Después de la batalla del Molino del Rey, las tropas norteamericanas, se dispusieron a tomar, el Castillo de Chapultepec —que a pesar del nombre no era una alcázar, pues fue levantada originalmente como casa de descanso de los virreyes—. El lugar contaba para su defensa con sólo cuatro cañones y 832 patriotas, entre soldados regulares y cadetes, todos bajo el mando del general Nicolás Bravo.

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Esta endeble defensa se debía a las circunstancias que habían obligado a distribuir tanto al ejército como el armamento y munición de guerra, entre los diversos puntos de la ciudad que se consideraban bajo amenaza de ataque, al ignorar por dónde sería el avance de los norteamericanos.

El enemigo, se mantuvo sin movimiento el 9, y este día lo empleé en reorganizar mis fuerzas y en adelantar mis fortificaciones. El día diez comenzó aquel a hacer movimientos que amenazaban los puntos del Niño Perdido y Candelaria, y las noticias que mis espías y corresponsales me comunicaban estaban acordes, en que su objetivo era atacar aquella línea.

Parte sobre la Batalla de Chapultepec por Antonio López de Santa Anna, 10 de diciembre de 1847, El Correo Nacional.

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Esta cuestión fue aprovechada por el general Winfield Scott, quien ordenó que las divisiones del brigadier general Gideon Pillow y las del brigadier general John Quitman, que se encontraban en Churubusco, se movilizaran sigilosamente a Tacubaya, al tiempo que posicionó celadamente la artillería, en las mediaciones del Molino del Rey.

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El 12 de septiembre la artillería enemiga rompió fuego sobre la garita del Niño Perdido y simultáneamente irrumpió la que había sido situada en las cercanías del Castillo. Esto ocasionó que el plan defensivo del general Antonio López de Santa Anna no se modificara, ante la solicitud del general Bravo de enviar más tropas.

El general Bravo concurrió a la cita que le hice, y le manifesté las obras que abajo se habían aumentado… me expuso entonces, por primera vez, que la guarnición que tenía en el fuerte de arriba estaba espantada con el horroroso fuego que había sufrido todo el día, y que celebraría se le relevase con otra clase de tropa. Le conteste, que el mal de espanto había cundido en toda la que estaba abajo, y que siendo toda de una misma calidad era negado el cambio que me proponía.

Parte sobre la Batalla de Chapultepec por Antonio López de Santa Anna, 10 de diciembre de 1847, El Correo Nacional.

Al amanecer del 13 de septiembre, el fuego enemigo volvió a irrumpir con mayor fuerza, aunque ahora únicamente sobre el Castillo de Chapultepec. A las siete de la mañana, las columnas de ataque del enemigo avanzaron por dos flancos: por el oeste las de Pillow; y por el sur las de Quitman.

Como el bastión carecía de defensas de flanco y las que apenas habían sido levantadas eran débiles, pronto llegaron las tropas enemigas a la cima del edificio, donde algunos alumnos —alentados por el patriotismo— no dejaron de combatir.  El general Mariano Monterde, segundo al mando de las operaciones y director del Colegio Militar, refirió que a pesar de la desventaja y del estado miserable en que se encontraba aquel punto, fue defendido "con entusiasmo y valor, con un puñado de hombres".   

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Juan de la Barrera, Agustín Melgar, Juan Escutia, Fernando Montes de Oca, Francisco Márquez, Vicente Suárez y muchos más, perecieron acribillados aquel día por las balas del enemigo. Otros se retiraron por el norte, hacia el jardín botánico, en espera de ser tomados como prisioneros de guerra, mientras que la bandera mexicana era sustituida por el lábaro de las barras y las estrellas.

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A pesar de la derrota, los defensores del Castillo de Chapultepec, escribieron una página de heroísmo en nuestra historia nacional.

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