En una escena que parecería sacada de una novela de realismo mágico, los sapos, arrojados fuera del agua tras el crecimiento del río por las fuertes lluvias, abundan por decenas, avanzan a las orillas del arroyo y suben a las casas más cercanas. Aglomerados en las entradas y escaleras de los hogares juchitecos, los sapos parecen formar una barricada que bloquea el ingreso y deja presos a sus habitantes, quienes para salir se arman de una escoba para removerlos. Literalmente, barren sapos.

Francisco Toledo (1940) es considerado uno de los mayores artistas vivos del país; además, posee un gran reconocimiento a nivel internacional. Toledo nació en Juchitán, Oaxaca, rodeado de escenas de un México que ya no es, en el que el zapoteco hablado se escuchaba en todas partes, los trajes y fiestas se visualizaban con esplendor y, según él mismo explica, los pueblos indígenas tenían cierta autonomía.

Ese fue el Juchitán de la infancia en el que Toledo creció y que lo alimentó de imágenes de seres que se mantendrían constantes en sus obras posteriores. Barriendo sapos (pintada por Toledo en 1971­), lejos de ser un cuadro fantástico, el reflejo de un mito o una expresión surrealista, es una imagen cotidiana que un Francisco Toledo infantil vivenció en su natal Juchitán.

La obra de este artista plástico, quien inició sus estudios artísticos a los 14 años en el taller de grabado de Arturo García Bustos, se caracteriza por retratar animales que no son comúnmente relacionados con la belleza: murciélagos, insectos, iguanas, sapos, monos, tortugas, lagartos, venados, conejos, peces, cabras, vacas.  Animales que estuvieron muy presentes en su infancia y que en sus obras conforman una especie de “zoología fantástica, que en ocasiones es monstruosa y en otras antropomorfa.

“Tal vez dibujé a los diez años. Recuerdo las tareas de la escuela. Recuerdo que alguna vez pinté sobre las paredes de mi casa. Dibujaba allí y mi papá, cuando llegó el tiempo de pintar nuestra casa, respetó mis cosas. Cuidaba mis cosas porque no puso pintura sobre la pared donde yo había dibujado... Cuando llegué a Oaxaca a mi familia le dijeron que ‘este muchacho dibuja’. Por cierto, hubo una exposición de arte mexicano y fue la primera vez que vi pintura, antes no había visto un cuadro”, explica el pintor en una entrevista con el también juchiteco Macario Matus.

Otro signo recurrente en la obra de Toledo es la sexualidad. En sus obras hay una especie de sexualización de la realidad, un escenario que no difiere entre lo fantástico y lo real y que funde a ambos en el erotismo. En sus obras, a decir de Carlos Monsiváis, Toledo “tan solo sostiene que todo lo real es sexual y todo lo sexual es real, pero sin que la convicción se esterilice en un determinismo”.

Tras mudarse a la Ciudad de México, Toledo ingresó a la Escuela de Diseño y Artesanías de Bellas Artes, gracias a su maestría comenzó a exponer en la Galería Antonio Souza y en el Fort Worth Center, en Texas. En 1960 viaja a Europa y conoce por recomendación de Souza a Rufino Tamayo, pintor oaxaqueño con quien estrecharía relaciones y con quien su persona y su obra se vincula inmediatamente, considerando a Toledo como discípulo o “heredero” de Tamayo.

“Mi vida ha pasado por muchas etapas. Al principio quería estar ligado a mi comunidad, ahí había mitos orales, tradiciones, cuentos; pensaba que podía ser el ilustrador de esos mitos. Con el tiempo me fui cargando de más información, visité ciudades y museos; Picasso, Klee, Miró, Dubuffet, viví en Europa, viajé a España, conocí a Tàpies, a Saura… Mi arte es una mezcla de lo que he visto y de otras cosas que no sé de dónde vienen. Me han influido el arte primitivo, pero también los locos, los enfermos mentales y, sobre todo, Rufino Tamayo”, señala el pintor.

La fama llegó a la vida de Toledo y pronto los galeristas se interesaron por su obra y tuvo exposiciones en Oslo, Londres, Ginebra, Toulouse y Hannover. Tras diversas estancias en Nueva York y diversas partes de Europa, el artista se asentó en Oaxaca, donde actualmente vive, y se desarrolló como promotor cultural, una faceta del artista que responde al compromiso con su tierra natal, Juchitán, y su interés en el impulso al arte y los artistas locales.

“Juchitán es Toledo, sus ocres y sus púrpuras, su negro vid de uva calcinada, su amarillo congo de tlapalería, el azúcar que va escurriendo por las calles, las abejas que zumban en torno a la miel, la miel en el paladar de la mujer, la miel en su sexo y en su vientre, la miel de sus pechos y de su cabello lavado en el agua del río", señala la escritora Elena Poniatowska sobre este artista oaxaqueño.

Con ayuda de diversas instituciones, fundó el Taller Arte Papel Oaxaca, Ediciones Toledo y el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca. Además ha impulsado la creación de otras instancias, como el Centro de las Artes San Agustín, la Biblioteca para Invidentes Jorge Luis Borges, el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, entre otros.

Toledo no solo es conocido por su talento y el toque irreverente y transgresor de sus obras sino también por ser un luchador social, un filántropo y por defender sus ideales y posturas políticas. Es conocido por apoyar causas relacionadas con el medio ambiente y la conservación del patrimonio artístico del país.