La regulación de las drogas es considerada una respuesta progresista de frente al castigo del uso de sustancias psicoactivas por personas mayores de 18 años, así como una alternativa viable y menos agresiva, en comparación con los resultados de la llamada guerra contra las drogas y su saldo de decenas de miles de personas muertas, desaparecidas y desplazadas por la violencia.

Los argumentos que apuntan a una regulación de las drogas en nuestro país hablan de una realidad que para algunos es lejana o incluso inimaginable; sin embargo, México pasó por un corto periodo de regulación de las drogas que incluyó medidas de reducción de daños. Sin embargo, los paradigmas prohibicionistas dominantes del momento a nivel internacional y la presión por parte de Estados Unidos coartaron un proyecto que buscaba una alternativa a la criminalización de las drogas y sus usuarios.

En 1940, último año de su mandato como presidente, Lázaro Cárdenas  promulgó un Reglamento Federal de Toxicomanías en el que se eliminaron diversos decretos punitivos que consideraban el consumo, posesión y venta de drogas como un delito.

El paradigma de este reglamento dejó de considerar a las personas con problemas de abuso de drogas como criminales y las pasó a la categoría de enfermos. Asimismo, esta nueva normativa hizo que el Estado monopolizara la venta de fármacos considerados drogas, por lo cual el tráfico ilícito continuó siendo perseguido por la ley.

Con la puesta en marcha del Reglamento Federal de Toxicomanías se abrieron dispensarios que estaban a cargo del Departamento de Salubridad Pública y cuya meta era suministrar dosis, a manera de tratamiento, a las personas que tenían dependencia a alguna sustancia psicoactiva. El primero de estos dispensarios se ubicó en la Ciudad de México.

Como señala el historiador Benjamín Smith, especialista en historia latinoamericana y de México, los bajos precios de las drogas que se ofrecían en este tipo de clínicas pronto causaron estragos en el comercio ilegal, el cual además ponía a la venta sustancias sin garantía sobre su pureza.

De acuerdo con el periodista e historiador Froylán Enciso, autor del libro “Nuestra historia narcótica: Pasajes para (re)legalizar las drogas en México”, esto sucedió debido a que, en lugar de que los consumidores recurrieran a contrabandistas para acceder a sustancias psicoactivas, éstos podían acudir con un profesional de la salud para que les suministrara dichas drogas enmarcadas en un tratamiento que buscaba superar su adicción.

Según explica el historiador Ricardo Pérez Montfort, autor del libro “Tolerancia y prohibición. Aproximaciones a la historia social y cultural de las drogas en México, 1840-1940”, uno de los personajes que hizo posible que la regulación de las drogas en México fuera posible fue el doctor Leopoldo Salazar Viniegra, quien realizó una serie de exhaustivos estudios que apostaban por acabar con los prejuicios y mitos construidos en torno a diversas drogas, entre ellas la mariguana.

Su postura se centraba en dejar de considerar las adicciones como un delito y comenzar a abordarlas como un problema de salud pública, por lo que sugería un proyecto de reinserción social que incluía educación, tratamiento y apoyo psiquiátrico.

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Una de sus obras más destacadas es “El mito de la marihuana”, donde determinó que no existía relación directa entre el consumo de la planta cannabis con la locura y la criminalidad; además, argumentaba que la marihuana se podía aplicar en el tratamiento de diversas enfermedades.

Los postulados de este médico fueron considerados revolucionarios y adelantados a su tiempo. Sus investigaciones sirvieron como base del Reglamento Federal de Toxicomanías, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 17 de febrero de 1940.

Pese a que las críticas a la nueva estrategia del gobierno de Lázaro Cárdenas vinieron principalmente de la prensa y los sectores conservadores, y a que el gobierno de México responsabilizó a la escasez de narcóticos por la guerra en Europa como la causa del declive del proyecto de legalización; el verdadero motivo por el que la iniciativa se replegó, apenas cinco meses después de su puesta en marcha, fue la presión proveniente del gobierno de Estados Unidos, en particular de un personaje.

Se trató de Harry J. Anslinger, el primer comisionado del Buró Federal de Narcóticos, agencia encargada de la sanción del uso de drogas que se caracterizaba por poner en marcha políticas prohibicionistas.

Aunque México presentó su postura ante la Liga de las Naciones en 1939 y fue secundado por algunos países, la apuesta mexicana fue duramente criticada por Anslinger, quien se opuso tajantemente a la iniciativa y que debido a sus rígidas posturas prohibicionistas fue conocido como el “zar antidrogas”.

El Departamento de Estado de Estados Unidos recurrió a una interpretación de la Ley de Importación y Exportación de Estupefacientes para retener la exportación de morfina, cocaína y otros enervantes a México, pues la legislación señalaba que esto era posible cuando se considerara que el uso de estos narcóticos no tenía metas médicas o científicas.

Sin los insumos necesarios para brindar las dosis de los tratamientos, los dispensarios pronto se enfrentaron a un desabasto. Pese a que las autoridades mexicanas trataron de entablar un diálogo para llegar a un acuerdo con el gobierno estadounidense, este fue determinante en su oposición, hasta que finalmente en junio 1940 el presidente Cárdenas decretó la suspensión del Reglamento Federal de Toxicomanías.

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Un mes después se cerraron los dispensarios y la prensa cubría el hecho haciendo alusión a la versión oficialista, la cual adjudicaba la escasez de narcóticos a la guerra en Europa.

Así fue como culminó este breve periodo en el que México conoció la regulación de las drogas.