En la selva de Quintana Roo se cuenta la leyenda de dos príncipes guerreros mayas, los hermanos Kinich y Tizic que poseían fuerza y habilidades extraordinarias.
El menor, Kinich, era gentil, bondadoso y amado por todos, mientras que Tizic, el mayor, era arrogante y despiadado.
En el mundo dualista de los mayas, que parte del principio del bien y el mal, Kinich representaba los poderes de la naturaleza para el bien y Tizic atraía el dolor y el mal.
Ambos se enamoraron de la hermosa Nicté-Ha y dispuestos a competir por su amor se declararon un duelo a muerte. Tras una sangrienta batalla ambos hermanos perecieron.
Ya en el inframundo suplicaron perdón a los dioses y una oportunidad para regresar al mundo de los vivos y ver a Nicté-Ha por última vez.
Los dioses mayas, conmovidos por la tragedia, les concedieron volver a la tierra, la condición fue que debían estar juntos.
Tizic renació como chechén (Metopium brownei), árbol urticante cuya resina provoca quemaduras y llagas en la piel, incluso la sombra o el rocío puede afectar a personas muy sensibles.
Kinich se convirtió en chacá (Bursera simaruba), árbol cuyo néctar es capaz de aliviar lo provocado por el chechén, es el antídoto.
En la selva donde se encuentra un chechén habrá cerca un chacá, es el equilibrio de la naturaleza.
“Estas leyendas o cuentos son parte de los consejos que nos forman, nos educan y nos enseñan a respetar la naturaleza”, dijo Gregorio Canchén, habitante de Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo.
Actualmente ambos árboles se utilizan en la medicina tradicional maya. El chacá tiene alto valor ornamental y el chechén es considerado madera preciosa que se utiliza para fabricar muebles finos.