, armonías y estilos provenientes de otras regiones de México y comunidades indígenas.

Otra de las expresiones culturales representativas de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, que es resultado de los intercambios culturales de las poblaciones africanas, es el son o fandango de artesa, un baile que se practica arriba de una pieza de madera que es tallada en forma de animal y que recuerda a los caballos o las vacas.

El conjunto musical que da ritmo a este baile, el cual hasta mediados del siglo XX tenía un papel importante en las festividades locales, incluye el violín, la jarana, guitarra y cajón. Es probable que el origen de esta tradición provenga de Senegambia, región en África de la que fueron traídos a México algunos africanos durante los primeros años de la conquista.

No solo este tipo de tradiciones espectaculares recuerdan y evidencian la participación social, influencia e intercambio cultural africanos en la región de la Costa Chica, sino que diversas expresiones culturales dan cuenta y visibilizan la importancia de las y los afrodescendientes en México, como la gastronomía, la medicina tradicional, los vocablos y diversos saberes y formas de entender el mundo.