El mole es sin duda uno de los platillos más representativos de nuestra gastronomía, sabroso y popular, su origen se remonta a la época prehispánica, pero igual que nuestra cultura se ha transformado a través del paso del tiempo. Su término proviene del náhuatl molli o mulli, y se refiere a varios tipos de salsas preparadas a partir de chiles y otros ingredientes.

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El mole es único, sin embargo, tiene muchas variantes en sus recetas, según los expertos en México tenemos, más o menos, 50 tipos de moles, lo cual es muy probable, si consideramos que tan sólo el estado de Oaxaca presume siete versiones: negro, rojo, amarillo, coloradito, verde, chichilo y manchamanteles.

Existen muchas recetas de moles en el país, y cada preparación varía en ingredientes y por supuesto tiene la personalidad de su región.

Detrás de esta delicia hay muchas leyendas, desde que es una creación por casualidad hasta “un regalo divino culinario”, pero en realidad no es más que una exquisita mezcla de ingredientes que se ha ido perfeccionando y enriqueciendo con los saberes de cada persona que lo cocina y le agrega “su toque” de experiencia.

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Lo que no es un mito es que -a pesar de la pandemia- el campo mexicano, gracias al trabajo de nuestros productores, sigue produciendo cada uno de los elemento que componen a todos los moles mexicanos y así encontramos en los mercados los chiles secos y verdes, jitomate, cebolla, ajo, ajonjolí, chocolate, canela, pimienta, pepita de calabaza, cacahuate, almendras, clavo de olor, orégano, tomillo y demás ingredientes para preparar este alimento que agasaja a nuestro paladar al mismo tiempo que nos recuerda lo grande que es la cultura mexicana y cómo ha sabido, adaptarse y tomar siempre lo mejor del tiempo que se vive…