Momentos previos al arribo de la Campana de Dolores a la Ciudad de México, una multitud situada a los alrededores de la glorieta de Colón, en Paseo de la Reforma, era organizada para definir la comitiva de quienes debían desfilar con la Campana de la Independencia, a través de la Avenida Juárez hasta la Plaza de la Constitución.

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La comitiva se componía de siete grupos que ostentaban diversos distintivos simbólicos referidos a la patria. Las entidades de la República estaban representadas por numerosas comisiones y gremios del país. Entre el sexto y séptimo grupo, tirado por seis caballos ingleses del más fino porte, rodaba el carro alegórico que contenía la significativa reliquia, el cual fue engalanado con sus ruedas y lanza cubiertas de oro, mostrando al frente el escudo nacional, además de múltiples trofeos de guerra, uno de los cuales estaba formado por el cañón que usó el Padre de la Patria: el cura Miguel Hidalgo y Costilla.

La Campana de Dolores, adornada con una amplia corona de laurel dorado, descansaba sobre un haz de banderas tricolores. Su trayecto hacia el Zócalo era custodiado por una división al mando del general Alfonso Flores, algunos de cuyos cuerpos formaron valla en todas las calles que recorrió la inmensa comitiva.

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El acto oficial se efectuó en presencia del general Porfirio Díaz y su gabinete. El presidente dirigió unas breves, pero expresivas frases y estableció que desde ese momento, año por año, la campana sería resonada para recordar a los patriotas iniciadores de nuestra emancipación. Al término de la ceremonia por el ascenso de la campana al balcón principal de Palacio Nacional, se liberaron numerosas palomas blancas con cintas tricolores y enseguida comenzó el desfile de las tropas.

Las calles por donde se efectuó el desfile fueron adornadas con gran ingenio. Y las señoritas aglomeradas en los balcones, arrojaban al paso de la comitiva confeti y serpentinas.

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Por la noche, el entusiasmo popular era magno: múltiples edificios lucían iluminados; y la Plaza de la Constitución, así como las fachadas de la Catedral y de Palacio Nacional estaban adornadas con gusto.

El Zócalo mostraba una iluminación novedosa para la época, consistente en estrellas multicolores, portadas y arcos con haces de luz. A las 10 de la noche, se reunieron en la Avenida Juárez más de dos mil personas que recorrieron la avenida con antorchas, faroles y estandartes, llegando cerca de las once de la noche a un extremo de Palacio.

A esa hora, cuando la multitud aglomerada en la Plaza de la Constitución era vasta y permanecía expectante, apareció en el balcón principal de Palacio Nacional el Presidente de la República, acompañado de sus secretarios de Estado y una comisión compuesta por representantes de algunos ayuntamientos. El silencio ocupó el espacio y el general Porfirio Díaz, ondeando con ahínco la bandera nacional, hizo resonar la histórica Campana de Dolores, sonido al cual siguieron lluvias pirotécnicas, globos y repique general. La celebración se prolongó hasta entrada la madrugada, cuando la multitud aún entusiasmada comenzó a dispersarse entre las calles aledañas al Zócalo capitalino.

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