Hoy más que nunca nos gusta presumir que Alfonso Cuarón es mexicano. Su más reciente largometraje, Roma, se ha convertido en todo un fenómeno mundial, no exento de cierta polémica, que ha acaparado la atención mediática, provocando el elogio de muchos y el escepticismo de otros. Hasta la fecha Cuarón ha dirigido tres películas mexicanas, cada una con una exploración cinematográfica, ambientación y técnica diferentes. Más allá de la fama, posibles reproches y el orgullo nacional, es innegable la preocupación del director por plasmar la esencia mexicana sin miedo a mostrar tanto sus encantos como sus contradicciones.

Sólo con tu pareja (1991), su debut en el largometraje, es una comedia de enredos sobre un publicista promiscuo en plena época de paranoia por el sida. La película fue un intento novedoso por abordar la vida en el ex Distrito Federal a principios de los años 90, centrándose en la figura de los yuppies, aquella clase social inflada por aspiraciones de modernidad, bienestar económico y hedonismo. Con un tono humorístico que sigue la escuela de Ernst Lubitsch, la película se burla de las complicaciones, deseos y relaciones de Tomás Tomás (Daniel Giménez Cacho), un personaje con el espíritu libertino de Don Giovanni y el magnetismo sexual de Mauricio Garcés. El México de este yuppie está construido sobre una simbología de clichés folcloristas y un catálogo de refranes. El protagonista está tan distanciado de toda realidad social, política e histórica, que la única forma en que la puede concebir es como una caricatura publicitaria de la Conquista con Moctezuma y Cortés vendiendo jalapeños o como una pesadilla habitada por luchadores enmascarados y mariachis a bordo de un avión. Todo esto, claro está, es en tono de broma. Cuarón desnuda la vida chilanga, para reírse de las falsas ilusiones de modernidad de esa clase que cree vivir en las nubes.

Después de su experiencia hollywoodense, el director regresó a México en 2001 con una propuesta opuesta a lo que había hecho hasta entonces. Y tu mamá también fue más ambiciosa con la representación del país, saliendo de la metrópoli para alcanzar otras geografías y poner énfasis en los contrastes de clase y entre los contextos urbanos y rurales. Apenas un año antes el PRI había dejado por primera vez el poder y un cierto panorama de esperanza democrática se dibujaba en el horizonte. El género de road movie fue el vehículo narrativo ideal para contar el viaje de dos jóvenes (Diego Luna y Gael García) hacia una playa oaxaqueña acompañados por una mujer que despierta el deseo sexual en ambos. La película presentó por primera vez la preocupación discursiva de Cuarón por relacionar al individuo con su entorno, la cual perfeccionaría más adelante en Niños del hombre (2006). El viaje estuvo lleno de interrupciones, donde la cámara volteó a ver los rostros de comunidades rurales, retenes militares, peregrinaciones, entre otros. Estos momentos son ajenos al relato de los jóvenes, quienes están más preocupados por sus fantasías sexuales. El uso de la cámara en mano provoca una sensación casi documental, en consonancia con aquellas ganas de libertad de los personajes dentro de la ficción, y con el país fuera de la pantalla. Pero la búsqueda también evidenció las contradicciones de la idiosincrasia mexicana, desnudando literal y figurativamente su machismo y evidenciando las llagas de la desigualdad económica y social. El personaje de Luisa, una española a punto de morir, evoca el mito muerto de la Conquista que por mucho tiempo arrastramos pero que ya no nos define. La identidad es otra y está regada a lo largo de la carretera.

Finalmente, en Roma Cuarón regresó el tiempo para crear una película de época ambientada en la Ciudad de México a principios de los 70. Es su obra más autobiográfica, una radiografía de su historia familiar y una reconstrucción barroca del pasado social y político del país en la que son igual de importantes los más ínfimos detalles como el sonido del afilador o recreaciones monumentales como la de la Avenida de los Insurgentes. El drama íntimo, instalado en el espacio doméstico, y el público, instalado al inicio del sexenio de Luis Echeverría, se corresponden; y hechos históricos como la Matanza del Jueves de Corpus tienen el mismo significado trágico que la pérdida de un bebé. Cuarón recurrió a los travellings para recorrer con la mirada estos escenarios, donde se despliegan múltiples caos coreografiados. Pero, aunque las apariencias apantallen, la cinta no está regida por la nostalgia ni por la idealización de la protagonista Cleo (Yalitza Aparicio). Lo que hay es un romanticismo de la memoria que no es complaciente con las expectativas progresistas del espectador actual. Muchos esperan un personaje femenino activo y a Cleo se le reprocha su pasividad y docilidad. Pero si la película es tachada de “clasista” en este momento es porque la mentalidad del presente no corresponde con la mentalidad de hace cincuenta años. La recreación que la película lleva a cabo no sólo es escenográfica sino ideológica; la de toda una conciencia colectiva arraigada en la indiferencia social y, otra vez, en el machismo. En Roma, los ojos del presente observan el reflejo del pasado.

 

Israel Ruiz Arreola, Wachito.