La situación de desgracia en la cual se había sumergido el Segundo Imperio Mexicano hacia principios de 1867, fue el resultado de los acontecimientos de 1866. Entre ellos, los presagios de la guerra entre Prusia y Francia; lo que llevó al emperador Napoleón III ordenar al mariscal Bazaine embarcarse rumbo a Europa con todas las fuerzas francesas; el apoyo de los Estados Unidos al presidente de la República Benito Juárez; y la contraofensiva republicana, encabezada por las victorias de Porfirio Díaz en Miahuatlán, la Carbonera y el sitio de Oaxaca. Estos hechos obligaron al ejército imperial a presentar una acérrima posición defensiva.

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El 13 de febrero, Maximiliano de Habsburgo  —que se ponía personalmente al frente de las tropas y operaciones militares—, se dispuso a abandonar la Ciudad de México acompañado por una columna militar reducida, de no más de 2 mil hombres, para trasladarse a la ciudad de Querétaro, punto que prometía una mejor defensa. Poco a poco fueron arribando más tropas imperialistas, dirigidas por Miguel Miramón, Ramón Méndez, Tomás Mejía, Leonardo Márquez y otros tantos generales, que se mantuvieron adeptos a la causa del Imperio. Para finales de aquel mes se había concentrado un ejército de 9 mil efectivos y concluido las defensas improvisadas que apremiaban.

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En la tarde del 6 de marzo de 1867, las fuerzas republicanas —dirigidas por el jefe del Ejército de Operaciones sobre Querétaro, el general Mariano Escobedo—, se posicionaron en las llanuras cercanas a la ciudad. Así, durante aproximadamente 70 días, fueron mermando al enemigo invasor que, aislado de cualquier ayuda y comunicación, se mantenía esperanzado de un giro oportuno para romper el sitio y dirigirse a la Sierra Gorda, la tierra del general Tomás Mejía.

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La situación empeoraba con cada día que transcurría para los sitiados. El alimento fue lo primero que comenzó a escasear, seguido del dinero y la munición que se fabricaba en el sótano de la Iglesia de San Francisco. Aunado a la falta de recursos, la desmoralización conllevó a la división y recelosa conducta entre los principales jefes imperialistas, a diferencia del ejército republicano que unido bajo el grito de libertad se mantenía firme ante el enemigo.

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Dos acontecimientos marcaron el fin del sitio de Querétaro. El primero correspondió a la desobediencia del general imperialista Leonardo Márquez, el Tigre de Tacubaya, quien no regresó a Querétaro con las tropas de reserva que protegían la Ciudad de México. La segunda acción fue el acuerdo del coronel imperialista Miguel López con el general Mariano Escobedo, de favorecer la entrada de las tropas republicanas por la parte del Convento de la Cruz, maniobra que se concretó la mañana del 15 de mayo.

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Entre la confusión que se suscitó aquel día dentro de la plaza, Maximiliano de Habsburgo logró llegar al Cerro de las Campanas donde, considerando la situación, dispuso su rendición.

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El 19 de junio de 1867, a las siete horas con cinco minutos, Maximiliano de Habsburgo recibió en el Cerro de las Campanas cinco impactos de bala, tras ser sentenciado a muerte, con base en la Ley del 25 de enero de 1862. Junto a él cayeron los generales Tomás Mejía y Miguel Miramón. Con su ejecución, las armas de la República triunfaron sobre las fuerzas imperialistas y la soberanía de México fue restaurada.

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En el Archivo General de la Nación (AGN) se localiza el fondo documental del Segundo Imperio, el cual se encuentra a disposición de nuestros usuarios.