La vestimenta como parte fundamental en la vida civil y religiosa de los pueblos indígenas; otorgaba estatus y marcaba jerarquías, por ello, una característica altamente valorada de estas prendas, además de su valor ceremonial y de intercambio, se relacionaba con los tintes usados para teñirlas.

En tiempos prehispánicos, en lo que actualmente es Oaxaca, los mixtecos, desarrollaron un método de crianza de un insecto parasitario del nopal para obtener un pigmento rojo cuya intensidad le permitió ingresar al mundo mágico de los símbolos sagrados. Los indígenas la llamaban nocheztli “sangre de tuna” y era uno de los tributos que los aztecas exigían a este pueblo dominado por ellos.

Más adelanten en la historia, la llegada de los españoles propició el intercambio comercial y cultural; muchos fueron los artículos que enriquecieron a ambas culturas, entre ellos, el tinte obtenido de la grana cochinilla, cuya intensidad entusiasmó a la nobleza española, así el rojo mexicano recorrió el planeta como tinte preciado convirtiéndose en un negocio millonario.

El tinte rojo obtenido de la cochinilla, se convirtió en una fuerte competencia para los colorantes europeos, pues con él se teñía la ropa de reyes, nobles y del clero. Incluso se utilizaba para pintar artesanías y tapices, pero el rojo mexicano, no sólo se utilizó para teñir textiles, sino que también estuvo en la paleta de los grandes pintores de los siglos XVI al XIX, como Rembrandt y Van Gogh.

El paso del tiempo trajo consigo la aparición de tintes artificiales, propiciando la decadencia de este tinte y ya no fue posible competir con anilinas baratas. El tinte de la “sangre de tuna” casi desapareció, sin embargo y gracias al impulso que contempla los diferentes aspectos de manera integral, aspectos históricos, históricos, culturales, ambientales, técnicos y económicos, la grana cochinilla está siendo revalorizada.