Aunque comúnmente asociamos  al fuego con destrucción y daño, lo cierto es que el fuego y los ecosistemas han establecido relaciones, donde incluso, algunos ecosistemas han desarrollado adaptaciones para depender de sus efectos, tales como la reducción de maleza con la que compiten por los nutrientes, el control de plagas, el aumento de ciertos nutrientes en el suelo que ocurre cuando se liberan las cenizas y en algunos casos, la germinación de semillas.

Los incendios son tan antiguos como la vegetación terrestre. Los ecosistemas han evolucionado según las condiciones en las que se han desarrollado: ciertas características de algunos ecosistemas y orga­nismos se explican por la acción del fuego, por ejemplo las especies de plantas que cuentan con tubérculos y cortezas gruesas que les permiten soportar altas temperaturas. Sin embargo, existen ecosistemas que no responden de la misma forma ante los efectos del fuego.

De acuerdo con esta relación, los ecosistemas se clasifican en adaptados, sensibles, independientes e influidos por el fuego.

Ecosistemas adaptados al fuego

Estos ecosistemas necesitan del fuego para poder persistir en el paisaje, es decir, el fuego complementa sus ciclos biológicos y mantiene su estructura.

Casi todos los bosques de pino son ecosistemas adaptados a este elemento, donde también se incluyen especies de encino y manzanita, entre muchos otros arbustos y plantas.

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Las especies han desarrollado adaptaciones al fuego, por ejemplo los pinos presentes en estos ecosistemas cuentan con corteza gruesa, aislante, que protege al árbol. Además, recuperan su follaje cuando parte de su copa ha sido afectada por el incendio.

Los pinos se regeneran bien sobre sitios quemados, donde el fuego ha removido la barrera de zacate para que la semilla haga contacto con el suelo mineral.

México cuenta con abundancia de estos ecosistemas y posee un pino nativo que crece en el Eje Neovolcánico y que por su cercanía a los volcanes, es una de las especies que mejor se ha adaptado al fuego: el Pinus hartwegii. 

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Asismismo, en varias regiones, como la central, pero particularmente al noroeste hay matorrales mantenidos por incendios.

Ecosistemas sensibles al fuego

En estos ecosistemas el fuego no es requerido para mantener el tipo de vegetación. Sus especies no están adaptadas al fuego porque no se desarrollaron con el fuego como un proceso recurrente, por ello, los efectos del fuego representan daño al ecosistema.

Los incendios suelen presentarse cada varios siglos cuando hay sequía extrema, pero resultan ser catastróficos. La recuperación (de forma natural) de la vegetación original puede tardar cientos de años.

Estos ecosistemas son selvas altas y medianas perennifolias (que conservan su follaje todo el año) y subperennifolias, selvas bajas caducifolias (que pierden su follaje durante una parte del año), manglares y bosques de oyamel.

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Ecosistemas independientes del fuego

En estos ecosistemas el fuego tiene un papel casi nulo. Son áreas muy secas, sin continuidad suficiente entre la vegetación como para transmitir el fuego, o bien áreas muy frías y constantemente húmedas.

Estos ecosistemas son los desiertos o la tundra.

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Ecosistemas influidos por el fuego

Estos ecosistemas son zonas de transición entre los ecosistemas dependientes del fuego y los sensibles o independientes del fuego. Suelen ser ecosistemas sensibles, pero que contienen especies adaptadas o que responden positivamente a los incendios forestales.

Un ejemplo de estos ecosistemas es el bosque de galería o ripario.

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Y los incendios forestales en México ¿en qué tipo de ecosistemas ocurrieron?

En la temporada 2019, en México se registraron 7,410 incendios forestales en las 32 entidades federativas, los cuales afectaron una superficie de 633,678 hectáreas.

Del total de superficie, el 85.86% corresponde a ecosistemas adaptados, el 8.19% a ecosistemas influidos, el 5.80% a ecosistemas sensibles, el 0.01 a ecosistemas independientes y el 0.12% a bosques cultivados e inducidos.

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