Todas las mujeres, en algún momento de nuestra vida, hemos recibido un piropo de alguien que no conocemos. Esta “inofensiva” expresión es una de las muchas manifestaciones de acoso callejero que, sin embargo, en el contexto mexicano, suele ser vista como una cuestión de galantería.

La normalización de esta forma de violencia contra las mujeres es tal que incluso cuando alguien alza la voz expresando su rechazo ante estas manifestaciones, muchas veces se les señala como exageradas, haciéndolas víctimas de nuevas formas de acoso y violencia

“A lo largo de mi vida he escuchado muchos comentarios acerca de mi cuerpo, en ocasiones caminaba en la calle y a lo lejos escuchaba cómo me gritaban: “qué guapa”, “qué bonita”, “me gusta tu cuerpo” y un sinnúmero de comentarios “positivos” con respecto a mi cuerpo; este hecho me confundía mucho, porque la mayoría de las veces que escuchaba esto era por parte de hombres desconocidos, sin ningún tipo de relación conmigo y dándome una opinión que en ningún momento pedí". Testimonio anónimo

Según la ENDIREH (2016) el segundo ámbito donde mayor violencia sufre la mujer es el ámbito comunitario, en espacios como la calle, el parque y el transporte, entre otros, donde 38.7% de las mujeres fueron víctimas de actos de violencia por parte de desconocidos.

Entre los actos de violencia más frecuentes destaca la violencia sexual, misma que 34.3% de las mujeres de 15 años y más ha vivido en algún momento de sus vidas, ya sea por intimidación, acoso, abuso o violación sexual.

Si bien muchas personas no asocian el acoso callejero con la violencia sexual, es necesario visibilizarlo y erradicarlo, ya que el acoso callejero es la antesala de otras formas más graves de violencia sexual. Algunos ejemplos de acoso callejero son los siguientes:

·      Miradas insistentes
·      Silbidos
·      Susurros (al oído)
·      Gruidos, tosidos
·      Shisteos (sonidos que emiten las personas cuando quieren tener la atención de alguien)
·      Llamadas insistentes (“oye güerita”)
·      Saludos verbales (“¡buenas!”)
·      Piropos (halagadores, ofensivos, ingeniosos, bromistas)
·      Palabras altisonantes
·      Toqueteos y manoseos sorpresivos y momentáneos
·      Actos de exhibicionismo o masturbación
·      Eyaculación

El piropo como práctica cultural

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Para algunos el piropo sigue siendo un sello cultural que nos caracteriza como país e incluso, para algunas mujeres, es la legitimación de que son bonitas, ya que el sexo opuesto las aprueba. De ahí la idea equivocada de que los piropos son “simpáticos” o una expresión divertida característica del pueblo mexicano que por mucho tiempo se consideró como una práctica social normal.

Sin embargo, sociólogas como Patricia Gaytan Sánchez y Martha Elena Pérez Pérez encuentran que el piropo, a pesar de tener su lado divertido, nunca deja de ser acoso ni agresión para quien lo recibe.

De igual manera se entiende que en la mayoría de las veces, la aceptación que tiene el piropo en las mujeres se debe a la manera en que fuimos educadas, pues desde pequeñas nos enseñan o “acostumbran” a recibir comentarios acerca de nuestra belleza, la cual tiene que ser reconocida por los demás.

Pero… ¿Por qué un piropo puede ser un acto violento?

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Para Benalcázar, Cabrera y Ureña (2014) el piropo es un acto violento por lo siguiente:

·      Es un acto unilateral, ya que el hombre aborda a la mujer con comentarios sobre su aspecto físico o frases de índole o connotación sexual y, si ésta las rechaza, se arriesga a reacciones agresivas
·      Se constituye como una gratificación personal para quien dice el piropo, particularmente cuando el piropo es dicho frente a sus pares masculinos
·      Se invade sorpresivamente a las mujeres en un espacio público que desde la infancia se establece como un lugar peligroso para ellas, vulnerando con ello su derecho a transitar libremente, con tranquilidad y seguridad por las calles
·      Se presiona a las mujeres para no “provocar” a sus agresores, culpándolas por las agresiones cometidas hacia ellas
·      La práctica del piropo busca la subordinación de la mujer, estableciendo una posición de “poder” y “control” por parte de quien lo expresa
·      Los piropos son una manifestación de la cosificación a la que son sujetas las mujeres, fomentando que se les vea como objetos de placer del hombre, lo que perpetúa los roles inequitativos de género y abre el camino a la violencia.

Por tanto, los piropos NO son un halago, sino más bien un instrumento que los varones usan para ejercer cierto poder de dominación hacia ‘el sexo débil’, puesto que al salir una mujer a la calle, ella está expuesta a una relación de desigualdad asociada a su condición sexual, siendo cosificada y tomada como mero objeto sexual para la satisfacción del varón (Mejía, 2016).

Desnaturalizar esta práctica es promover el ejercicio de los derechos de las mujeres; es darles la libertad de caminar en el espacio público sin miedo, es dejar de verlas como objetos y comenzar a verlas como seres humanos

Por Celia Ramírez Zolezzi
Twitter: @celiazolezzi