Un día después del asesinato de Emiliano Zapata en la Hacienda de la Chinameca, el periódico Excélsior informó sobre este hecho en sus páginas. Con el título “Murió Emiliano Zapata: El zapatismo ha muerto”, la publicación puntualizó sobre la caída de quien se había convertido en una importante bandera de la Revolución y la rebelión, pues, a nueve años del estallido del movimiento armado, Zapata se mantenía en oposición al gobierno encabezado en ese entonces por Venustiano Carranza, asimismo, mostró su rechazo a la administración de Francisco I. Madero y se contrapuso al golpe de Estado de Victoriano Huerta.
El diario notificaba el asesinato del Caudillo del Sur, calificado en la publicación como “sanguinario cabecilla”, de la siguiente manera:
“Las tropas del gobierno para lograr acercarse hasta el cabecilla, que siempre rehuyó todo encuentro, que siempre estuvo lejos de las balas de los soldados de la Federación, hubieron de simular que se levantaban en armas… Ya el general González ordenó que el cadáver, plenamente identificado, ya que en Cuautla todo el mundo conocía la cabecilla, fuera inyectado y que le sacaran fotografías de él para remitirlas a esta capital”.
Las capturas resultantes de la orden de González muestran el cadáver de Zapata rodeado por pobladores y seguidores que se reunieron en el ayuntamiento de Cuautla, Morelos, sitio en el que fue expuesto por las autoridades. Los asistentes querían verificar por sí mismos la expiración del Atila del Sur, pues atónitos se negaban a creer que Zapata hubiese caído en una emboscada a manos de las tropas del gobierno, ya que era bien sabido que el líder del Ejército Libertador del Sur era particularmente desconfiado y precavido en cuanto a relaciones con el Estado se trataba.
A cien años del determinante titular del periódico Excélsior, y contrario a su fulminante aseveración, Emiliano Zapata sigue vivo y el zapatismo vigente; lo que ambos representan dialoga con el presente y sus actores, los interpela, los cuestiona y replantea luchas contingentes que rememoran el legado del Plan de Ayala y su convicción por la Libertad, Tierra, Justicia y Ley.
Un ejemplo de la vigencia e impacto de Zapata y el zapatismo en los ámbitos sociales y culturales del país es la exposición “Emiliano. Zapata después de Zapata”, la cual se encuentra en el Museo del Palacio de Bellas Artes y está conformada por 141 obras provenientes de 70 colecciones nacionales e internacionales, tanto públicas como privadas.
“El concepto rector de la muestra es que la imagen de Zapata resulta incontenible, es decir, que no se puede refrenar. Si bien el Estado mexicano se apropió gradualmente del legado de Zapata, esta institucionalización no canceló la fuerza del zapatismo entre las bases populares”, señala Uriel Vides, asesor curatorial y gestor de la exposición.
Una de las piezas que da la bienvenida a los visitantes es un sombrero que perteneció a Zapata y que llevaba el día de su asesinato. El sombrero, que conserva un visible impacto de bala, acompaña a una pistola y un gasné que fueron propiedad del caudillo; asimismo, se hallan en esta sección el Plan de Ayala y la icónica fotografía de Zapata en el Hotel Moctezuma.
En conjunto estos elementos presentan la muerte y ausencia del revolucionario como punto de partida y motor de la prolífica construcción iconográfica de Zapata y de su posterior reapropiación y reivindicación por diversos movimientos sociales; asimismo, la sección pone de manifiesto la fuerza de cada uno de estos objetos al hacer referencia por sí solos al Caudillo Sur, hecho que habla de la trascendencia y el arraigo de la imagen de Emiliano Zapata en la cultura y el imaginario colectivo de nuestro país.
Precisamente, la exposición explora las diversas representaciones del Caudillo del Sur a lo largo de 100 años como líder campesino, emblema de resistencia, héroe del Estado, símbolo racial, guerrillero revolucionario, referente de la masculinidad decimonónica en México e icono reivindicado de las más diversas luchas sociales contemporáneas.
En la primera sección encontraremos numerosas fotos de Zapata como charro revolucionario que exponen los elementos indumentarios de los que se armó Zapata, así como su hábil uso de la fotografía, para construir su imagen característica que con el tiempo trascendió el origen y pertenencia de cada uno de dichos elementos.
En esta parte la muestra aborda la cuestión del género y reivindica la participación de revolucionarias como Rosa Bobadilla y las soldaderas, mujeres que debido a las perspectivas masculinistas de la historia se han convertido en participantes anónimas de la Revolución. Asimismo, se toca la historia de Amelio Robles, un hombre transgénero que luchó en las filas zapatistas durante el movimiento armado.
En este eje, donde además se hallan pinturas, grabados y videos, destacan piezas de María Izquierdo, Agustín Víctor Casasola, José Guadalupe Posada, José Clemente Orozco y Jorge González Camarena.
A continuación, nos topamos con una serie de obras que abordan la apropiación de la imagen de Zapata por parte del Estado posrevolucionario para transformarlo en un símbolo nacional.
Destacan aquí las obras Paisaje Zapatista (1915) y Zapata, líder agrario (1931), ambas de Diego Rivera. La primera, pintada en París durante la etapa cubista de Diego, se trata del primer acercamiento pictórico a la temática de la Revolución; mientras que la segunda representa la indigenización de la figura de Zapata rumbo a su construcción como símbolo oficial del agrarismo. Otras obras presentes en este núcleo pertenecen a Miguel Covarrubias, David Alfaro Siqueiros, Leopoldo Méndez, entre otros.
La tercera parte de la exposición aborda las exportaciones de la imagen de Zapata al extranjero para representar diversas luchas relacionadas con la migración, específicamente con el movimiento chicano y los derechos civiles. Aquí destaca Cholas I, con Zapata y Villa (1986) de Graciela Iturbide, pieza que muestra el alcance de zapata en Estados Unidos como un importante icono identitario para las poblaciones mexicoamericanas.
Finalmente, en el último apartado se presentan otras revoluciones que el histórico morelense ha representado indirectamente, pues en las piezas expuestas Zapata es arrebatado de la narrativa hegemónica e institucional, encargada de sacralizar su imagen, para posteriormente replantear los significados que componen dicha narrativa y sacudir la solemnidad de una estéril y apolítica imagen de héroe nacional atrapada en el pasado.
Las obras aquí expuestas usan a Zapata como un motivo para cuestionar las normativas sociales relacionadas con el género, la sexualidad, el deseo, la raza, las desigualdades sociales y las injusticias políticas. Aquí la imagen del caudillo se desplaza para representar levantamientos sociales de diversos indoles: desde el movimiento del 68 y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, hasta los movimientos feministas, de igualdad de género y de derechos LGBT.
Algunas piezas destacadas de esta sección pertenecen a Mariana Botey, Alberto Gironella, Julio Galán, Fabián Cháirez y Daniel Salazar.
Con su fusilamiento se gestó el mito, pero sobre todo han prevalecido los principios de justicia social, igualdad y resistencia relacionados con la lucha que encabezó en vida. Estos principios se encuentran vigentes y son reivindicados por diversos movimientos y apropiados por discursos nacionalistas debido al sentido que aún poseen para una inmensa mayoría, así lo pone de manifiesto la exposición Emiliano. Zapata después de Zapata, que se encontrará en el Museo del Palacio de Bellas Artes hasta el 16 de febrero de 2020 en las salas Nacional y Diego Rivera.
DOL