En octubre de 1963, la Ciudad de México fue designada para celebrar los XIX Juegos Olímpicos de la era moderna. Cabe destacar que, por primera vez, un país en vías de desarrollo y de habla hispana albergaría una competencia deportiva de carácter mundial. Sin embargo, este logro generaba un punto discutible, la falta de espacios dignos destinados al deporte.

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A pesar de que, después de la Revolución Mexicana, se había generado una euforia nacionalista reflejada en edificar recintos para la asistencia pública, tales como hospitales, escuelas, viviendas, unidades habitacionales, teatros y mercados, los pocos espacios existentes para el deporte no poseían las características apropiadas para el evento.

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El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz designó, en 1966, al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez como presidente del Comité Organizador de los Juegos de la XIX Olimpiada (COO), para edificar las instalaciones e infraestructura para las competencias deportivas.

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Designar a un arquitecto para presidir el comité organizador y su necesaria labor mercadológica, representó una oportunidad privilegiada para sintetizar las experiencias y convicciones que había alcanzado la arquitectura en México, sobre todo en el campo de la obra pública, pues si un ideario se había adherido dentro de aquel cuerpo profesional que formaba el comité, era la modernidad, sin desestimar un alto sentido de servicio social y de planificación urbana.

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El proyecto de Ramírez Vázquez, se caracterizó por la amplia participación de otros arquitectos mexicanos, lo que resultó en construcciones deportivas originales y de estructura experimental para México, que a su vez respondían a requerimientos a nivel mundial, pues los espacios diseñados para las competencias se habían erigido conforme a dichas exigencias, tal como lo anunció Diaz Ordaz en su Tercer Informe de Gobierno (1967). “Las obras requeridas por los Juegos Olímpicos están en proceso de realización —señaló—, conforme a los programas de trabajo y a las características exigidas por la técnica deportiva”.

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Un claro ejemplo fue la Alberca Olímpica “Francisco Márquez”, obra de los arquitectos mexicanos Manuel Rosen Morrison, Edmundo Gutiérrez Bringas, Antonio Recamier Montes y Javier Valverde Garcés, diseñada a semejanza de sus contemporáneas, pero con modificaciones propuestas por Rosen Morrison, logrando un sistema constructivo apto para dichas actividades, que además contribuyó a obtener un mejor desempeño. 

Después de recorrer varios países y visitando albercas y entrenadores de los equipos de competencias de Estados Unidos y Europa. Observando a los nadadores producir pequeñas olas, pensamos en la manera de absorber esas olas. Se llegó a la conclusión de que si la placa de toque era perforada se podría absorber la ola de frente y podría hacerse una alberca más rápida. A los pocos días se comunican nuevamente, diciendo que Omega —compañía encargada de controlar todos los tiempos de las instalaciones olímpicas— permitía las modificaciones. 

Manuel Rosen Morrison, Arquitectura, 2005, p. 38.

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Para asegurar la viabilidad de los espacios, Díaz Ordaz, se hizo acompañar de embajadores de distintas naciones para inaugurar cada uno de los estadios que serían utilizados, entre ellos la Alberca Olímpica “Francisco Márquez”; el Gimnasio Olímpico “Juan de la Barrera”; la Pista Olímpica de Remo y Canotaje “Virgilio Uribe” (que en su momento fue el canal de remo más grande del mundo); la Ciudad Deportiva de la Magdalena Mixhuca (considerada entre los conjuntos deportivos más extensos a nivel mundial); el Palacio de los Deportes “Juan Escutia”; el Velódromo “Agustín Melgar” y la Villa Olímpica “Libertador Miguel Hidalgo”.

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Un caso particular fue el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria, construido en 1952. Se remodeló para ser sede de la inauguración de los Juegos de la XIX Olimpiada. Los trabajos contemplaron ampliar el cupo de espectadores a un aproximado de 80 mil personas; se le adaptó una pista de tartán —el material sintético que se utilizó por vez primera en unas olimpiadas—. El costo de la inversión sumó un total de 60 millones de pesos.

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El Estadio Azteca también formó parte de las sedes, a pesar de haberse construido para la candidatura de la Copa Mundial de Fútbol de 1970. La obra estuvo a cargo del presidente del COO, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, en colaboración con el arquitecto Rafael Mijares Alcérreca; y se inauguró en mayo de 1966, después de aproximadamente cuatro años de labores./cms/uploads/image/file/450116/Pportada-01.jpg

Todas las instalaciones estuvieron terminadas oportunamente. Además, los arquitectos buscaron una utilidad social permanente en las obras edificadas, evitando que fueran exclusivamente motivo de lucimiento para nuestra capital, durante unos cuantos días.

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Al final, no sólo se cumplió con los requerimientos de tener las instalaciones y estadios terminados en tiempo y forma, también se marcó un estilo en el desarrollo de la arquitectura y la planificación urbana.