COLIMA: El nahual de Cerro Grande

Cuentan que durante la Revolución Mexicana, en Colima, existió un hombre que causó miedo entre la población y las fuerzas federales. Vicente Teodoro Alonso, mejor conocido como el Indio Alonso.

Nacido en Zacualpan, parte de Cerro Grande dentro de la actual Reserva de la Biosfera de la Sierra de Manantlán, Alonso fue un conocido bandido que comenzó a ser perseguido después de asesinar y robar al norteamericano Chas F. Temple.

Su leyenda comenzó cuando las autoridades le buscaron afanosamente, pero nunca lo atraparon. A raíz de ello, la gente decía que el Indio Alonso tenía pacto con el diablo porque era un nahual, es decir, que tenía el don de convertirse en cualquier animal y poder huir.

Se decía que era el único que sabía cómo llegar a la Piedra de Juluapan, un monolito gigante que se puede ver en la punta de Cerro Grande desde la ciudad de Colima; se cuenta que ahí guardaba sus tesoros. Lo cierto es que siempre logró escapar debido a su amplio conocimiento del bosque.

El 31 de agosto de 1917, el Indio Alonso, delirante por la fiebre, se encontraba en cama, ocasión que aprovechó Ramona Murguía, una muchacha que raptó en la comunidad de Zapotitlán de Vadillo. La mujer tomó un filoso cuchillo y, sin pensarlo dos veces, le provocó un tajo en la yugular.

Desde entonces la leyenda del nahual del Indio Alonso quedó arraigada en las comunidades de  Cerro Grande, el bosque de encino más importante de Colima.

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DURANGO: El tesoro escondido de Heraclio Bernal

En medio de la Sierra Madre Occidental, los habitantes de San Miguel de Cruces, municipio de San Dimas, Durango, ven perturbada su tranquilidad cuando unas bolas de fuego aparecen entre los árboles del bosque, en las cañadas, e incluso, a escasos metros de su hogar.

Hay quienes prefieren evitarlas por miedo. Otros, tratan de recordar el lugar exacto en el que las vieron, pues es señal de que ahí se encuentra un tesoro, que regularmente son monedas de oro o barras de plata.

Las personas ancianas cuentan a las nuevas generaciones cómo el legendario sinaloense Heraclio Bernal, forajido y posteriormente célebre participante en la Revolución Mexicana, se escabullía de la justicia y de sus adversarios en medio de la agreste sierra de Durango.

A su paso, repartía entre la gente pobre de las comunidades más alejadas el botín de sus atracos. Pero no todo el tesoro fue entregado, Heraclio enterró parte de este en el bosque, montañas y cuevas, nadie conoce la ubicación precisa. De vez en cuando, el oro se revela y aparecen las bolas de fuego que flotan y desaparecen en segundos. 

Hay quien asegura haber escuchado el sonar de las monedas, pero prefieren mantenerse alejados con el temor de que Heraclio reclame lo que le pertenece.

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ESTADO DE MÉXICO: Pedro el Negro

Existe un lugar oculto en el bosque, del que muchos hablan pero pocos han visto, una cueva en Cahuacán, lugar de águilas y árboles, en el municipio de Nicolás Romero, Estado de México. Aquí surgió una leyenda.

Los habitantes de Cahuacán no conocían su identidad ni su origen, pero lo llamaban Pedro el Negro, un bandido que junto con sus compinches se dedicaba a robar a los habitantes de la región. 

Encontró su guarida en la seguridad del bosque, una cueva oculta cerca de una cañada en la que escondió oro, plata y joyas. 

Con el paso del tiempo, Pedro el Negro desapareció y nunca se supo porqué. La ubicación de su guarida y los tesoros se convirtió en un misterio. Algunos habitantes, en su afán de encontrar las riquezas de las que se hablaba, se adentraron en el bosque. 

Se dice que cada tres de mayo la cueva se abre para dejar ver el tesoro oculto, quienes logran entrar escuchan una voz que dice “o todo o nada”. Movidos por la avaricia, los que intentan llevarse todo se olvidan del tiempo, a la media noche la cueva se cierra. 

Quienes quedan fuera ya no encuentran la entrada al lugar y lo que habían sacado durante el día desaparece. Los que quedan atrapados en la cueva mueren de sed y hambre.

Se dice que esos espíritus son los nuevos guardianes del lugar.

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MICHOACÁN: El Cerro de Mariana

El Cerro de Mariana está ubicado al sur  de Michoacán, entre los pueblos de Nocupétaro y Carácuaro. En el Valle de Nocupétaro habitó Campincherán, rey de los chichimecas y nahuatlacas. 

Vivía en un templo muy grande, tenía un carácter pésimo y  unos celos exagerados por su única hija, Marili, quien era muy bella.

Un día el rey tenía que asistir a una reunión con los mexicas y los señores aztecas  y tenía miedo de dejar sola a su hija, tampoco podía llevarla consigo por miedo a que alguno de sus colegas pudiera enamorarla sin ser digno de ella. 

Sin otra opción fue en busca de su amigo Satán, un demonio menor, para que le ayudara. Satán no se pudo negar a la petición de cuidar y proteger a Marili, a su madre y a las pertenencias del gobernante. El rey se fue confiado.

Al retirarse el monarca, la princesa pidió a Satán que se casara con ella. Al escuchar tal petición, el joven diablo corrió a poner piedras y lodo sobre las pertenencias que el rey le había encargado para protegerlas; luego recostó a la princesa sobre una pequeña montaña y le pidió que no se moviera. 

Cuando se enteraron de sus deseos, los superiores del demonio lo apalearon, pues jamás permitirían que un ente de su categoría emparentara con un suegro tan celoso. Fue encerrado y nunca regresó por la princesa.

Las piedras y el lodo se convirtieron en lo que hoy es el Cerro de Mariana, quien sigue recostada esperando a su único amor para casarse. 

Se cuenta que el rey se transformó en un fuerte ventarrón que rodea al cerro en busca de su hija perdida.

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NAYARIT: El Hombre del Fuego 

Cuentan que todo ocurrió en Semana Santa del 2002. Estaban de guardia esperando a que se reportaran incendios forestales.  Por radio se les avisó que se trasladaran a una sierra del municipio de Ixtlán del Río.  Eran la brigada Rodeo 1 de la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR). 

José Luis Ruiz Sedano, líder de esa brigada cuenta que el incendio era muy fuerte. Ya habían pasado unas 70 horas y seguían en la zona. Al tercer día, desde lo alto apreciaron un arroyo, del otro lado vieron unos troncos ardiendo, los 20 combatientes bajaron para apagarlos. 

Fue ahí cuando un hombre, aparentemente mayor de 60 años, los ayudó a disipar el fuego.

Extrañados se miraban unos a otros. En ese momento llegó un fuerte viento que avivó el fuego y todo se llenó de humo, las llamas los alcanzaron y corrieron a un lugar más seguro. En el acto, vieron claramente al hombre alejarse en dirección al fuego, hacia una muerte segura. 

Ante la consternación de todo el equipo, apareció el anciano, quien explicó que había caminado en zig-zag para alejarse del fuego.

Todo era muy extraño, los combatientes querían cuestionar al anciano. Al arribo de un equipo de apoyo y ante la distracción el anciano desapareció misteriosamente.

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(Testimonio del combatiente José Luis Ruíz Sedano)