Durante aquel periodo, la construcción de ferrocarriles, caminos, telégrafos y la introducción de energía eléctrica, fueron señales del proceso de industrialización del país, el cual se vio reflejado en el mejoramiento de las fábricas y el incremento de la producción de los bienes de consumo, lo que ocasionó una creciente competencia entre fábricas que manufacturaban el mismo producto.

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Un ejemplo de ello fueron las tabacaleras, quienes empezaron a darle una mayor importancia a sus etiquetas, decorando sus cajetillas con mensajes e imágenes personalizadas, para atraer la atención de los consumidores al existir una variedad de marcas de tabaco.

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Con el desarrollo publicitario de las etiquetas, la impresión adquirió un papel fundamental para las fábricas que buscaban resaltar la calidad de su producto y la distinción de su marca, dándose una innovación en los talleres litográficos, los cuales desarrollaron nuevos métodos para reproducir toda clase de ilustraciones.

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En aquellos primeros inicios, las etiquetas contenían información básica del producto, como nombre del fabricante, fecha de empacado y lugar de elaboración. Asimismo, se incluían mensajes que alentaban a su adquisición, puesto que garantizaban o prometían mejor calidad con relación a otras.

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Paulatinamente, las estampas utilizadas por las fábricas fueron sofisticándose y, prosiguiendo con los principios de la litografía de aquel siglo, ser al mismo tiempo una herramienta para impulsar la imagen del nacionalismo y el patriotismo. Para los empresarios fue importante dar aquel mensaje de asociación entre la nación y el producto que comercializaban.

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Es común encontrar en las etiquetas imágenes referentes al país, vestidos regionales de aquellos años, personajes históricos, paisajes de México y símbolos patrios; como el águila republicana. El nombre de la marca terminaba por reforzar aquella relación. Como ejemplo tenemos: El charro mexicano, La malinche, La mexicana, Cervecería Cuauhtémoc, entre otras.

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