Durante su ponencia intitulada Entre lo cristalino y oscuro de las alcaldías de la Ciudad de los Palacios, la maestra explicó que, con el paulatino crecimiento de la capital de la Nueva España, los crímenes, los desórdenes públicos y revueltas, se fueron agravando, tal como confirman los documentos del fondo Criminal, por lo que era de suma urgencia el establecimiento de reformas urbanas que permitieran acabar con los delincuentes y los malvivientes, que gustaban de asistir a las peleas de gallos, corridas de toros, fiestas de barrios, teatros y otros entretenimientos; o simplemente permanecer en la calle.

/cms/uploads/image/file/495752/3.JPG

Por ello, durante el virreinato de Martín de Mayorga y Ferrer (1779-1783), se establecieron múltiples disposiciones en la ordenanza emitida el 12 de diciembre de 1782, para la solución a dichos males, además de contar con una nueva división para la nobilísima Ciudad de México. El oidor Baltasar Ladrón de Guevara, fue quien propuso —a ejemplo de las reformas urbanas de las ciudades de España—, dividir el centro de la ciudad en ocho cuarteles mayores, subdivididos cada uno en cuatro menores.

El principal objetivo que se buscaba con la nueva división era que los alcaldes de barrio, encargados de cuidar el orden, pudieran vigilar y controlar una pequeña área claramente delimitada. Para ser designado alcalde de un cuadrante, la ordenanza marcaba que tenían que pertenecer al sector a supervisar, ser elegidos y ostentar un trabajo honesto, puesto que su cargo sería sin remuneración, pero con una penalidad de 100 pesos si rehusaban a él.

/cms/uploads/image/file/495751/2.JPG

Asimismo, debían vestir un uniforme oficial, para que fueran distinguidos y respetados; tenían que rondar su cuadrante de día —y sobre todo de noche—, para mantener el orden, evitar la embriaguez, la holgazanería y el delito amén de rondar los lugares propicios para el escándalo, como las pulquerías. Algunos cuadrantes resultaban ser más peligrosos, en especial aquellos donde los terrenos baldíos abundaban, lugares perfectos para los holgazanes, pelados y bandoleros, quienes representaban la imagen agresiva social.

/cms/uploads/image/file/495754/1.JPG

El principal delito que tenía que perseguir el alcalde de barrio era denunciar la vagancia, pues se consideraba que estas personas vivían sólo de lo que podían conseguir de manera ilícita. Este sector representó un malestar para la sociedad, por lo cual en los expedientes se describe el perfil de la vagancia, que eran todos aquellos jóvenes que gustaban de fumar, de tomar chinguirito (aguardiente de caña, de mala calidad), de los juegos de azar y apelaban a malas mañas como escupir, además de utilizar un lenguaje lépero. Este segmento marginal de la sociedad llegaba a cometer trasgresiones, como el estupro; pues por vía del engaño llegaban a obtener favores sexuales de las jóvenes de la ciudad, o buscaban mujeres vulnerables para aprovecharse de ellas.   

/cms/uploads/image/file/495757/8.JPG

Nidia Angélica comentó que el castigo que se le daba a los vagos era la cárcel, ser llevados a los presidios o a los fuertes, para ser encauzados hacia la leva y algunos más eran embarcados a las Filipinas, por lo cual también en el fondo documental que lleva este nombre se pueden encontrar múltiples casos de vagos que fueron enlistados a la real armada.

 

/cms/uploads/image/file/495758/6.JPG