El origen de la publicidad cigarrera se dio a raíz del proceso de industrialización que sufrió la producción de tabaco a mediados del siglo XIX. Hasta ese momento, su cultivo, producción y venta se encontraba bajo el dominio del Estado, el cual algunas veces recurría a la compra de cosechas particulares y en otras ocasiones rentaba los campos a productores privados.

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Bajo estos tres modos de producción fue muy difícil sostener el ramo tabacalero debido a la inestabilidad política y económica que sufría el país en la construcción hacia la consolidación de un Estado soberano. Esto reflejó en las carencias de esta industria en cuanto a la mala calidad de productos. Dichas razones llevaron al gobierno a declarar libre la siembra y manufactura del tabaco en febrero de 1856.

La liberación del tabaco fue el parteaguas para que la publicidad en la industria jugara un papel fundamental. Se desató la competencia mercantil entre los productores particulares para distinguir sus productos y cautivar a los consumidores a través de una imagen que mostrara prestigio del consumo de la marca o la popularización de los expendios cigarreros. Para esto se hacía uso de manera primordial de anuncios en periódicos y revistas de la época, así como de carteles y eventos públicos en calles concurridas de la ciudad.

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Para finales del siglo XIX toda la industria tabacalera del país se dedicó a la fabricación de cigarrillos y generó un consumo masivo. En ese momento, al ya existir una gran variedad de marcas cigarreras, se comenzó a dar mayor importancia al etiquetado, decorando sus cajetillas con mensajes e imágenes personalizadas, para atraer la atención de los consumidores.

Este nuevo desarrollo publicitario a través de las etiquetas hizo que la impresión a través de los talleres litográficos adquiriera un papel fundamental para resaltar la calidad del producto y la distinción de la marca. En las etiquetas se daba la información básica del producto como: nombre del fabricante, fecha de empacado y lugar de elaboración. Asimismo, se incluían mensajes que alentaban a su adquisición, prometiendo una mejor calidad frente a otras marcas.

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Incluso marcas como La Tabacalera Mexicana y El Buen Tono llegaron encarar una ardua rivalidad a través de su competencia publicitaria, incluyendo anuncios en los diarios, a modo de inserciones pagadas. La empresa El Buen Tono llegó a hacer una serie de retratos con los artistas populares de época, los cuales posaban sosteniendo un cigarro en la mano, acompañados de un mensaje escrito en la parte inferior del retrato destacando la calidad del cigarrillo.

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La publicidad cigarrera se pudo imponer a través de sus anuncios debido a que a mediados del siglo XIX y principios del siglo XX, el consumo de cigarro no estaba regulado y muchos menos condenado, ni por edad o género. Por dicha situación no hubo una convención social o norma que lo impidiera, teniendo como objetivo legar tanto a hombres, mujeres, ancianos y niños, ilustrados o analfabetas. Las colecciones gráficas Felipe Teixidor y Propiedad Artística y Literaria resguardan el fiel testimonio de los principios publicitarios en de la industria cigarrera en México en el Archivo General de la Nación y nos permiten asomarnos a las estrategias de producción industrial del cigarro como mercancía, pero también de la creación del consumo por medio de las estrategias publicitarias.

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