La palabra “Coyota” se utilizaba para señalar aquella “Hija de india y español”. No obstante, ese término despectivo quedaría en el olvido y en su lugar evocaría a un platillo delicioso y típico de Sonora.

Las coyotas son un postre con forma de tortilla, hechas de harina, manteca y azúcar, rellenas con piloncillo, dulce de leche, membrillo o cajeta.

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Pero al Sur de Sonora, en la comunidad llamada Sirebampo, en el municipio de  Huatabambo que se alinea con Sinaloa, las coyotas tienen relleno de pitaya y se cocinan en horno de piedra, cuya energía la genera la madera que se recolecta del campo.

La tradición, creatividad y sustentabilidad se mezclan en este lugar.

La autora de la marca Akky Sewa (Flor de pitaya en lengua Mayo) María Eudelia Verdugo Matuz,  utiliza a la pitaya para impregnar un sabor distinto a sus coyotas y han sido muy bien aceptadas desde hace ya más de 17 años.

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Pero no es lo único, en su haber tiene 15 productos que tienen como ingrediente base la pitaya, esta jugosa fruta que crece en unas de las tierras más áridas de México.

“La pitaya es una fruta silvestre, jugosa, del tamaño de un huevo, tiene cáscara y muchas espinas, pero es deliciosísima,  sus semillas tienen el tamaño de una chaquira, saben a almendra… La pitaya nos ha sacado adelante en las buenas y en las malas, porque en el campo vivimos del monte”  dice María Eudelia.

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La joven mujer explica que la fruta tiene un color rojo intenso, pero de vez en cuando sale alguna  blanca, naranja, amarilla, lila, morada o color melón. Pero lo fruta no es lo único que les ofrece esas “tierras secas” como mucha gente se empeña en llamarlas.

“Cazamos iguanas para comer, conejos, vamos por la leña porque tizamos en los hornos, el monte nos da de comer, no nos conviene maltratarlo. Muchos están talando los pitayos para meter ganado o magueyes, pero se equivocan, no se van a hacer ricos con eso y sí harán la tierra más pobre y a su gente también” señala.

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La jugosa fruta del desierto

En temporada de pitayas, María Eudelia pide ayuda a sus vecinos para la recolecta. Salen a las 6:00 de la mañana, a 30 grados, cuando la temperatura aún es soportable, tienen solo un par de horas para hacer este trabajo, ya que a las 9:00 el solo calentará a más de 40 grados o más, y eso hace imposible andar en campo.

Aprendió a deshidratarla gracias a una pareja de extranjeros quienes les vendieron unos hornos para este fin. Este fue el primer paso para su negocio ya que la pitaya se compone por 90% de agua y tiene una vida de anaquel sumamente corta.

Posterior a eso, una señora de avanzada edad le enseñó a hacer la mermelada y los tamalitos. De ahí, María Eudelia fue haciendo sus propias creaciones y ahora cuenta con nieve de pitaya, pitaya con crema, pitaya con tamarindo, mermelada, paletas, pero sin duda el producto estrella sigue siendo las coyotas rellenas de este fruto.

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 “Siempre tengo pedidos, ahora con lo del coronavirus, pues son menos que antes, pero nunca se han detenido. El domingo por ejemplo mandaré  60 paquetes para Navojoa” relata. 

Aunque no siempre fue así, María Eudelia como muchas mujeres en las comunidades rurales de México, se enfrentó al machismo. Relata que en un inicio tuvo muchos problemas con su esposo y la gente en su comunidad ya que no era bien visto que una mujer también aportara económicamente a la casa o que viajara sola.

Al paso de los años, las cosas cambiaron y ahora se describe como un equipo en el negocio. Su esposo es su principal colaborador y ahora ella da cursos de emprendimiento a mujeres en su comunidad.

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“La gente ahora me valora y me reconoce…hemos organizado la feria de la pitaya, organizo cursos sobre mujeres emprendedoras, ponemos exposiciones y ellas se dan cuenta que vale la pena el esfuerzo cuando se llevan sus bolsitas con dinero…Hemos mandado producto a Sinaloa, a Guadalajara, la Ciudad de México, Oaxaca, Monterrey y si yo no puedo, otras compañeras se van”.

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“Yo quiero que conservamos y cuidemos nuestros recursos, porque ya somos ricos, ricos en aire, en naturaleza, pero si nos olvidamos y somos egoístas, porque hay gente que tiran pitayos de 200 años para hacer una casa o árboles de mezquite para hacer carbón, ahí sí seremos pobres, mejor cuidemos de la naturaleza. Si la gente prueba los platillos ya no verá la necesidad de tirar la planta” concluye María Eudelia.

Los bosques de pitayal, lugares de tradición y cultura

En las zonas áridas de lugares como Sonora, los bosques no son de pinos o árboles frondosos, son de vegetación adaptada a altas temperaturas y poca agua.

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En el caso de esta comunidad poseen un bosque de pitayal, como ellos le llaman, está conformado por vastas hectáreas de pitayos, algunos de varios metros de altura y son de donde nace la pitaya.

En medio se encuentra la  comunidad en la que vive María Eudelia, la cual está en los límites con Sinaloa y está conformada por 740 personas pertenecientes a la etnia indígena Los Mayo, conocidos por vestirse de blanco y danzar con cabeza de venado, coyote o de hombre lobo cazando un venado.

Son danzantes principalmente, bailan para las fiestas tradicionales, la Santísima Trinidad, La Santa Cruz y las ferias en las que les invitan a participar.

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En el poblado, la gente de mayor edad continúa hablando la lengua mayo, los adolescentes la aprenden para comunicarse con su nana o su tata, pero saben que como muchas etnias en México, su lengua natal se habla cada día menos, y que el castellano lleva años ganando terreno.   

En Sonora hay un total de 40 mil 213 personas que pertenecen a alguna etnia indígena y que viven en ecosistemas forestales, de ellos depende en gran medida la conservación o degradación de los recursos naturales.

Tierra ¿seca?

Las tierras áridas y semiáridas ocupan el 40.8% del territorio mexicano con 56 millones 305 mil 010 hectáreas, según indica el Informe de Resultados del Inventario Nacional Forestal y de Suelos (INFyS 2009-2014)

Pocas personas lo saben, pero de estás tierras se obtienen insumos para la industria farmacéutica, alimenticia, del vestir o la industrial, incluso más que de bosques o selvas.

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Una tierra árida o semiárida no es lo mismo que una tierra infértil, aunque sí es la que tiene mayor vulnerabilidad de serlo.

Las tierras secas se consideran tan relevantes que en 1994 se creó la Convención de las Naciones Unidas de la Lucha contra la Desertificación y la Sequía, y el día 17 de junio para celebrarlo y concientizar sobre una protección especial de estas tierras que sufren de una degradación constante.