Al término de la conquista, el imperio español expandió sus dominios desde los actuales estados norteamericanos de Nuevo México y Arizona hasta la Patagonia. Como remuneración, la Corona española otorgó títulos de gratificación, conocidos como mercedes reales, tributos o encomiendas, a personas que ayudaron a vencer a los pueblos prehispánicos. En un principio fueron dados solamente a los conquistadores españoles, pero cuando se comenzó a formar el nuevo régimen colonial se les brindó la posibilidad a algunas familias de la nobleza indígena de obtener ciertos beneficios y privilegios, en especial a aquellos que ayudaron en el proceso de sometimiento.

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Para muchas familias de abolengo indígena esto significaba una oportunidad de sostenerse dentro del nuevo orden establecido, así que buscaron obtener algún título que les permitiera gozar de tierras, súbditos y gratificaciones monetarias mensualmente. Entre las solicitudes de mercedes reales que se recibieron en la Nueva España estuvo el curioso caso de María Dolores Josefa Joaquina Paulina Uchu, Inca, Titu, Yupanqui y Guaynacapac, quien en 1789 manifestó tener derecho a una merced real otorgada por la monarquía a sus abuelos Túpac Inca Yupanqui y Guaynacapac, gobernantes incas aliados de los conquistadores españoles dentro del territorio que hoy conforma la región de Perú.

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María Joaquina apelaba ser quinta nieta por línea directa de dichos gobernantes, a quienes el rey Carlos I les había concedido mantener ciertos privilegios por su leal contribución a la Corona española. Estas gratificaciones se habían dejado de proveer desde hace varios años a su padre y ella, al estar en la necesidad de recibir ayuda económica, pidió hacer uso de su legítima descendencia para tener derecho de acceder a los más amplios y extraordinarios privilegios que la merced real de su familia le pudiera otorgar y con ello ser tratada como persona digna de la realeza.

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La historia de María Joaquina no era muy conocida entre los incas y en México lo poco que se sabía de ella era que había llegado a la Ciudad de México de la mano de su hermano y su padre, don Miguel Uchu, Inca, Titu, Yupanqui y Guaynacapac. Después de algunos años, don Miguel había decidido regresar a Perú para embarcarse en una larga travesía hacia Europa, en la cual perdió la vida.

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María Joaquina contrajo matrimonio con Juan Sánchez de Rojas, un empleado menor dentro del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, con quien procreó tres hijos. Fue en esta etapa que inició las gestiones para obtener la merced real. Al morir Juan Sánchez, María se casó con Agustín de Estrada y tiempo después consiguió la anhelada respuesta a su petición. Habían pasado diez años desde que solicitó la merced real y al fin le había sido concedida una pensión de 300 pesos anuales por parte del Ramo de Tributos.

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María Joaquina Inca terminó radicando en Zempoala, Hidalgo, región en la que su esposo Agustín ejerció el puesto de subdelegado. Cuando sus hijos fueron mayores intentaron obtener el traspaso de los mismos privilegios que tuvo su madre, pero la historia fue diferente, pues hubo una negativa rotunda a su petición por parte de las autoridades y con el estallido de la guerra de independencia pasó a ser olvidada.

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Referencia: AGN, Instituciones Coloniales, Civil, legajo 167, parte 2, exp. 13 y AGN, Instituciones Coloniales, Tributos, vol. 30, exp. 2.-

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*Las imágenes utilizadas para ilustrar el presente relato son una interpretación libre realizada por la subdirección de difusión del AGN y no pretenden representar con exactitud los hechos ni escenarios de la época.*